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Lo horrible de que te agreda un hombre y que la Policía actúe así

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Ayer salí de casa con Mamen, íbamos a cenar. A la altura de la plaza de Lavapiés, un poco más arriba del metro y del Carrefour Market, un taxi me cortó el paso. Literalmente. Frenó en seco en una curva (la que hay junto al Fratelli, a la altura de la calle Sombrerete) y se paró ante mí cuando íbamos a cruzar: “¿A dónde vas con esa minifalda tan guapa?”.

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Hace tiempo que decidí que iba a responder a todas y cada una de estas agresiones verbales. Le dije que iba donde me daba la gana, que acababa de acosarme y que era un machista de mierda. El tipo ya empezó a elevar el tono de voz. “¿Pero qué dices? ¿Estás loca? ¿Es que no puedo decirte si vas guapa o no?”. “No, no puedes, no he pedido tu opinión de mierda, eres un acosador”. Su siguiente insulto, viendo que dirigiéndolos a mi persona no iba a conseguir nada, fue, gritando: “Tu madre es retrasada”, mientras me señalaba con el dedo (tenía la ventanilla bajada en todo momento). Le grité que ni se le ocurriese volver a insultar a mi madre. Se lo dije hasta tres veces mientras él me miraba. Me escupió a la cara y dijo “zorra”. Arrancó rápido y bajó por la calle que va hacia el Carrefour. Me agarré a la puerta e intenté seguirle pero para que no me arrastrase por el suelo me solté. Vi que tenía toda la cara llena con su saliva y me puse a llorar.

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Mamen, que también había intervenido, cogió su número de matrícula. De los nervios se le olvidó un número y una letra. La matrícula tenía un 874 seguidos y después un JR. El agresor era delgado, llevaba gorra, tenía acento argentino, ojos claros y un poco de barba. Tendría no más de 35 años.

Llamé a la Policía llorando, conté lo que acababa de pasar. Me dijo que por favor acudiera a denunciar, que si estaba sola, le dije que no. Me pidió que apuntara todo lo que sabía, porque del miedo de me podía olvidar. “Apunta todo, incluso lo que recuerdes de su cara. No puedo enviarte una patrulla porque te van a decir lo mismo que yo. ¿Estás bien? Tranquila, ve a denunciar. La comisaría más cercana está en la calle Ronda de Toledo, 24”.

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Fui a la comisaría con Mamen, mientras íbamos hacia allí llamó a Radio Taxi por si nos podían ayudar. Es posible que el taxista que me agredió ni siquiera formara parte de Radio Taxi, pero es lo único que se nos ocurrió en el momento. Son 15.000 licencias de taxi en Madrid capital, y Radio Taxi agrupa 4.000 La mujer que la atendió por teléfono dijo que ese no era su trabajo. Que eran 4.000 matrículas y que ella no estaba allí para mirar matrículas. Le dijo que por favor se pusiera en nuestro lugar, que ella también era mujer, que no debe de haber muchos taxis con un 874 seguidos y un JR. “Mira, que me da igual, que yo no estoy aquí para ponerme en vuestro lugar”.

Llegué a la comisaría, me atendió un policía. “¿Qué pasa?”. Llorando otra vez le conté lo que había pasado. Transcribo la conversación:

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— ¿Vas a denunciar? No te va a servir de nada.

Esperé una hora y cuarto a que me atendieran. En la sala donde había que esperar había una pareja de ancianos y una mujer de unos 50 años que imagino que era su hija. A la anciana la habían asaltado en la calle. Le habían robado el bolso, según nos contó el marido. Cuando salieron, la hija me dijo: “Suerte. Hoy parece que hay que demostrar que eres inocente, que no eres culpable de lo que te ha pasado”.

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Entramos a denunciar. Cuento lo que ha ocurrido a un policía. Me pide que saque el DNI y mientras toma nota, otro policía que no estaba tomando declaración, solo en la sala, se pone de pie junto a mí y empieza a preguntarme. Transcribo la conversación:

— ¿Cómo ha sido eso?

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Parecía tratar de buscar una explicación por mi parte a lo que había ocurrido.
Que sí, señora, que sí, que todo el mundo es machista y todo el mundo es xenófogo [sic] y todo el mundo es lo que usted quiera. Ya está.

El policía que me atendía sigue tomándome declaración. Justo entra otra mujer que había llegado cuando yo estaba esperando para entrar a denunciar. Entra con su hijo y se sienta en la mesa de al lado. Denunciaban un caso de maltrato por parte de su marido, al que se habían llevado detenido.

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La mujer hablaba bajito, con la cabeza baja, era el hijo (adolescente) el que contaba lo que había ocurrido. Habían empezado a discutir y él había cogido un gramófono que tenía el chico y lo había destrozado. El chico había roto un jarrón en el suelo “para desahogarse”. El hombre se había puesto aún más violento (“ha cogido un cuchillo y ha empezado a rajar los cuadros”, contaba el hijo) y había acabado pegando a la madre. El policía que les atendía le contestaba así: “Pero no es la primera vez, ¿no?”. “No”, contestaba la mujer. “Ya tiene varias denuncias, pero luego vuelve a casa”. Ella se quedó en silencio. “Es que usted no tiene que dejarle entrar, ¿qué pasa, que luego pide perdón y vuelve?”. “Sí… Es que está en el calabozo y luego sale…”. El hijo interviene: “Antes tenía mal comportamiento, de carácter, pero es que ahora…”.

Es abominable. No merecemos nada como esto. Tampoco merecemos un cuerpo de seguridad que trate las agresiones así. Ni la mía, ni la de la mujer y su hijo, aún más grave. A esa mujer ese policía debía decirle que no era culpa suya, que estaban ahí para ayudarla, ¡para protegerla!, que cómo se sentía, que había hecho bien en denunciarle, que tienen a una psicóloga experta en tratar a mujer maltratadas para atenderla a ella y a su hijo, ahí, ahora mismo.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Medium.

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