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Chaves, Griñán y Susana Díaz, paisaje después de la ‘traición’

El PSOE andaluz ha empezado a rehabilitar tímidamente la imagen de sus expresidentes, apartados tras el fraude de los ERE y forzados a dimitir por su sucesora en el cargo

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La presidenta andaluza y secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, junto a los expresidentes de la Junta José Antonio Griñan (i) y Manuel Chaves (d); el ex vicepresidente Alfonso Guerra (2i)¡ y la expresidenta del PSOE, Micaela Navarro,c., al comienzo del 13 Congreso del PSOE Andaluz que se celebra hoy en Sevilla. EFE/Julio Muñoz

sevilla,

Han tenido que pasar casi cuatro años para ver de nuevo a Susana Díaz junto a sus padres políticos, los expresidentes andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Nunca llegó a contar con la confianza plena del primero, y del segundo heredó la secretaría general del PSOE-A y la presidencia del Gobierno andaluz. Luego precipitó la caída de ambos, su dimisión, su salida del partido y su ostracismo público.

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La federación andaluza del PSOE se quedó huérfana y, a ratos, acomplejada. Unos dicen que los expresidentes se distanciaron “para no dañar la imagen del partido”, tras ser imputados por el fraude de los ERE; y otros acusan a la sevillana de haberlos apartado para “no dañar su propia imagen y su ascenso al poder”. La fractura interna tuvo un momento especialmente dramático hace un año. El 27 de febrero de 2016, Díaz congregó a todos los socialistas andaluces a un gran mitin, previo al 28F (día de Andalucía), y se rodeó de dos expresidentes de la Junta, Rafael Escudero y José Rodríguez de la Borbolla. Quedaron fuera del homenaje Chaves y Griñán, los últimos 22 años de gobierno en Andalucía.

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Este sábado a mediodía, Chaves y Griñán reaparecieron en el hall del hotel Renacimiento de Sevilla, donde se ha celebrado el XIII Congreso del PSOE-A este fin de semana. Les acompañaba el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, el vicepresidente de la Junta, Manuel Jiménez Barrios, el expresidente de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, el secretario de Organización, Juan Cornejo, y el portavoz en el Parlamento, Mario Jiménez. La multitud les aplaudió con saña, les abrió un pasillo a la entrada del salón del plenario, y ellos se detuvieron a posar ante las cámaras.

Susana Díaz no estuvo en esa foto, llegaría apenas tres minutos más tarde. Quien organizó aquel instante lo calculó con tiralíneas, quiso separar la entrada de Chaves y Griñán de la llegada de la presidenta. Cada uno con su momento y con su espacio, aunque al final se reencontraron todos en la primera fila del congreso y se fundieron en un abrazo. El PSOE andaluz ha empezado tímidamente a rehabilitar la imagen pública de sus expresidentes, que a final de año se sentarán en el banquillo acusados de prevaricación y malversación de fondos en el macrofraude de los ERE.

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Chaves y Griñán llevan inoculada la cultura de partido en la sangre, por eso reaparecieron para arropar a Susana Díaz, porque es su secretaria general, aunque ellos ya no sean militantes, porque tuvieron que darse de baja tras ser imputados por corrupción. A muchos socialistas les cuesta volver a verlos juntos, se les atragantan términos shakespearianos: amistad, intriga, traición, venganza, reconciliación. Pero la realidad no es tan dramática. El hilo que une a Chaves y a Griñán con Susana Díaz es la lealtad que ambos veteranos profesan al partido y a su líder.

Los críticos con la presidenta andaluza dicen que ésta nunca le profesó tanta lealtad a su secretario general, Pedro Sánchez, como sus predecesores hicieron con ella. En 2015, con una mayoría electoral insuficiente y viendo peligrar su investidura, Díaz se anticipó a la dirección federal del PSOE, y anunció por sorpresa que exigiría la dimisión de todos los cargos públicos imputados por delito, sin esperar siquiera a que se abriera juicio oral, como recogía el código ético del PSOE.

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La sevillana rebasó los estatutos de su propio partido y, por supuesto, anunció aquella decisión unilateralmente sin contar para nada con Sánchez. Lo hizo porque su potencial socio en Andalucía, Ciudadanos, le estaba exigiendo la cabeza de Chaves y Griñán a cambio de su apoyo en la investidura. Y ella se la entregó, soliviantando a la vieja guardia socialista, y provocando una de esas caras de pasmo de Pedro Sánchez ante las cámaras, de cuando era un líder que no lideraba.

En el libro Delfines y tiburones. La lucha por el poder en el PSOE (editorial Almuzara), del periodista cordobés Manuel Pérez Alcázar, se recoge ese momento dramático en el que Susana Díaz telefonea a sus padres políticos, después de haber anunciado su dimisión en directo por televisión, para explicarles por qué lo había hecho.

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—“Solo os pido que no habléis de mí”, le pidió Griñán a Díaz cuando ésta le telefoneó. En cambio fue Chaves quien llamó a la presidenta andaluza, “muy desencantado” con lo que había hecho, para mostrarle su enfado:

—“Me dejas al pie de los caballos. Tus declaraciones eran innecesarias, ahora has puesto el punto de atención sobre nosotros y esto va a ser un escándalo”, le espetó. Tras colgar, Chaves marcó el número de Griñán, su viejo amigo, con el que llevaba tiempo sin hablar tras el convulso relevo que vivieron en la dirección del PSOE-A. “Pepe, Susana nos ha matado. Es como si nos hubiera clavado un puñal”, le dijo.

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Con el tiempo, a pesar del daño personal, los expresidentes andaluces incluso entendieron por qué Díaz lo había hecho. El caso ERE había devastado al PSOE-A, había provocado la dimisión de Griñán en la Junta, y estigmatizado para siempre al Gobierno autonómico. La sevillana era entonces una estrella fulgurante de la política, necesitaba amarrar el pacto con Ciudadanos y aspiraba a liderar el PSOE federal.

Lo que no entendieron después los expresidentes fue la batalla interna que Díaz inició contra Pedro Sánchez para socavar su liderazgo, poniendo en peligro incluso la estabilidad del partido. Chaves llegó a verbalizarlo antes de dimitir, afeó a su pupila que constantemente estuviera desautorizando al secretario general del PSOE. El recrudecimiento de la crisis interna, que culminó con el derrocamiento de Sánchez a manos de los sanchistas, y el posterior fuego cruzado de las primarias agrandó más la brecha entre Chaves, Griñán y Díaz.

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Los tres han vuelto a reencontrarse en el XIII Congreso regional, al que la presidenta andaluza le ha dado un formato autoreivindicativo y de homenaje a los 40 años de vida del PSOE-A. Han vuelto por cultura y lealtad al partido, como siempre. Su presencia aquí constata que el socialismo andaluz, por mucho que discrepe de Ferraz, nunca emprenderá un camino en solitario, ni se escindirá, ni se constituirá como formación autónoma, como el PSC. Aunque ahora la lealtad esté dividida entre sanchistas y susanistas, y ambos se acusen mutuamente de ir a contracorriente de los principios que ha defendido el PSOE durante sus 137 años de historia.

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