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El maestro republicano que secuestró un transatlántico para hundir el franquismo

Pepe Velo, dirigente del DRIL en el exilio, fue el ideólogo de un utópico plan para socavar las dictaduras de España y Portugal en 1961. Al frente de 24 guerrilleros, asaltó un barco en el Caribe para sublevar las colonias africanas y propagar la revolución a la península Ibérica. Se llamaba Santa María, pero pronto fue rebautizado como Santa Liberdade.

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Pepe Velo, ideólogo del secuestro del transatlántico Santa María, durante uno de sus entusiastas discursos.

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El gallego no protesta, emigra. Pepe Velo, sin embargo, protestó y por eso se vio forzado a la emigración, que en realidad era destierro. Allí, fondeado en el desarraigo, había un exilio de ultramar convencido de que le correspondía a ellos, como expatriados forzosos, liberar a España. Él también lo creía así, por lo que ideó un utópico plan para quitarle el yugo a los súbditos de Franco y Salazar: secuestraría un trasatlántico en el Caribe, tomaría rumbo a África, sublevaría Guinea Ecuatorial y Angola, y propagaría la revolución de las colonias a la península Ibérica. El barco elegido tenía capacidad para 1.500 personas y se llamaba Santa María, aunque los insurrectos pronto lo rebautizaron como Santa Liberdade.

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Corre entonces el riesgo de ser expulsado, pero su causa se internacionaliza gracias a la ayuda de Humanitarian Service, una organización mormona que presta socorro a los refugiados, sostiene José Ramón Campos Álvarez en la tesis La emigración gallega a Venezuela (Complutense). Rómulo Gallegos, presidente venezolano y simpatizante republicano, se interesa por su caso y, gracias a él, logra hacerse con un pasaporte de emergencia expedido por el Consulado de Venezuela en Lisboa. Válido para un sólo viaje, finalmente embarca rumbo a Caracas.

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Pepe Velo, tercero por la derecha, en el Congreso de la Emigración Gallega de Buenos Aires. / FOTO-CINE E. GONZÁLEZ

Una vez en la capital venezolana, siguió ejerciendo de profesor en el Orto, un colegio progre con predicación entre los republicanos, y en la Escuela de Administración del Ejército. También presidió el Lar Gallego, fundado por veintiocho exiliados antifranquistas, en su mayoría progresistas, sin relación alguna con la legación diplomática española. Ésta la consideraba una asociación “peligrosa dominada por los comunistas”, como recoge el libro El asociacionismo en la emigración española a América (Uned), de Juan Andrés Blanco Rodríguez. Eran unos apestados para la Embajada, que no toleraba que la sede estuviese presidida por una bandera gallega y otra republicana, que le hubiesen prohibido la entrada al embajador y que la peña de ajedrez se llamase Alexandre Bóveda, el motor del Partido Galeguista, fusilado en 1936.

Además de prestar servicios médicos y odontológicos a los emigrantes gallegos que vivían en precario, organizaban conferencias y actividades culturales. El ajedrecista argentino Miguel Najdorf, por ejemplo, visitó sus salones. Era un fenómeno que batía los récords que él mismo iba estableciendo: llegó a jugar 250 partidas simultáneas y 45 simultáneas a ciegas, o sea, sin ver el tablero y memorizando los movimientos. Los rivales, exhaustos, tenían que ser relevados, hasta casi duplicar su número al final del desafío. Su memoria era prodigiosa: en una ocasión, una persona le comentó que había jugado contra él en una exhibición, pero el gran maestro internacional era incapaz de recordarlo. Cuando le dijo cuál era el tablero, Najdorf no sólo evocó el juego sino el momento exacto del jaque mate. Otro visitante ilustre del Lar fue un bisoño Bobby Fischer, campeón mundial de ajedrez entre 1972 y 1975. El escritor y galleguista conservador Ramón Otero Pedrayo, sin embargo, rechazó la invitación durante una visita a la ciudad, pues temía ser represaliado cuando volviese a España. Una negativa que decepcionó a Velo, mosqueado con Camilo José Cela, quien tampoco se dignó a intervenir en el hogar gallego.

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Pepe Velo fue un “extraordinario orador” con un “encanto carismático que cautivaba a quienes lo escuchaban”.

