Opinión
El rey soy yo

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Hola, soy el verdadero rey y me tienen atrapado. Desde aquí, en las afueras de la gran capital, veo a través de mis cristales blindados los caminos de grava que desembocan en el ahora frío alquitrán de las avenidas y siento que mi espíritu quiere escapar para no volver; igual pertenezco a las calles y no a las cuadras reales, y el problema es que nunca se lo he dicho con claridad a mi gabinete.
Como cada Nochebuena, me han traído un papel ya relleno que debo leer frente a una cámara para que tú, mi fiel súbdito, tengas la certeza de que arriba hay un Dios que ha creado mi sangre azul con su semen azul; soy el eslabón perdido de la divinidad, la pieza que Santo Tomás de Aquino necesitaba para encajar al fin el misterio de la Trinidad: le faltó cierto electrodoméstico de salón en desuso que decodificara la cadena pública.
El papel no me representa, nunca lo ha hecho; me lo traen ya escrito unos hombres grises y muy serios que me hacen luz de gas: buscan convencerme de que yo de verdad pienso todo lo que pone y repiten "es muy buena idea, majestad, pero" cuando les pido cambiar una línea que al final nunca se toca; creen que no me doy cuenta, que soy lelo, pero son ellos los zoquetes incapaces de ver la rebeldía que mis ojos acumulan. Yo pienso por mi cuenta, a mí nadie me dicta nada, aunque cada Navidad finja que sí para que tengáis un pilar sólido al que agarraros: debo ser imperturbable y eterno, como la caducidad de una lata de sardinas.
Si no lo hiciera por vosotros y huyera de esta prisión de oro y asesores os diría muchas de las cosas que en verdad guardo dentro de mí, como que odio España: la odio, la odio, la odio, sí, con todas mis fuerzas con todas mis energías con toda mi rudeza con toda la sangre azul que se coagula en mis uñas cada vez que las aprieto contra la palma derecha que escondo con dolor en mi bolsillo; odio esta España cínica que no entiende su pasado glorioso y se retoza en las podredumbres materiales del presente; odio esta España descontenta, fracasada y triste que le da más importancia a pagar un alquiler que a lo que significó cuando los primeros reyes godos la fundaron en Toledo, ciudad imperial, hace ya tantos siglos, y la vincularon al patrón inamovible que es la providencia.
Ahora que lo pienso, no odio España: os odio a vosotros. Sois es el problema. Por eso cada año, contra mi voluntad, debo leer ese insípido discurso que usa palabras huecas como polarización o descontento o amor o Cataluña; porque necesitáis la esperanza que provoca mi levedad, porque muchos ansiáis tirarme de mi cargo y otros tantos que me radicalice cual Santiago y cierra España, pero ninguno podría soportar cualquiera de las dos cosas. No estáis listos. Os lo digo yo, que os veo arrastrando los pies sobre ese alquitrán ahora frío en el que desembocan mis caminos de grava: sois vosotros quienes me tenéis atrapado.
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