Este artículo se publicó hace 11 años.
El futuro no se construye enganchándose al caduco vagón de la socialdemocracia
François Delapierre, número dos del Parti de Gauche, defiende la postura de su formación, que no apoya la reelección de Pierre Laurent, como presidente del PIE.
François Delapierre es secretario nacional del Parti de Gauche francés
La prensa nos pregunta por nuestro desacuerdo con la reelección de Pierre Laurent como presidente del Partido de la Izquierda Europea.
No tenemos ningún problema con su persona, amable y estimable. Lo que tenemos es una divergencia radical con la línea política que encarna desde que decidió integrarse en la lista del partido socialista de François Hollande para las próximas elecciones en Paris. Esta controversia francesa rompe el consenso habitual en el PIE. Pero concierne la izquierda en toda Europa. Quiero exponer aquí los detalles de nuestra posición para que cada uno forme su propia opinión.
En el PIE todos denunciamos unaUnión Europea gestionada en conjunto por la derecha y la socialdemocracia. ¿Pero cuál es nuestra estrategia para romper con este círculo infernal?
En Europa se alza el grito "¡que se vayan todos!". Las relaciones sociales se tensan mientras se destruyen los fundamentos de nuestros Estados: servicios públicos y soberanía popular. Esto es la consecuencia de las políticas de austeridad y competitividad que se están aplicando en toda la Unión Europea. Con ellas el capital persigue su objetivo habitual: sobrevivir acaparando para sí una parte creciente de las riquezas. Pero el capitalismo actual ha cambiado. Solo prospera a la sombra de una montaña de deudas privadas y bajo el imperio de la banca. Por tanto, sólo puede recobrar una estabilidad, relativa y temporal, a costa de la sangría del pueblo y de la financiarización de todas las actividades humanas. Por eso nuestras sociedades se desmantelan y Europa reverbera estos desgarramientos. ¿Y qué pasa con el PIE?
El anterior momento histórico en que el capitalismo sufrió una crisis de esta envergadura produjo la llegada del fascismo al poder y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Pero en esos 20 años claves también crecieron las luchas revolucionarias progresistas, inspiradas en la Gran Revolución Rusa y encarnadas en figuras como las de Rosa Luxembourg y Karl Liebknecht en Alemania, Gramsci en Italia o la gran multitud que construyó la República Española y el Frente Popular. Figuras inmensas de las cuales las organizaciones del PIE se consideran herederas. Pero figuras que sufrieron la derrota y sus terribles consecuencias.
Ese trágico momento histórico se puede volver a repetir. La austeridad nutre hoy en día, al igual que antes, el racismo y la xenofobia llevando a cada uno, para quedarse con su trozo del pastel reducido por un capitalismo cada vez más voraz, a enfrentarse al más débil. La generalización del modelo de competitividad que defienden los conservadores alemanes de la CDU, ahora aliados del SPD, anuncia un aumento de las tensiones comerciales y un dumping social y medioambiental que actuará como revulsivo funesto de la hostilidad entre los pueblos.
Creemos que aún sigue existiendo una salida positiva. No somos más listos o valientes que nuestros precursores, pero podemos salir adelante donde fracasaron porque disponemos de algo que ellos no tenían. La principal diferencia entre los años 1930 y el principio del siglo XXI es que la humanidad ha adquirido conciencia de los límites físicos de su modelo de desarrollo. Es un hecho seriamente avalado que la actividad humana, es decir el capitalismo, es responsable de un calentamiento climático que ya produce efectos perceptibles. Si no se hace nada eficaz, se van a acelerar hasta transformarse en una catástrofe medioambiental que amenazará las condiciones de la vida humana en el planeta.
Esto tiene una primera y formidable implicación que valida la intuición fundadora de la Ilustración, del comunismo y del socialismo. Los seres humanos son semejantes en cuanto que comparten un mismo sistema. Lo son más allá de sus diferencias biológicas, geográficas o sociales. El capitalismo se afana en crear competidores. La teoría del choque de civilizaciones les convierte en enemigos. Pero es más bien al contrario: la urgencia medioambiental sienta las bases de un interés general humano.
Así pues, el proyecto de emancipación de la izquierda no se basa sólo en una aspiración moral. Se apoya en un fundamento material. El interés general ecológico puede ser el eje organizador de una nueva hegemonía cultural que se oponga a las temáticas racistas y xenófobas. Necesitamos la conciencia compartida de este interés general para fomentar el espíritu cívico indispensable para fundir la Tercera República en España y la Sexta en Francia. De ahora en adelante, la cuestión ecológica no es un mero tema adicional que sumamos a nuestras armas, sino que pasó a ser el punto de base más sólido del que tiene que partir la refundación de la izquierda del siglo XXI. Esa es la idea central del ecosocialismo.
