Opinión
Eme de motomami, ese de silencio

Por Enrique Aparicio
Periodista cultural y escritor
-Actualizado a
El 11 de noviembre de 2019, días después de las segundas elecciones generales de ese año, la cantante Rosalía tuiteó un escueto "Fuck Vox" en su cuenta de la red social hoy llamada X. Un par de sonoros monosílabos que acumulan cientos de miles de likes, y que han sido referidas en docenas de sitios y citadas por muchas personas. Hasta las he visto estampadas en camisetas un par de veces.
La catalana aún no era la motomami, puesto que su tercer disco llegó en 2022. En él, uno de los cortes desgranaba el abecedario que describe esta figura en la que se había transformado. La ese correspondía a sata (según la RAE, sembrado, mieses, sembrío), pero si atendemos a su posición sobre el genocidio que Israel está cometiendo en Palestina, bien podría haber sido ese de silencio.
O al menos hasta hace unos días, puesto que no le ha quedado más remedio que decir algo tras la publicación del estilista Miguel Adrover, en la que compartía su rechazo a vestir a cualquier artista que no apoye públicamente al pueblo palestino. Así que la primera mención al tema de Rosalía, que hasta donde sabemos vive en Estados Unidos y colabora con algunas de las empresas más implicadas con el sionismo, como Coca-Cola o Meta, ha tenido el objetivo primordial de lavar su imagen.
Nadie duda de que ser una figura mundial en continuo escrutinio debe ser complejo, pero el comunicado de la cantante es realmente digno de análisis. En sus explicaciones, que no incluyen las palabras genocidio ni Israel, comienza explicando que "no haber usado mi plataforma de forma alineada con el estilo o expectativas ajenas no significa en absoluto que no condene lo que está pasando en Palestina". Una frase no exenta de lógica, pero que por un lado reduce la denuncia del genocidio a una cuestión de estilo (¿?) y, por otro, infiere que debe valernos que la misma se desarrolle en la más estricta intimidad, sin enterarnos.
"Es terrible ver día tras día cómo personas inocentes son asesinadas y que los que deberían parar esto no lo hagan", prosigue la cantante en el fragmento que podríamos tildar como más contundente, para a continuación volver sobre sí misma. Se duele de que "avergonzarnos los unos a los otros" no es "la mejor manera de seguir adelante en la lucha por la libertad de Palestina". Si atendemos a su comportamiento, debemos entender que no decir absolutamente nada sobre el tema le parece más acertado.
Y remata con un pequeño consejo: "Creo que el señalamiento debería direccionarse hacia arriba (hacia quienes deciden y tienen poder de acción) y no en horizontal (entre nosotrxs)". Más allá de la ilusa percepción de que cualquiera de nosotrxs que la apunte con el dedo no tiene que estirarlo muy hacia arriba –a mí se me va a romper mientras escribo esto–, la catalana deshecha de un plumazo el papel que la cultura ha jugado siempre en la vida social.
Quien genera impacto a través del arte, algo en lo que Rosalía es una maestra y se ha ganado hasta el último de sus méritos, lo hace en una sociedad que tiene sus aspiraciones, sus inquietudes y sus problemas. Resulta naíf, cuando menos, pretender que ese público solo esté ahí para comprar entradas, reproducir canciones y gritarte guapa en los conciertos. Y tampoco es que la crítica con la que se ha topado la cantante sea cuestión de hate: si un genocidio retransmitido en directo no es suficiente para un mínimo de implicación, ¿qué lo es? Si la cultura no genera conciencia, se queda en simple entretenimiento. O puro negocio.
Porque, además, ella probablemente sí lograría que ese señalamiento hacia arriba que preconiza tenga algún efecto. Si la cantante se hubiera posicionado claramente contra el genocidio, habría llegado a los titulares de medio mundo; mientras que cuando lo hacemos cualquiera de ese nosotrxs al que se refiere, es un story o un tuit que se pierde sin más. Por supuesto, ella tiene mucho más que perder (sobre todo por las empresas que no quieren colaborar con personalidades significadas), pero si ha optado por callar hasta que su silencio le ha explotado en la cara, es sorprendente que en su alegato asegure que siempre intenta hacer "lo correcto".
Pensará mucha gente, y tendrá razón, que nadie puede obligar a nadie a tomar partido. Pero si ocupas tanto espacio como el que ha conquistado Rosalía en la esfera pública, si tu éxito se basa en tu capacidad para emocionar y lanzar mensajes a la humanidad, el silencio resulta muy evidente. Y a Rosalía nadie la ha obligado a hablar: solo se ha sentido obligada cuando su imagen se ha visto comprometida.
Mientras escribo estas últimas líneas, la ONU ha compartido unas imágenes en las que se ve cómo el ejército israelí dispara a un grupo de gazatíes que hacen cola para recibir, con suerte, algo de comida. Son civiles, están famélicos, van vestidos con harapos. La mayoría son niños. El mundo observa y, como bien dice la catalana, los que podrían parar esto no lo hacen. Mientras tanto, cada uno de nosotrxs gestionamos la situación como podemos (lo más sencillo y directo es apoyar a la UNRWA).
Es una cuestión, ante todo, de conciencia. Pero si las personas públicas triunfan gracias a quienes están pendientes de ellas, no pueden pretender que obviemos lo que dicen o dejan de decir ante el genocidio que nos ha tocado vivir. Si optan por no abrir la boca, están en su derecho. Pero ante las más de sesenta mil personas asesinadas y los millones que encaran una hambruna que también lleva el sello de Israel, lo mínimo sería no victimizarse. Si una eme de motomami no se atreve ni siquiera con un "fuck Israel", quizás era preferible la ese de silencio.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.