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Segundos fuera

La campaña entra en su fase decisiva con la atención pública puesta en los dos cara a cara.

GONZALO LÓPEZ ALBA

Cuando a las 22.00 horas de pasado mañana Manuel Campo Vidal, en el papel de speaker, concluya la presentación de los dos contendientes y golpee la campana que anuncia segundos fuera, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy quedarán solos ante el peligro: millones de españoles que esperan sentirse reafirmados en su voto o aguardan un argumento, o una emoción, que lo decante.

Será el momento culminante de la campaña electoral, tan sólo tres días después de su comienzo oficial, pero tras semanas de intensa precampaña. En los siete días que mediarán después hasta el segundo cara a cara, al lunes siguiente, los argumentos se verán engullidos por el posdebate televisivo: quién ganó, quién perdió, en qué acertaron, en qué se equivocaron, por qué...

Si esta previsión se cumple, el duelo al anochecer del lunes, que abrirá el aspirante conservador y cerrará el líder socialista, actual poseedor del cetro presidencial, será la última gran oportunidad de ambos para fijar con nitidez los perfiles de la elección que se dilucida el día 9. Los últimos cinco días de campaña, aunque en el primero de ellos se celebre la revancha, estarán inevitablemente centrados en los llamamientos a la movilización.

Si no hay KO, algo que los expertos juzgan altamente improbable y cuyos efectos pueden ser indeseables -Aznar provocó la movilización de los socialistas cuando sorprendió a González en su primer debate-, la afición se inclinará en gran medida por el estilo, pues el tiempo de las ofertas ya pasó.


 

Arrancó Zapatero su precampaña con la versión española del 'yes, we can' (sí, podemos) del demócrata estadounidense Barack Obama, 'España puede', aunque, paradojas de la política, es en la campaña de Hillary Clinton donde la empresa de publicidad contratada por el PSOE tiene un corresponsal.

El tuétano de su propuesta para obtener un segundo mandato presidencial debía ser dejar definitivamente atrás la vieja España del sol y la pandereta para, esta vez sí, subirla a tiempo a la locomotora de la nueva revolución tecnológica, tras haberla puesto a la vanguardia en el reconocimiento de nuevos derechos y libertades individuales. Un proyecto de éxito colectivo, con las medidas de protección necesarias para que nadie quede descolgado. Sacar a España del 'rincón de la historia', pero sin servir de palafreneros de EEUU.

La estrategia era sencilla. Generar ilusión, optimismo y confianza, lo que la mayoría de ciudadanos del mundo espera de sus líderes, donde quiera que sea, desde que el 11-S sembró el pánico universal. Y a optimismo, una palanca de acero en política a pesar de la frecuencia con que es despreciado, no hay quien gane a Zapatero. Dice quien ha visto a ambos que de los mítines del líder socialista se sale alegre y apesadumbrado de los de Rajoy.

Otra cosa es la confianza, la que emana de un halo de autoridad tantas veces confundido en España con el autoritarismo, quizás como resultado de una creencia atávica en que la razón está de parte de quien habla más alto o de una historia preñada de caudillajes desde los tiempos de la guerra de la independencia frente a Napoleón, por no remontarse a Viriato. Por este flanco atacó Rajoy, intentando transmitir seriedad y fiabilidad, aunque con el handicap de un curriculum como gobernante que, cuando menos, lo pone en cuestión.

En eso llegó la economía...

En eso llegó la economía y la idea de crisis -que no es sinónimo de desaceleración- propalada por la derecha, que se compadece poco con datos como la explosión de ventas de champán, consecuencia de un boom de productos delicatessen.

El acierto en la generación de un desánimo colectivo resultó más poderoso que el intento de combatirlo con la evidencia de datos tan objetivos como fríos, confirmando el principio de que acaba siendo verdad lo que la gente cree verdadero.

Tuvo más peso la acechanza de la incertidumbre que hechos como que la Francia de Sarkozy, el espejo populista en el que ahora se mira Rajoy y durante tantos siglos España, aspira a conseguir en 2010 un déficit del 2,5% mientras España dispone de una hucha del 2,5 %, es decir, de 5 puntos de ventaja para hacer frente a las consecuencias todavía imprevisibles de la crisis financiera estadounidense.

Con los españoles contando los céntimos de euro que antes desdeñaban a causa de la inquietud generada por la subida de los precios y de las hipotecas -también datos objetivos, pero más calientes- y, sobre todo, por el temor a que vuelva a desbocarse el paro, el PP lanzó la subasta de las rebajas fiscales y la estrategia de Zapatero zozobró ante un ánimo colectivo de desasosiego.

Aprovechó el PP el momento para desplegar su batería de propuestas populistas importadas de Francia, dirigidas a remover la pasión en lugar de a movilizar la razón. Se generalizó entonces entre la opinión publicada, con el refrendo de las encuestas, la impresión de que el PP le había robado la iniciativa al PSOE y que, sorprendentemente, el partido del Gobierno se movía a la defensiva, aunque, llamativamente, los sondeos revelan que es inferior al 10% el porcentaje de votantes que recuerda la principales promesas electorales.

Mientras esto era que lo que se percibía en la superficie, el PP estaba facilitando el rearme ideológico de Zapatero con la ayuda inestimable del flamear de sotanas, del pírrico triunfo de doña Cuaresma y del vocinglero Arias Cañete -émulo de Zaplana y Acebes-, que dejan sin credibilidad el intento de Rajoy de presentarse como el dirigente moderado y firme que ha demostrado no ser durante los últimos cuatro años.

Con estos involuntarios quintacolumnistas en el PP y con el CIS al rescate de un Zapatero que entona de nuevo el mantra de 'España puede', la campaña vuelve por los derroteros de la casi siempre eficaz contraposición izquierda/derecha.

Ahora se ha instalado la atmósfera de que todo depende de los cara a cara televisivos. Serán proclamados ganador y perdedor, pero, con independencia de lo acertado del veredicto mediático, lo que es seguro es que contribuirán a polarizar la campaña.

El voto útil ya calienta en la banda.

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