Opinión
El laberinto imposible
Por Ciencias
El juego de la ciencia// Carlo Frabetti
Es consustancial a la naturaleza misma de un laberinto el hecho de que nos proponga una pluralidad de caminos engañosos entre los que buscar el verdadero. Un laberinto sin posibilidad de extravío no merece tal nombre. Y sin embargo los laberintos representados, con rango de símbolo, en algunas catedrales (como las de Amiens, Chartres, Pavía o Reims) y en edificios de la antigüedad clásica (como la Villa de Diómedes en Pompeya), e incluso en algunas cuevas prehistóricas, no ofrecen disyuntiva alguna: desde la única entrada hasta el inevitable centro, un solo itinerario ininterrumpido los configura, sinuoso hasta la exasperación pero inequívoco. Parecen decirnos estos laberintos triviales que el camino es largo y retorcido, inabarcable para la mirada fugaz (caso excepcional entre los símbolos, casi siempre sinópticos), pero único e ineludible.
En el extremo opuesto, tenemos el mito del laberinto irresoluble, del que es imposible salir, incluso para su constructor, sin un providencial hilo de Ariadna o el Deus ex machina de unas alas de cera. Y si el laberinto simbólico es trivial, el mítico es topológicamente absurdo. Por complejo que sea un laberinto, es fácil salir de él sin más que observar ciertas reglas sencillas. En los laberintos conexos, aquellos en los que todas las partes están unidas entre sí, basta con tocar con una mano una de las paredes que flanquean el camino y avanzar sin despegarla nunca (e incluso en los inconexos sirve este truco si es lícito salir por la misma puerta por la que se entra). Y para los laberintos formados por varios cuerpos separados, hay sencillas estrategias de señalización que evitan repetir recorridos y conducen necesariamente a la salida o al centro. El matemático francés Édouard Lucas, experto en números primos e inventor de la famosa Torre de Hanoi, llevó a cabo en el siglo XIX un esclarecedor estudio de estos fascinantes objetos topológicos.
En un caso por defecto y en el otro por exceso, tanto el simbólico como el mítico tergiversan la verdadera naturaleza del laberinto, que no es ni trivial ni inextricable, sino sencillamente complejo, valga la paradoja. Como la vida misma. Como el mundo. Metasimbólica tergiversación que expresa la forma recurrente en que los simplificadores símbolos y los irracionales mitos distorsionan la realidad; una realidad abierta en la que el ser humano puede elegir su camino, pues casi nunca es único, así como enmendar sus errores y alcanzar sus objetivos sin la tutela de los dioses.
* Escritor y matemático