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'El Ministerio del Tiempo': nada de ciencia, todo ficción

De la tecnología del Dr. Who a la magia de las puertas del tiempo

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Personajes de la serie ‘El Ministerio del Tiempo’, de TVE.

MADRID.- Difícilmente haya una idea más contraintuitiva que la de invertir la flecha del tiempo. La segunda ley de la termodinámica es taxativa: es imposible que la ceniza retorne al leño, o que las hojas caídas suban al árbol, o que los esqueletos recuperen su carne.

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El viaje en el tiempo ha adquirido un tirón en el imaginario al que ni la televisión se ha podido resistir

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Quizás la culpa la tengan Einstein y su relatividad especial; o quizás la cosmología y sus paradojas del espaciotiempo; o la física de los multiversos; o tal vez esas teorías, al desestabilizar el concepto de tiempo absoluto de cuño newtoniano, hayan contribuido en conjunto a dar credencias de respetabilidad a una lucubración ideada a finales del siglo XIX por H. G. Wells, el fundador de la ciencia ficción.

De la tecnología del Dr. Who a la magia de las puertas del tiempo

La serie, estrenada en 1963, se convirtió en un gran éxito de la cadena británica que todavía hoy sigue en pantalla. Medio siglo más tarde, TVE ha tomado el testigo con El Ministerio del Tiempo. Aquí también tenemos una saga de peripecias temporales emitida por una televisión pública con éxito, vista su repercusión en las redes y su legión de fans, los “ministéricos”; pero los parecidos acaban allí.

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La serie 'Dr. Who' de la BBC fue la primera en tratar los viajes en el tiempo.

‘Dr. Who’ no conoce límites en el espacio y el tiempo; en ‘El Ministerio’ solo se puede ir hacia atrás y a territorios sujetos a la jurisdicción de la Corona‘

La primera diferencia radica en el ámbito de la acción. Dr. Who no conoce límites espaciotemporales; en la serie española solo se puede ir hacia atrás y siempre a territorios sujetos a la jurisdicción de la Corona. Otra disparidad: en el precedente reina el espíritu de aventura; aquí se trata de misiones secretas encomendadas por la administración española. La preservación del pasado es un asunto de Estado y las travesías buscan evitar alteraciones de la historia nacional al servicio de intereses espurios.
Más curioso es el origen del ministerio. Su creación se remonta a los Reyes Católicos, a un pacto entre Isabel I y un rabino, por el cual este le confía el secreto de las puertas del tiempo a cambio de inmunidad frente a la Inquisición. Tales aberturas se distribuyen a lo largo y ancho de la piel de toro, y el ministerio las controla desde un vetusto edificio en apariencias abandonado, en el centro de Madrid.

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Una historia de hadas, no de ciencia

En cambio, en El Ministerio del Tiempo las mentadas puertas parecen más cosa de magia que de instrumental de laboratorio. Y si bien nunca se especifica el know-how de esos pasajes al pasado, la figura del rabino, un religioso asociado a saberes místicos como la cábala, enmarca a la serie de lleno en lo fantástico. Otro tanto hace el Libro de las Puertas que encierra su secreto, pues el libro prohibido es un tópico del relato maravilloso.

El guion no se dirige a cabezas amuebladas con la divulgación de Stephen Hawking sino con las novelas de Dan Brown

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Igual de revelador resulta el objeto de los afanes ministeriales, vale decir, los bienes o situaciones históricas juzgados dignas de protección. En la primera temporada, en tres ocasiones se trata de salvar bienes de valor artístico: las vidas de Lope de Vega y del Lazarillo de Tormes, y la restitución del Guernica de Picasso; en otras cuatro, bienes de índole política (evitar los asesinatos del Empecinado y de Isabel II, mantener la neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial, y proteger el secreto del ministerio).

¿Dónde están los científicos del pasado?

Esa llamativa ausencia es coherente con el papel testimonial que ocupa en la trama el patrimonio científico. Todo se reduce a un par de referencias a Ramón y Cajal; la primera cuando se discute el riesgo de que una bala perdida mate a un campesino en el siglo XVI y años más tarde el neurólogo aragonés no sea engendrado; la segunda, en el episodio de la Residencia de Estudiantes de Madrid, cuando se menciona su nombre de pasada junto al de Severo Ochoa entre sus ilustres residentes, menciones de inmediato eclipsadas por el protagonismo concedido a García Lorca, Buñuel y Dalí.

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Federico García Lorca en el capitulo 8 de la primera temporada, que transcurre en la residencia de Estudiantes de Madrid. En él se menciona a Severo Ochoa. RTVE.es

Un ministérico me dirá que ni Ochoa ni Cajal lograrían cautivar a la audiencia. La explicación no pasa por ahí, sino porque lo que de veras fascina a los creadores es la historia nacional; mejor dicho, la historia de España vista a través de las correrías del Alatriste de Pérez Reverte y las teleseries de época. Y esa fascinación no deja espacio a otras temáticas, como la científica.

El patrimonio científico de España se reduce a un par de referencias a Ramón y Cajal y a Severo Ochoa

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En ese sentido puede hablarse de una oportunidad perdida: la de combinar la enseñanza de la historia con la puesta en escena de hitos de la ciencia patria. Porque aunque en su trayectoria no hay mucho donde rascar, tampoco es un páramo desolado.

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