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El ocaso de la rebelión de los 'Brutos'

La victoria de Jeremy Corbyn en las elecciones internas del Partido Laborista
británico ha cambiado las tornas en la formación. 

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Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista británico. - REUTERS

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Jeremy Corbyn, según sus detractores, es el resultado funesto de un conjunto de aciagos factores que han permitido que la casualidad le lleve a ocupar el liderazgo del Partido Laborista británico. Digamos con precisión que es un líder que no tiene la capacidad de liderar a sus detractores, que no se sabe si son muchos, pero sí se sabe que son muy poderosos e influyentes: el lobby sionista que le acusa de anti semita; los sucesores de Tony Blair que le califican de loser, agitador e incapaz de ganar unas elecciones generales; y, finalmente, todo el espectro mediático del establishment británico que le acusa de incompetente e inapropiado no sólo para aspirar a liderar el partido de la oposición sino para ser el próximo primer ministro de Reino Unido.

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La mayoría de parlamentarios laboristas (que son abierta o embozadamente blairistas), asumieron el rol colectivo de Bruto y cual indefenso César navajearon en público a Corbyn

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Ante la impasibilidad de Corbyn que recibía cada andanada retórica como si oyera llover, algunos, ya con la voz quebrada y sabedores que no podían en su caso emplear apelativos que describen universalmente a cualquier político, llegaron a implorarle su renuncia: “Todos sabemos que eres un hombre decente, honesto y fiel a tus convicciones, pero el partido necesita un hombre con arrastre electoral para la victoria. Si sigues, estamos perdidos”

Corbyn no renunció, una mayoría abrumadora de parlamentarios laboristas le quitó la confianza (212 para censurarlo y sólo 40 en su favor) y se convocaron nuevas elecciones internas para definir el liderazgo del partido. Corbyn, un impresentable para la élite, contrariamente tiene un enorme carisma entre la juventud y en aquellos desafectos al discurso laborista que fomenta la responsabilidad fiscal y el carácter inevitable de la austeridad para que en algún futuro lejano el país pueda retornar al bienestar. La burocracia del partido maniobró de diversas maneras para impedir primero su candidatura y luego para que las decenas de miles de nuevos militantes que se afiliaron al partido no pudieran votar. Tras no conseguirlo, pusieron una valla de 29 euros para que cada nuevo militante pudiese acceder a su derecho al voto.

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Pero no todo es esperanza en el partido laborista después de la victoria de Corbyn. El establishment no va a quedarse cruzado de brazos y la demolición mediática que se avecina será colosal

La derrota de los conjurados contra Corbyn es quizás el último epitafio de la Tercera Vía, cuando Tony Blair y gran parte de la socialdemocracia europea renunció al socialismo y a la democracia de un plumazo, en aras de un pragmatismo asociado a la prosperidad: “Estando un solo día en el poder, se puede hacer mucho más que años protestando en las calles”, ése fue el lema con el que se renunció a la pureza ideológica. Y funcionó mientras la economía navegaba su ciclo expansivo. Ahora que éste está agotado, el pragmatismo ya no conduce a la prosperidad sino a la miseria y precariedad.

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