La urgencia ecológica conlleva una segunda implicación, esta vez estratégica. El objetivo del ecosocialismo no es humanizar el capitalismo, regularlo o atemperarlo, sino organizar la transformación completa de nuestros modos de producción, consumición e intercambio. Somos los artesanos de una bifurcación en la historia humana. Se trata de derribar concretamente el poder de la banca, de relocalizar la economía y de acabar con el productivismo y el consumismo.
Es evidente que estos objetivos no podemos lograrlos sin acceder al poder. El poder de los ciudadanos sobre el Estado para poner la ley al servicio del interés general ecológico por medio de la planificación ecológica. El poder de los empleados en las empresas para sustraer cada etapa de la producción de las normas de los accionistas que sólo conocen el beneficio a corto plazo. Se trata de enfrentarse y vencer a la banca, gobierne donde gobierne. Para ello, debemos construir una nueva mayoría popular entorno al programa ecosocialista. Para los partidos del PIE, que hasta ahora se quedaron mayoritariamente lejos del poder, se trata de una exigencia inédita.
Y como nos enfrentamos a ella para alcanzar el poder, nos enfrentamos necesariamente tanto con la social-democracia como con la derecha. En Francia, el Front de Gauche se creó sobre esta estrategia que demostró su eficacia. En algunos países, las relaciones de fuerza nacionales son mucho más desfavorables. Pero sea cual sea la dificultad, nuestra autonomía con respecto a la social-democracia es aún más indispensable al mostrarse incapaz de afrontar la crisis ecológica. La estrategia social-demócrata que consistía en estrechar compromisos con el capital en el marco nacional caducó cuando el capitalismo se volvió transnacional.
¿Qué compromiso se puede hacer con fondos de pensiones? Siguiendo a Blair y a Schröder, los impotentes dirigentes social-demócratas europeos han elegido acompañar la mundialización capitalista. La social-democracia se ha convertido en el sepulturero del Estado social que contribuyó a crear y, luego, en el emisario de las políticas de competitividad que condenan a muerte a la humanidad con la emisión de gases con efecto invernadero.
La reciente designación de Martin Schulz como candidato del Partido Socialista Europeo (PSE) a la Comisión Europea tiene que disipar las esperanzas de los que todavía confían en el posible arrepentimiento de los social-demócratas respecto al fracaso de las políticas de austeridad y naufragios electorales que generaron. El PSE se somete ahora a la gran coalición alemana que actúa como un "cerrojo austeritario" sobre toda Europa. Y dentro del PSE nadie se opuso a la elección del hombre que simboliza esta coalición con Angela Merkel.
Aunque hubieran subsistido dentro del PSE algunos defensores tradicionales de la social-democracia, la urgencia ecológica hace de esta orientación algo obsoleto. Por no poner en duda el modo de producción y de consumo dominante, ni el reparto actual de las riquezas, los social-demócratas sólo pueden reclamar el reparto de los frutos del crecimiento. No se pueden desvincular de la referencia al crecimiento que, como ya sabemos, es un callejón sin salida en nuestro mundo cuyos recursos naturales no son infinitos.
Los partidos miembros del PIE que en algún momento de su historia prefirieron una alianza con los social-demócratas siempre lo pagaron: fue el caso de Rifondazione después del gobierno Prodi o del Partido Comunista Francés antes del Front de Gauche. Es éste nuestro desacuerdo con Pierre Laurent. Él apoyará en marzo a los amigos del social-liberal Hollande en las elecciones municipales y, en mayo, a nuestro compañero del PIE, Alexis Tsipras, en las europeas. ¿Cómo podemos representar así una clara ruptura con un sistema político que consideramos cínico y sin sentido?
En los años 1930, muchos tenían en la cabeza la estrategia bolchevique de la toma del poder. Ahora vivimos en países más educados, recordamos los errores del pasado y defendemos una revolución ciudadana en la que la transformación de nuestros modos de producción, consumo e intercambio se realize mediante la participación concreta y masiva del pueblo, con la validación electoral. Es necesario asumir la confrontación electoral y la parte de riesgo que conlleva. El futuro no se construye enganchándose al vagón caducado de la social-democracia. La emancipación, que es nuestro objetivo, empieza por nosotros mismos.
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