Opinión
Sida y heroína: la memoria de una derrota generacional

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Es un signo de nuestra época que, al tiempo que fantaseamos con la posibilidad de nuestra propia extinción como especie, rehusamos tomar conciencia de que tanto nuestros problemas de convivencia como nuestras opciones de perdurar despenden esencialmente de reconocer que estamos hechos y hechas de vulnerabilidades.
Estas vulnerabilidades se expresan de formas diversas y se encarnan de maneras tan complejas como lo son nuestras propias sociedades. En esta fase zombie del modelo socioeconómico hegemónico -al menos en el Norte Global- se tiende a rechazar la idea misma de que la vulnerabilidad hace parte de nuestra condición social y, por tanto, de nuestra misma humanidad.
Caminar hacia un mundo que no rechace los vínculos, que se base en la preservación y en la compasión cuesta, pero afortunadamente hay quien tiene la capacidad de contarnos historias sobre cómo hacerlo. En esto, la realizadora francesa Julia Ducornau es una maestra. Tras su Palma de Oro en Cannes del año 2021 por la excepcional Titane, ha vuelto a hacer otra película poética, extravagante, comprometida y retadora. En su cine, Ducornau va con todo, no ahorra medios ni evita meterse en problemas. Explota todos los recursos posibles, dirige a actores y actrices con pulso firme y asume riesgos narrativos y visuales para los que hay que ser una artista dispuesta a trabajar sin cortapisas.
Si Titane era una peli sobre amor y deseo femenino, sobre la trascendencia de la carne y la mística de la mutación, Alpha es un cuento sobre enfermedad y estigma en el que lo físico ya no se presenta en forma de evolución, sino de degradación. En Titane los cuerpos cambian y nacen, en Alpha se desintegran y perecen. El denominador común de ambos filmes es la posibilidad de entender las relaciones humanas en clave de compasión, dando por hecho que la compasión es la forma más perfecta de amor.
Lo interesante de Alpha es que en un momento de neoespiritualismo -omitiré las obligadas referencias cinematográficas y musicales que todas tenemos en mente-, Ducornau nos habla desde un lugar totalmente distinto, que es el de la radical materialidad del pasado, de la historia y de los cuerpos y las existencias de quienes vivieron los estragos causados por el sida en la década de los noventa. Alpha habla de relaciones homosexuales, de heroína, de inmigración y de falta de servicios públicos en los suburbios de las grandes ciudades, interpelando directamente a quienes vivimos todo aquello que nos diezmó como generación y que convirtió a quienes sobrevivimos en portadoras de una memoria conflictiva de supervivencia, más próxima al sentimiento de derrota que la épica de la resistencia.
En España murieron en la década de los años noventa un total de 32.887 personas por causa de VIH. El pico de fallecimientos llegó justo a mitad de la década. En 1995 murieron 5.857 jóvenes, la mayor parte de ellos varones. España se mantuvo en puestos muy altos de contagios y fallecimientos en el contexto europeo, con la particularidad -con relación a otros países -de que una tasa bastante elevada de los contagios tuvo lugar por compartir jeringuillas.
Aunque la máxima incidencia del consumo de heroína se alcanzó seguramente en la primera mitad de los ochenta, el mayor impacto y visibilidad de la epidemia se produjo a principios de los noventa. La mortalidad relacionada con las drogas alcanzó entonces su punto álgido llegando a ser la primera causa de muerte entre los jóvenes de las grandes ciudades. En España, por entonces, las drogas compartían con el terrorismo y el paro el pódium siniestro de los problemas sociales más inquietantes para los españoles y las españolas.
Jaco, papelinas, jeringuillas, picos, sobredosis, hepatitis, delincuencia y sida configuraron una semántica de experiencias y emociones de las que, aunque nos pese, somos herederas. Y porque lo heredamos, queramos o no lo transmitimos, pero se nos ha privado- al menos así lo siento yo- de poder hacerlo de una manera "política".
Nadie reclama verdad, justicia y reparación para las víctimas de la epidemia de heroína que asoló nuestro país en las décadas de los setenta, ochenta y buena parte de los noventa. Ha habido prospecciones historiográficas que tratan de recuperar testimonios y arrojar luz sobre cómo es posible que las instituciones convivieran durante tanto tiempo con semejante problema a pesar del número de muertos y de las reivindicaciones de la sociedad civil. La mítica organización de madres gallegas contra la droga, 'Érguete', cumplió el pasado noviembre cuarenta años y, ciertamente, se investiga y se escribe sobre estos temas. Pero como sociedad, nos queda mucho por contar, por hablar y por resolver sobre la heroína y sus secuelas.
Hay un momento en la película de Ducornau que contiene una clave fundamental para entender la razón por la que, probablemente, no hemos hablado de este asunto tanto como hubiéramos necesitado hacerlo quienes crecimos en entornos devastados por la epidemia de heroína. Alpha reprocha a su madre en un tono pedagógico y sereno “soy demasiado joven para esto”, a lo que ella responde: “nosotros también éramos demasiado jóvenes”.
La memoria de la epidemia de heroína es una memoria traumática, y como vemos a través de la relación entre Maman y su hija Alpha, traumatizante también para quienes son receptores de un legado con el que es muy difícil lidiar. En efecto, éramos demasiado jóvenes y no disponíamos de los recursos ni sociales ni personales para afrontar todo aquel tsunami de dolor, de sufrimiento y de violencia; toda aquella vulnerabilidad que el abandono institucional y el estigma social convirtieron en fragilidad. Como frágiles y quebradizos son los enfermos en la representación que se hace de ellos en Alpha. Ellos, por cierto, porque el sida fue una enfermedad que afectó en una elevadísima proporción a los hombres, como más hombres que mujeres cayeron también víctimas del consumo inyectable de heroína.
Ha dicho Ducornau en una entrevista que lo que le gustaría que los espectadores y espectadoras hagamos al salir del cine tras ver su película sea llamar a nuestros seres queridos y decirles lo profundo que es el amor que sentimos por ellos. Yo no pude llamar a algunos de los míos porque ya se fueron, pero en concreto a uno de ellos le recordé, como todos los días, pensé en él y su devenir por este mundo, en su cuerpo fragilizado por la enfermedad; en cuánta rabia sigo sintiendo y en qué desamparadas estábamos y en qué jóvenes éramos.
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