Este artículo se publicó hace 2 años.
Desenterrar los nombres del 'paredón de España' en Paterna
Los familiares de los asesinados por el franquismo en la fosa 120 del cementerio de la localidad valenciana han restituido su memoria en un acto íntimo tras el hallazgo de 17 víctimas, cuatro desconocidas, y la identificación de cinco de ellas.
Salvador León
Madrid-Actualizado a
Ochenta y dos años pasaron en un día, era 26 de febrero en Paterna. El reloj, detenido desde que el 23 de octubre de 1940 el franquismo arrebatara la vida de las víctimas de la fosa 120, volvió a correr cuando, tras años de una lucha en la que muchos quedaron por el camino, comenzó el homenaje a las víctimas.
La ceremonia, un evento íntimo organizado por la Asociación de Familiares de Víctimas del Franquismo de la Fosa 120 de Paterna agrupó a tres generaciones (hijos, nietos y bisnietos) para honrar la memoria de sus familiares asesinados. En el acto se hizo entrega a los hijos de los represaliados de los restos de sus familiares y se realizó un pequeño homenaje en el que los familiares más jóvenes leyeron en voz alta los nombres de aquellos hombres cuya memoria quedaba al fin restituida.
El de la fosa 120 es un relato particular de los muchos que componen la intrahistoria silenciada de la represión franquista. Su ubicación en el lugar con más fosas comunes de España tras Madrid (tan sólo en el cementerio de Paterna hay 144 fosas) y su cercanía al conocido como paredón de España, que vio apagarse la vida de al menos 2238 asesinados, la convierten en un enclave esencial para comprender las cruentas labores de depuración y exterminio que bajo orden de Franco tuvieron lugar tras la finalización de la Guerra Civil.
De ella se sabía que albergaba al menos trece víctimas de entre las muchas que por aquella fecha eran sometidas a juicios sumarísimos y fusiladas. Aquellos trece cuerpos pudieron ser rescatados de entre los apilados en el carromato que atravesaba el pueblo para sembrar el terror, como aún recuerdan los mayores de la zona.
Aunque las esposas de los represaliados mantuvieron siempre en secreto el cargo de los asesinatos, a día de hoy sabemos gracias ellas que estos se debieron a una sentencia de adhesión a la rebelión por pertenecer al último equipo de gobierno republicano del municipio de Meliana. Fue tras su ejecución cuando las viudas pudieron recoger los cuerpos de sus esposos y sepultarlos en la fosa común con la esperanza de poder concederles un descanso digno algún día. Muchas de aquellas mujeres enfermarían en la soledad y en la pena a una edad temprana, mientras que otras tantas fallecerían prematuramente con la esperanza incumplida de recuperar la memoria de sus maridos.
Aquella esperanza por evitar el olvido de su sepultura ha podido verse aún a día de hoy reflejada en los azulejos que los familiares se encargaron de colocar con los nombres de los trece fusilados y que permitieron que, décadas más tarde, se haya podido averiguar con facilidad la ubicación de las víctimas. No obstante, la historia de la fosa trajo consigo un giro inesperado cuando, en las labores de prospección, fueron hallados diecisiete cuerpos en lugar de los trece que se esperaban, lo que unió a la gran incógnita de la identificación la existencia de nuevas víctimas de familia desconocida.
Al hallazgo lo sucedió el proceso de identificación, una tarea cargada de dureza para muchos familiares que sufrieron el rigor científico que una investigación como tal requiere. El ADN ha de mostrar una coincidencia de más de un noventa por ciento con el de las víctimas y algunas coincidencias de un setenta por ciento con los restos han dejado a muchos familiares a las puertas del reconocimiento oficial.
A esto se añade que las muestras comparables deben pertenecer a descendencia directa y masculina y, de no existir esta o no existir la proporción de coincidencia necesaria, sería necesario exhumar a hijos ya fallecidos de víctimas para comparar así sus restos, requisito que ha hecho que algunos familiares deseen no continuar con el proceso de identificación, el cual aún continúa en la búsqueda de la identidad de tres víctimas más. De él han emergido los nombres de Antonio Zaragoza Tamarit (albañil y alcalde), Jose Orts Alberto (chófer y concejal), Manuel Amorós Alacid (hornero de cerámica y presidente del comité de abastos del Partido Socialista), Francisco Ballester Ferrer (barnizador y alcalde) y Manuel Bauset Tamarit (albañil y sindicalista de la CNT).
Además de los procesos de comparación de ADN, a la tarea de identificación ha contribuido un peculiar gesto. Durante las labores de prospección, en las prendas de las víctimas fueron hallados objetos personales frecuentes en fosas de estas características, como pueden ser botones, cinturones y proyectiles que pudieron ser identificados como pertenecientes al ejército. Además de esto, un objeto común se repetía entre las pertenencias de varios de los asesinados: pequeñas botellas con un papel ya desintegrado en su interior. En ellas se encontraba escrito el nombre de cada uno de ellos por los familiares que las depositaron en los bolsillos de las víctimas. Aquel papel era una pista que, desde el pasado, los familiares de las víctimas se dejaban a ellos mismos y a las generaciones venideras, una prueba al fin recogida como un guiño entre distintos rincones del tiempo; una ayuda de aquellos que no pudieron llegar a contemplar la restitución de la dignidad y que sin embargo también poblaban ese presente en que se evocaba la memoria de la causa.
Tras más de ochenta años de silencio, el homenaje a las víctimas de la fosa 120 hace que una herida comience a cerrarse dejando aún muchas preguntas y desazones tras de sí. Pues, a pesar de la alegría con la que Amparo Belmonte Orts (presidenta de la Asociación de Familiares de Víctimas del Franquismo de la Fosa 120 de Paterna y presidenta de la Plataforma de Asociaciones de Familiares de Víctimas del Franquismo de las Fosas Comunes de Paterna) describe el ánimo de los hijos a la hora de recibir los restos de sus padres tras una espera interminable, no puede evitar lamentar que esta restitución llegue demasiado tarde.
Desde el inicio del proceso en 2017, dos de los hijos de las víctimas, Manuel Amoros y Liber Sancho, de casi 90 años, fallecieron sin poder contemplar su finalización. "Lo hemos hecho por el yayo y la yaya, no me pensaba que llegaría a verlo, pensaba que me moriría antes. Como Liber que empezó con nosotros y ha fallecido sin poder llegar a verlo", afirma Amparo Orts Granell, de 86 años, hija de otro de los fusilados de la fosa 120.
Al poso de amargura de aquellos que no llegaron a poder reparar su dolor se une el de los no identificados, para los que la asociación propone una solución digna aún en proceso de realización. Se trata de una reinhumación en el columbario del Memorial a las Víctimas del franquismo que será próximamente construido en el cementerio de Paterna y que servirá como garante de que a todas las víctimas cuyos familiares lo deseen se les proporcione una sepultura digna, que honre su memoria y que repare la deuda de una historia que lucha por recorrer el largo y tortuoso camino de la reparación.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.