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El último comunista vivo

El escritor Aníbal Malvar traza el perfil de Alberto Garzón candidato de Unidad Popular

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                                                                   ILUSTRACIÓN POR FRAN MARCOS

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Cuando asoma a la pantalla el rostro honesto de Alberto Garzón, mi pelirroja le arroja un mohín cariñoso y siempre repite: "Qué riquiño". Pero no le va a votar. Lo escucha después y lo interrumpe constantemente, como las ancianas que hablan con el televisor: "Lleva toda la razón". Pero no le va a votar. El Centro de Investigaciones Sociológicas coloca a Alberto Garzón como segundo político más valorado del país, pero España no le va a votar. Electoralmente hablando, Alberto Garzón está dejando todo el tiempo su bello cadáver en las cunetas memoriosas de la izquierda.

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Alberto Garzón es un tío coherente incluso cuando escribe sus propios epitafios. Nació a la mayoría de edad afiliándose a IU y al PCE en 2003. Es capaz de largar con dulce donosura frases de esas que asustan a las marquesas, como que ha sido, es y será comunista, y que hay que salir de la OTAN. Cita a Gramsci con más hondura y oportunidad que Pablo Iglesias, y es el yerno ideal con el que sueñan todas las pasionarias de España. Aunque en este país ya apenas quedan pasionarias. Se atavía con el vestir del obrero elegante obligado a ponerse diariamente la ropa de los domingos. Si a alguien le interesa mi particular, caprichosa e indocumentada opinión, yo lo considero el líder mejor aliñado intelectualmente y más fiable de los que aspiran a habitar la Moncloa. Pero es que a lo peor se queda como único diputado de IU, según alguna encuesta. La única frase arrogante que le escuché jamás es bastante reciente: "En Podemos nunca quisieron pactar con IU, solo ficharme como si fuera Messi". Podría haber elegido a otro futbolista menos fulgente. Quizá a un jugador del Logroñés, que es su equipo, el de su ciudad natal, que vaga por la Estigia balompédica después de haber sido expulsado del grupo XVI de la Tercera División. Ahí cometió un error de inocente vanidad e inocua traicioncita. Pues Garzón permanece fiel a los desteñidos colores de su Logroñés, que nunca ganó ningún título en ninguna categoría. Un Messi riojano es lo que es. Qué riquiño.

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