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El ratoncito Pablo Iglesias

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Íbamos a ver al "chico de la coleta" y, de repente, apareció el ratón Pablo Iglesias, que no es un ratón cualquiera sino un ratón providencial al que reverenciaría el propio Mickey Mouse. La metamorfosis se produjo a la vista de todos, en la presentación de Podemos en San Blas (Madrid), mientras el joven profesor relataba ese "cuento para niños" al que tituló Ratolandia y que era la transcripción palabra por palabra de la fábula con la que Tommy Douglas, el socialdemócrata canadiense padre de la sanidad universal, denunció en 1962 el hartazgo de la ciudadanía por la clase política.

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Se lo resumo: unos ratones muy buena gente y muy democráticos eligen cada cuatro años a sus representantes. Ganan primero unos gatos negros, que imponen unas leyes muy felinas para asegurarse el suministro diario de ratones. Desengañados, los roedores cambian de gobierno y llevan al poder al partido de los gatos blancos, cuya dieta es semejante. Prueban luego con gatos blancos y negros y hasta con gatos de lunares hasta que, por fin, un ratón tiene la idea del siglo: "¿Por qué no elegimos a un gobierno de ratones?". Acaba en la cárcel por comunista pero a su idea no pudieron encerrarla.

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A los cerca de 300 ratones que escuchaban a Iglesias aquello les sonó a música celestial. De no haber estado convencidos de que también era uno de ellos, el líder de Podemos habría pasado por el flautista de Hamelín, aunque sólo sea por algunos tics mesiánicos que a veces le salen, como es hablar de sí mismo en tercera persona: "Se creen que Podemos sólo tiene a Pablo Iglesias". Quizás se le pasen.

El caso es que Iglesias domina la escena y su discurso llega porque es de una simplicidad estudiadísima. Como los gatos y los ratones, hay buenos —la gente— y malos —la casta política y económica—; hay personas decentes y mafia; está el pueblo y los mangantes, y así. El concepto es maniqueo pero efectivo y, en ocasiones, bastante real. Dice lo mismo que otros, pero mejor, y hasta se atrevió a explicar lo que les diferencia de fuerzas como IU, a la que no mencionó salvo para alabar a Julio Anguita, "el comunista" que trata de ganar para su causa.

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La primera diferencia es, según dijo, "el método", esto es haber realizado unas primarias abiertas en la que podía votar cualquiera y en la que hubiera podido salir Espinete, mucho mejor que Ana Botella y con el que, según dijo, tiene algo en común: el pelo. Sobre el tema capilar volveremos más adelante, pero conviene citar antes la segunda gran diferencia, mucho más subjetiva: "la ilusión". Como explicó, lo fundamental no es tener razón o hacer el mejor diagnóstico. "Se trata de que se vayan estos sinvergüenzas". Así de sencillo.

La ilusión tiene para Iglesias una referencia temporal, la que animó a los españoles a votar en masa a Felipe González en 1982. Sería muy atrevido afirmar que este profesor de Ciencias Políticas bien parecido juega a ser González pero, al menos, lo sugiere. "No me llamo Pablo Iglesias por casualidad", dijo para explicar el origen socialista de sus padres. Y como González no se conforma con atraer sólo a la izquierda. "Ellos saben que soy de izquierdas, pero esto (que hay que echar a los políticos actuales) lo piensa la mayoría de la gente, vote lo que vote. Y si esa mayoría social vota se les acaba el chollo".

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De entrada y aunque lo niegue —"quien diga que representa al 15-M es un vendedor de crecepelo"—, el de Podemos se muestra como el paladín del movimiento, del que casualmente se cumplían ayer mismo tres años. ¿A qué si no vendría recordar con ironía que los que pedían que el 15-M se presentara a las elecciones callan ahora como muertos?

Como Douglas, que tomó prestada la fábula de Mouseland a otro político socialdemócrata, Clarence Gillis, Iglesias no ha inventado nada, pero el cóctel no le está saliendo nada mal. Del "sí se puede" de Obama, que en realidad, era el lema que los líderes del sindicato de trabajadores agrarios latinos emplearon durante una huelga de hambre de 25 días en Arizona, a la propia organización de Podemos y sus "círculos" bolivarianos, todos los ingredientes estaban en los manuales a falta de que alguien los agitara. Faltaba ponerle cara y hasta coleta al daiquiri. Eso es algo que Pablo Iglesias tendrá que agradecer, no ya a sus méritos, que los tiene, sino a esa derecha bastante rancia que le llevaba a las tertulias de la TDT como víctima propiciatoria, ignorante de lo que podían estar engendrando. Y de entre todos, al singular director de La Razón, que ayer también se hizo presente porque a todo yang le hace falta un yin. "Pablo, el látigo de Marhuenda", le gritó una señora en el paseíllo hasta la tribuna. Pues eso.

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"La medida del valor de un gobierno no es solamente el producto nacional bruto, tampoco el equilibro de la balanza internacional de pagos, no está solamente en la cantidad de reservas de oro. Seguramente el valor de un gobierno está en lo que hace por su gente, la medida en que mejora su calidad de vida, mejora la asistencia de salud, les da mejores medidas de seguridad, mejores estándares de valores morales. Eso es lo que hace grande a una nación". La cita no es de Iglesias sino de Douglas. Entre ratones anda el juego.

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