Este artículo se publicó hace 16 años.
La política del protocolo y los otros mártires del 2 de mayo
Recepción en la Real Casa de Correos de Madrid: la guardia pretoriana de la baronesa Aguirre se multiplicaba con discreción para intentar desmontar la tesis de que el Partido Popular tiene que encontrar a su Zapatero
Gonzalo López Alba
Había ayer más morbo que canapés en la Real Casa de Correos de Madrid, que acoge la Presidencia de la Comunidad en la emblemático kilómetro cero de la Puerta del Sol. Pero duraron más los canapés que el morbo.
El surtido de entrantes lo inauguró con puntualidad británica -no en vano fue embajador en aquellos pagos- Manuel Fraga, seguido por Mariano Rajoy y Alberto Ruiz Gallardón. Lo acabó Esperanza Aguirre con un reparto igualitario de besos y la reserva de una ración extra para el presidente del PP, en forma de una charla de duración suficiente para que todas las cámaras pudieran plasmar la escena de la tregua, que costó al jefe de filas de los conservadoras un madrugón a la seis de la mañana para poder llegar desde Pontevedra -adonde se había ido con su familia a pasar el puente- a tiempo de rectificar con su presencia el anunciado plantón a su baronesa.
Se ofreció luego a los invitados una degustación de protocolo, una de las más viejas artes de la política. La ausencia de María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, dejó vacante un asiento en la primera fila, el que acabó ocupando Rajoy a la diestra de la anfitriona. El protocolo movió las sillas de tal modo que la ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, que acudió en representación oficial del Gobierno, se vio desplazada del flanco izquierdo de la presidenta madrileña por su vicepresidente, Ignacio González, con lo que el alcalde Gallardón, sentado al lado de la ministra, hubo de correr asiento también. Así, en el encuadre principal, la lideresa conservadora, vestida de verde esperanza, quedó flanqueada por su jefe de filas y su segundo de a bordo.
Pizarro, la ‘cruz' de SorayaEntre medallón y medallón, hubo tiempo para constatar que a Manuel Pizarro no le callan ni bajo el agua, para castigo de su portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría, a la que, sentada a su vera, de nada sirvió el parapeto de su abanico.
Convertido en rara avis ahora que la moda es que los políticos se pasen a la empresa privada, el ex presidente de Endesa demostró que también se puede ser protagonista siendo diputado raso.
Por si nadie había reparado en su presencia, no dudó en abalanzarse hacia el estrado para recoger del suelo lo que le cayó del bolsillo a Miguel Quadra-Salcedo cuando extrajo una moneda antigua. Puesto que el objeto era tan minúsculo que nadie pudo apreciar de qué se trataba, Pizarro se explayó en exhibirlo y explicarlo hasta conseguir desviar la atención del discurso de agradecimiento que el periodista-aventurero hacía en nombre de todos los condecorados por la Comunidad.
Lo que no logró Pizarro con su despliegue escénico fue sacar de su sopor a Fraga, aunque como dijo Camilo José Cela, sorprendido en pose similar siendo senador: "No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo".
Al "durmiendo" del presidente fundador del PP le puso letra Alberto Ruiz-Gallardón, que fuera uno de sus más jóvenes y aventajados discípulos -secretario general de Alianza Popular con tan sólo 28 años- parodiando al también galaico Pío Cabanillas cuando, en tiempos de las guerras fratricidas en UCD, dijo aquello de: "Cuerpo a tierra que vienen los nuestros".
Ayer, según dijo el alcalde, era un día "para llevarse bien, incluso entre los políticos de un mismo partido". Por lo menos, para guardar las apariencias, porque hubo quien pudo escuchar al alcalde pullas por lo bajini contra Aguirre.
Rompían la solemnidad de la parada militar algunos devotos de la baronesa madrileña al grito de "¡Espe, resiste, eres la mejor!" cuando el alcalde no pudo reprimirse de comentar: "Aquí los únicos caídos son los del 2 de mayo". Queda a la interpretación de cada quien si acusaba de victimismo a Aguirre o si él mismo se reivindicaba vivo. Menos susceptible de interpretación fue otra de sus apostillas: "Éste es el gran ejemplo de la derecha liberal y educada que tenemos en mi partido".
Tras las brochetas llegaron los rollitos de primavera. Mientras que la presidenta estaba entregada al besamanos que cumple al anfitrión, Ruiz-Gallardón hacía corrillo con Rajoy para hablar de la exquisitez de la lamprea, ese pez resbaladizo semejante a la anguila que se alimenta absorbiendo la sangre de sus presas vivas.
Luego se fue Rajoy a decir a los periodistas aquello de "todo bien", Ruiz-Gallardón a cuidar sus predios y Pizarro a hacer ostentación del laurel que se atribuye de ser "el diputado más votado" -una cuenta harto difícil no habiendo encabezado ninguna lista-, llevando de escudero al renacido Pedro Schwartz, el padrino político de Esperanza Aguirre.
Mientras, la guardia pretoriana de la baronesa se multiplicaba con discreción para intentar desmontar la tesis de que el Partido Popular tiene que encontrar a su Zapatero. ¿Por qué no a su Ángela Merkel?
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