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Jornaleros a la intemperie en Lepe tras las intensas lluvias de los últimos días

Las precipitaciones revelan la precariedad en la que habitan los trabajadores del campo en la provincia de Huelva.

Las tiendas de campaña y las chabolas afectadas por las lluvias, en Lepe.
Las tiendas de campaña y las chabolas afectadas por las lluvias, en Lepe. Raúl Bocanegra

Corre un viento frío entre las chabolas, construidas con materiales reciclados, cañas, palés, cartón, cuerdas, plásticos y cintas, mientras Coulibaly tiende la ropa. La mañana se ha abierto este viernes en Lepe (Huelva) después de varios días de lluvia, que han dejado a la intemperie a los centenares de jornaleros que viven en asentamientos a las afueras de la localidad, uno de los municipios freseros por excelencia. "Hay que aguantar. Si eres un hombre hay que aguantar", dice.

Coulibaly (no es su nombre real, este no lo quiere dar porque prefiere evitar problemas) es bracero, recogedor de naranjas –"con tijera"–. Dice que lleva un mes deambulando por la ciudad, durmiendo donde puede. Al principio, lo hacía en la estación de autobuses, hasta que lo echaron junto con sus compañeros. Después se ubicó, entre cartones, detrás de una gran superficie, pero "luego, una noche, llegó un chico con su coche" y le dijo, según cuenta: "Aquí no se puede dormir". Se refugió luego en un aparcamiento. Hasta que allí, un compañero que dejaba la chabola para irse a otros campos más acogedores, hacia el norte, le vendió su plaza. "Unos 200 euros", asegura que pagó.

Coulibaly pudo refugiarse en la chabola cuando llegaron las lluvias. Aun así se le inundaba por partes y tenía que levantarse a colocar los plásticos en su sitio. El ruido del agua contra el techo de plástico, el mismo plástico con el que se cubren las fresas que enriquecen a los comerciantes, es ensordecedor, hace un ruido de mil demonios y no se puede descansar en condiciones.

"Las inclemencias meteorológicas y los incendios son las dificultades a las que se tienen que enfrentar estas personas día a día. Sin duda, todas estos factores influyen directamente en la salud, tanto física como psíquica", se puede leer en el estudio Realidad de los Asentamientos en la provincia de Huelva, probablemente el más completo de los elaborados hasta la fecha sobre el tema, en el que colaboraron varias ONG

"Tengo dinero, pero no puedo alquilar", dice Coulibaly.

Algo menos de mil euros al mes, si trabaja todos los días –la lluvia muchas veces impide recoger la fruta–, puede ganar un jornalero experimentado y con documentación como él, que lleva desde hace 20 años –afirma en un estupendo castellano– de campo en campo (además de Huelva, va a Lleida –melocotón, nectarina, manzana– y La Rioja –la uva–) con breves paradas en la industria, en una fundición en el País Vasco –"cada vez que viene crisis, salgo, no he podido volver"–.

Las ONG, como Asnuci, que trabajan sobre el terreno –gestionan un centro de día y un albergue–, tienen claro lo que hay detrás de esta discriminación en el acceso a la vivienda: inacción institucional y racismo. El problema del chabolismo y de los asentamientos vinculados a la fresa no es en absoluto nuevo. Es un fenómeno bien conocido vinculado al boom de la fresa desde al menos el inicio del siglo. Es por tanto el tema de la vivienda de los trabajadores del campo un problema estructural y previsible –hay unas mil personas, el 90% hombres, que viven en chabolas en Lepe, la mitad con permisos de trabajo y residencia–. Y ahí sigue, por décadas ya, sin resolverse. Hay planes estupendos y bienintencionados que no se ejecutan y buenas palabras que se lleva el viento. Pero las chabolas perduran y los albergues no se ponen en marcha.

Y los jornaleros cuya casa son dos cartones y unas mantas duermen al raso.

Inseguridad

Un informe de la Junta de Andalucía del año 2017 ya recogía lo siguiente: "El alojamiento se convierte en el eje central de los problemas a los que tienen que hacer frente. Ante la práctica inexistencia de plazas en albergues, la casi imposibilidad de acceder al mercado de alquiler de viviendas, además de los problemas asociados al empadronamiento que algunos ayuntamientos niegan al no vivir en una casa convencional, nace la cruda realidad de los asentamientos". Un lustro después, este párrafo podría escribirse igual, según lamentan las ONG.

Prosigue el estudio de la administración autonómica: "Este modelo, basado en la vulneración de los derechos laborales y humanos de los trabajadores residentes en chabolas ha generado a su vez, por un lado, un proceso de competencia desleal, en el que empleadores diversos, agrarios o del sector servicios, hacen de la vulnerabilidad de los trabajadores la base de su rendimiento y utilidades, pudiendo ofertar o aceptar por sus productos precios por debajo en el mercado y, por otro, una latente amenaza mediática internacional, que pone en riesgo la cuota conquistada en el mercado internacional, con cuestionamientos sobre la calidad y origen poco ético de los productos agrícolas de la región".

"Parece que aquí nadie se da cuenta de lo importante que son", se lamenta Laura Seda, infatigable trabajadora de Asnuci. "La insalubridad, la inseguridad y la ausencia de acceso a recursos básicos son una constante que se repite en todos y cada uno de los asentamientos. Las personas que los habitan sobreviven, día tras día, con el riesgo de sufrir enfermedades (por falta de salubridad o encontrarse sin refugio ante las condiciones climatológicas), con una vida en estado de alerta, con la ausencia de recursos más básicos como el agua corriente y la electricidad, [además] de no tener cuatro paredes en las que poder refugiarse. El acceso a la vivienda no es un lujo sino un derecho y una necesidad (art. 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Por ello resulta inconcebible que haya personas que vivan en estas precarias condiciones debido, principalmente, a la ineficacia de las Administraciones Pública", se lee en el trabajo Realidad de los asentamientos.

Lluvia: tau

Las chabolas que hay a la vuelta del campo de fútbol de Lepe quedaron anegadas estos días. Este viernes, entre el aire frío que mueve las nubes densas y oscuras bajo un cielo azul eléctrico, los jornaleros se congregan a la puerta de una de las chabolas, al lado de las tiendas de campaña que han ubicado sobre palés para protegerse del agua, en las que han pasado las noches de lluvia. De pie, hablan de sus cosas. Son senegaleses. Uno de ellos es profesor de wolof, su lengua. En wolof, dice el profesor, lluvia se dice tau.

Detrás, mientras los hombres conversan de sus cosas, otros vienen con garrafas de agua, que traen en un carro de supermercado desde el cementerio, a unos 500 metros. Se reparten los bidones. Detrás de ellos, se ven unos sofás empapados y unas vallas de las que cuelgan ropas y sacos de dormir: a ver si secan. En el techo de las chabolas, hay zapatos, maletas, utensilios de cocina… Todo lo que ha acabado empapado.

Hay quien, según ha constatado Asnuci, ha perdido entre el lodo la documentación, los papeles.

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