No temía a los dictadores propios ni ajenos. En Pepe Velo (Xerais), Antonio Piñeiro rememora el discurso que pronunció en 1956 para conmemorar el Estatuto de Autonomía de Galicia, que no llegó a entrar en vigor debido al estallido de la guerra civil: “La libertad sólo es posible en la democracia, y es por eso que nosotros somos partidarios decididos de la democracia. Pero en España, además, la democracia sólo es viable dentro del sistema republicano, y es por eso que nosotros somos partidarios incondicionales de la República”. Otros socios, en cambio, sucumbieron ante las presiones de la dictadura española, que azuzaba a su vez al Gobierno venezolano. Cuando sus entonces mil miembros fueron advertidos de que podrían tener problemas si viajaban a España, casi dos tercios decidieron darse de baja.

De izquierda a derecha, el periodista Urbano Rodrigues y el triunvirato formado por Galvao, Velo y Sotomayor.

Celso Emilio, en su libro A taberna do galo, clava a Velo: “Alto, flaco, de larga nariz, fue un orador nato de la escuela de Basilio Álvarez. Hablaba con voz tronante poniendo los brazos abiertos coma un Cristo campesino. Sus palabras, que le brotaban de un manantial profundo, era convincentes, llenas de sentido popular. Era un gran poeta, si de escasa obra, de abundantes desventuranzas”. Su primera poesía, Alciprés, la había publicado en la revista Nós a los diecinueve años, uno antes de fundar Cartafol de poesía junto al autor de Longa noite de pedra. Elixio Rodríguez, su “hermano” en las Mocedades Galeguistas y compañero de mítines en las ferias de la comarca que lo vio nacer, lo recuerda como un “nacionalista a ultranza, activo e inteligente”. No obstante, como recoge Lois Pérez Leira en el libro Protagonistas de una epopeya colectiva, sobre todo era un “extraordinario orador” con un “encanto carismático que cautivaba a quienes lo escuchaban”.

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El paquebote Santa María tenía capacidad para 1.500 personas, entre pasajeros y tripulación.

El asalto al cuartel Moncada, como preludio del derrocamiento del dictador Batista y la ascensión al poder de Fidel Castro en Cuba, animó al Directorio Revolucionario a trazar una acción propagandística de envergadura. “Todo sucede en un año clave, cuando el PCE ha renunciado a la lucha armada y los libertarios la han ido marginando progresivamente; los viejos maquis se han quedado aislados; los sindicatos se han anquilosado en el exilio; y el anarquista Quicó Sabaté, un referente para los más jóvenes, hace un año que ha muerto”, explica a Público Xavier Montanyà, autor del libro Santa Maria. Pirates de la llibertat. “Los hijos del exilio, ya universitarios, perciben que el mundo está cambiando y que África camina hacia la independencia, de ahí que vean con buenos ojos el resurgir de la acción antifranquista”.

Los militares portugueses Humberto Delgado y Henrique Galvao. / ARCHIVO MÁRIO SOARES

La nave cubría la ruta Vigo-Lisboa-Madeira-Tenerife-La Guaira-Curazao-San Juan de Puerto Rico-Miami, por lo que el plan inicial pasaba por embarcar el 20 de enero de 1961 durante la escala en el puerto venezolano de La Guaira. Si bien los secuestradores tenían un grave problema: no había dinero para armas ni para los pasajes, pues no contaban con la bendición de los partidos comunistas ni, por extensión, de Moscú. Tuvieron que hacer un fondo común, aunque buena parte del presupuesto procedió de los ahorros de Sotomayor, según Federico Fernández Ackerman, su hijo y también miembro del comando, compuesto por veinticuatro hombres. Aun así, ocho o diez tendrían que acceder de forma clandestina. “Galvao se movió bien poco, al contrario que Velo y Sotomayor”, asegura Martiz. El capitán portugués, además, no podía ser visto en Venezuela para no levantar sospechas, porque era muy conocido, por lo que tuvo que embarcar en la isla de Curaçao un día después de que la mayoría lo hubiese hecho en La Guaira, no sin inconvenientes.

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2ª entrega: Instrucciones para secuestrar un transatlántico e instaurar la República

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