Opinión
¿Cómo no tener miedo?

Periodista y escritora
-Actualizado a
El miedo es bueno. Cuesta aprender esto. El miedo es nuestra respuesta a una situación de peligro o amenaza, es una alerta que nos permite sobrevivir en las mejores condiciones posibles. No pasa porque sí. Responde a un ataque o riesgo serio.
Los miedos de las mujeres, como los de las criaturas, han sido a menudo silenciados o despreciados. No es raro que, ante el temor a un marido o jefe violento, se le responda a la mujer que “no exagere” o que “ya lo conoces, él es así”. Hasta que le parte las costillas o aparece su cadáver, y entonces nadie lo había visto venir y el tipo “parecía normal”.
Hemos aprendido a fiarnos de nuestros miedos. No de aquellos que nos crean, que los hay y no pocos, sino de los reales. Los hemos reconocido, los hemos nombrado y sabemos identificar a qué violencias responden. Lo estamos haciendo colectivamente. Ya no da resultado el clásico “no seas exagerada” o “no te pongas histérica”.
Pero aparecen nuevas violencias, nuevas amenazas, y necesitamos localizarlas para responder, incluso para entender nuestros nuevos miedos. Hasta hace nada, cuando tu hija salía de noche no pensabas en la posibilidad de que un grupo de hombres la violaran en “manada”. Ya sí. Tampoco temías que tu marido colgara en un chat de miserables tu foto durmiendo en pelotas. Ya sí.
Cuando vi la campaña de Vox contra mi persona, lo primero que pensé es que no lo entendía. No se trata de que a uno de sus miembros se le caliente el dedo y teclee una barbaridad, sino de que un partido político completo, una institución pública, eje de nuestra democracia, sostenido además con nuestro dinero, lanzara una campaña de odio contra mí, una periodista. Tampoco se trata de cualquier campaña de odio, sino que han habilitado incluso una página web donde hacerlo —eso es un currazo con mucha orquesta—, para de paso pedir a los haters que se afilien porque es, según ellos, lo que más me molestaría.
Esto sucedía el miércoles pasado, día 24, y el sábado me llegó la primera alerta: mi cara estaba ya en los foros de la manosfera, ese lugar de internet donde los hombres se juntan lo mismo para compartir la foto de su hija desnuda que para enseñarte cómo apalear a tu mujer sin dejar marcas. Mi cara estaba ahí con el marco que Vox le había puesto: a esta tía hay que odiarla.
Entonces comprendí mi desconcierto. Estaba sintiendo un miedo nuevo, por primera vez, y no lo tenía localizado. La violencia contra nosotras en 2019 no era la misma que hoy. Sólo 6 años después, las redes y foros de agresores se han multiplicado y erizado de una forma que no habíamos previsto. La violencia política, y esta lo es, ahora ya tiene otro rostro. Yo sabía, es de cajón, que la llamada de Vox contra mí en su selva iba a poner en marcha los mecanismos de las bestias, pero se me pasó por alto —me duró dos días— la parte de los incels, de los misóginos feroces, de los chats fascistas, de los criptobros y demás machos agresivos.
Ahora ese miedo existe y lo tengo localizado. Responde a un peligro real, y atroz dicho sea de paso. Lo ha puesto en marcha el fascismo con la excusa de que yo dije que no hay que tratar con fascistas. Lo repito: a los fascistas, ni agua.
Conocer los miedos nos descubre las amenazas y nos permite crear herramientas para enfrentarlos. Aprendamos de esto, porque la violencia que Vox ha puesto en marcha contra mí tiene componentes nuevos y todavía desconocidos, cosa que no creo que ignoren. Si alguno de los que me amenazan con hacerlo me pega un tiro o me parte las piernas, ¿qué harán? ¿Decir que parecía un buen tipo o que no lo vieron venir? Porque, ojo, esto se ha hecho desde la tercera fuerza en representación en el Congreso. Eso también es nuevo. ¿Cómo no tener miedo?
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