Este artículo se publicó hace 16 años.
La calidad de vida como estandarte
La antes gris y provinciana Girona, ahora encantadora y donde se vive simplemente bien, se plantea interrogantes
A media mañana de un martes, el centro de Girona está tranquilo, muy tranquilo. El barrio antiguo, crisol de vestigios árabes, cristianos y judíos configura una Toledo a la catalana y muestra su mejor cara. Buen comercio (y caro), calles limpias y zonas peatonales. Lo que hace 20 años era un marginal barrio chino que se caía a pedazos, es ahora una atracción turística para los visitantes de una Costa Brava que está a pocos minutos.
En Girona, se vive bien. Lo reflejan los indicadores y confirman sus gentes. Los gerundenses preservan con celo su calidad de vida controlando su crecimiento. Saben que si se comparte y masifica, se diluirá. Pero sería un error pensar que es un paraíso donde el bienestar todo lo abraza. Barrios como Santa Eugènia o Salt, con un alto índice de población inmigrante, luchan por no convertirse en guetos. El modelo de desarrollo (servicios, construcción y turismo) ha alterado el panorama, constata el geógrafo Narcís Sastre , un referente de la girosfera, la nutrida blogosfera local.
Sastre es miembro de la junta local de Òmnium Cultural, una entidad de solera dedicada a preservar la lengua e identidad catalana que vive una merecida y necesaria segunda juventud. "Hay miedo a que Girona se convierta en un barrio de lujo de Barcelona" explica sin dejar de poner el dedo en la llaga de los problemas de infraestructuras de la ciudad. Afirma que el hecho de que en la ciudad y desde los despachos de Barcelona muchos hayan entonado el Girona rai (que, muy libremente, se traduciría como "en Girona, todo va") ha causado "mucho daño" y les ha dejado en el vagón de cola en inversiones. Eso pese a transformaciones urbanísticas como la del barrio antiguo, que ha convertido la zona en un "experimento social" a modo de "pesebre".
La recuperación del barrio y las casas del río es cosa de Quim Nadal. Formalmente retirados de la política local, los Nadal, una adinerada y extensa familia, siguen levantando pasiones y preservando influencia. Quim, 23 años de alcalde le contemplan, es conseller de Política Territorial de la Generalitat, pero poco pasa en Girona sin su conocimiento. Él tuteló la gestación de los tripartitos locales en 2003 y 2007. En una zona proclive a CiU, muchos votan PSC y en Girona nadie los tilda de "sucursal del PSOE", porque está Nadal. Otro hermano, Manel, es su segundo en la Conselleria. Rafael dirige El Periódico y Pep fue rector de la Universidad.
Este último ha desayunado hoy con su amigo Guillem Terribas, propietario de la Llibreria 22. Fundada en los años agitados de la transición, la 22 perdura como centro neurálgico de la cultura local gracias a un librero con carisma y sabio. Mientras fuma, Terribas detalla los cambios que, en lo cultural, ha traído la democracia a una ciudad que fue "gris y provinciana". Pese a todo, detecta cierto "complejo de inferioridad" con Barcelona en una ciudad que mira al mundo "más curiosa e inquieta" y tiene algo que decir, por ejemplo, en el campo de la cinematografía, una de sus pasiones.
Girona es un remanso de tranquilidad. Quizás eso explica que, durante meses, sus ciudadanos se dedicaran a polemizar en torno a la estética de una farola gigante que el Ayuntamiento plantó ante su fachada. O que la última gran noticia haya sido el despiste de unos turistas. En lugar de besar el culo de una leona de piedra, en la plaza de Sant Fèlix, para, según dicta la tradición, volver a la ciudad, se equivocaron y se encaramaron a una columna de más de diez metros coronada por un león que se levanta en la Plaça del Mercat.
La ciudad que quema a la monarquía españolaEn octubre, jóvenes independentistas de Girona, vinculados a la Candidatura d'Unitat Popular, protestaban de forma casi rutinaria por la visita de los reyes y se les ocurrió quemar fotografías del monarca. Seguramente no se podían ni imaginar la que se armaría.
El caso llegó a la Audiencia Nacional y uno de ellos Enric Stern, de 19 años, fue condenado a pagar 2.700 euros. Stern explica que en la ciudad a la gente "le cuesta moverse", más desde que ERC e ICV gobiernan con el PSC. Narcís Sastre, en cambio, opina que el independentismo está "normalizado" y no necesita "autoafirmarse" de esa manera.
Las denuncias provocaron un efecto en cadena. Se quemaron retratos a cara descubierta en Girona, pero también en otras ciudades. Al final, según Stern lo que se consigió fue "reforzar la imagen de la izquierda independentista".
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