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Vaciamadrid, la aldea de Madrid arrasada por los golpistas en la guerra civil

Rivas nace de la unión de dos pueblos: Rivas de Jarama y Vaciamadrid. Este último queda en medio de los dos frentes durante la batalla del Jarama, siendo totalmente devastada.

Vaciamadrid tras la guerra civil, en 1939. - Cedida por el Archivo Municipal de Rivas Vaciamadrid.
Vaciamadrid tras la guerra civil, en 1939. - Cedida por el Archivo Municipal de Rivas Vaciamadrid.

Aitana Pérez

Valle del Jarama. Febrero de 1937. Con los últimos vestigios del invierno, llegaba el tercer intento de Francisco Franco de asediar Madrid. Tras el fracaso de los golpistas en Casa de Campo, donde no consiguen doblegar a las fuerzas republicanas, y el posterior fracaso fascista en la carretera de la Coruña, Franco apuesta por cortar la carretera de València.

El objetivo era muy claro: aislar Madrid, estrangulando su principal vía de comunicación con València, sede del Gobierno republicano en aquel momento. Así comenzaba, hace 86 años, la batalla del Jarama, uno de los episodios más cruentos de la Guerra Civil. Aquello dejaría una huella inmutable en la región, especialmente en un pueblo: Rivas Vaciamadrid.

Rivas Vaciamadrid nace en 1845 como resultado de la unión de dos aldeas: Rivas de Jarama y Vaciamadrid. Esta última, situada junto a la A-3, queda en medio de los dos frentes en guerra. El fuego arrasa totalmente el pueblo, hasta el punto de necesitar su completa reconstrucción en el año 1959, al otro lado de la carretera. Las familias que regresan de la contienda vivirán, durante dos décadas, en chozas de adobe construidas con sus propias manos. Hoy, apenas se conservan las ruinas del antiguo Vaciamadrid, cuyo recuerdo sólo es posible a través de las fotos.

Así lo explica Manuel Castro, miembro fundador de 48 años de la asociación Jarama 80, dedicada a la conservación de la “memoria democrática” de la batalla del Jarama. “El intento de los fascistas era bajar por los cortados del valle, tomar Vaciamadrid, y cortar el Puente de Arganda. Lo que ocurre es que no logran bajar de los cortados, y se queda Vaciamadrid en medio del fuego”, narra a Público.

Antes de la batalla, la vida en Vaciamadrid fluía con la cadencia lenta y serena del campo. Las familias se dedicaban a la agricultura o a la cría del ganado. Así lo relata Juan José Castell, uno de los pocos vecinos de toda la vida del municipio. “El pueblo era totalmente de obreros. Tenía un buen ayuntamiento, tenía una iglesia y el colegio estaba pegado a la carretera”, explica a Público. “Lo que pasó es que allí pilló la batalla del Jarama y se destruyó todo. Todo, vamos”, añade. Fortín de la batalla del Jarama. - Imagen cedida.

“Antes de la guerra”, recuerda Gregorio Salcedo, director del Museo de la Batalla del Jarama, en Morata de Tajuña, “la gente vivía sobre todo del campo. Había muy, muy poquita industria, o ninguna. Y la mayoría eran labradores”. La ofensiva del Jarama terminaría con la calma del pequeño pueblo campesino de Vaciamadrid. 

Al fin y al cabo, esta batalla es considerada por muchos historiadores como una de las primeras batallas modernas de la Guerra Civil. Un combate a campo abierto con una enorme concentración de armamento y de contingentes, tanto de aviación como de artillería pesada. “Sería un ensayo de lo que luego sucedería en la Segunda Guerra Mundial”, concreta Gregorio. 

Tal magnitud de confrontación obligó a huir a la población local. “El traslado de la gente que vivía aquí se hizo sobre todo a Cuenca y a Morata, y hasta el año 39 no empiezan a volver los vecinos. Y vienen a cuentagotas, porque no había sitio para vivir”, explica Manuel.Dos largas décadas de chabolas de barro y paja

Juan José llega en el año 1949 a Vaciamadrid, con 14 años. “Unos tíos míos se vinieron aquí cuando terminó la guerra, a sembrar. Y mi madre, que se quedó viuda en la guerra con cuatro hijos, me mandó a mí, que era el mayor, a vivir con mi tía”, narra.

Al volver del frente, las familias apenas se encontraron con las ruinas de su antiguo hogar, viéndose obligadas a construir chabolas de paja y barro, adosadas a las pocas tapias que quedaron en pie. “Nosotros vivíamos, cuando vinimos aquí”, relata, “en lo que eran las ruinas del Ayuntamiento, en unas paredes grandes. Ahí, como pudimos, hicimos vivienda para poder meternos. Y eso que ahí vivíamos 13 o 15 personas, y teníamos hasta animales, pero no nos podíamos meter en otro sitio”.

Pepe Pampliega, primo de Juan José, recuerda perfectamente la vida de posguerra. “Después de la guerra, queda todo derrumbado, y la gente hizo ese tipo de chabolas. No había casas, ni servicios, ni nada de nada. Había chabolas, hechas por nosotros mismos. Y el servicio era el orinal, y a los basureros. No había ni agua, la traíamos del río Jarama en cántaros”.La familia Pampliega, frente a las ruinas del Ayuntamiento de Vaciamadrid. - Imagen cedida.

Dos largas décadas de chozas de adobe. A eso se enfrentaron las familias de Vaciamadrid tras la contienda. Veinte largos años de espera, en los que Vaciamadrid queda sumida en la incertidumbre y la precariedad de la posguerra. “Durante estos años, vivíamos unas 700 personas o así, entre el casco y todas las fincas. Vivíamos los trabajadores”, relata Pepe.

“Nos apañamos como pudimos”, recuerda Juan José. Destruido el ayuntamiento, éste iba turnándose de finca en finca. “Después de la guerra, estuvo un tiempo en El Piul. Luego, se lo llevaron a la Finca del Porcal, y así sucesivamente”, narra Pepe. 

La vida pública tuvo que adaptarse al deterioro causado por la batalla. Una situación que se prolongó durante años, pero en la que los vecinos del pueblo no abandonaron sus tradiciones, como las fiestas de San Isidro. “Las fiestas patronales se trasladaron a la Finca del Porcal. Ahí se hacían los festejos, San Isidro… Y había hasta vaquillas. Las fiestas se siguieron haciendo en el Porcal hasta que se inauguró el pueblo nuevo”, explica Pepe.Pepe Pampliega con su sobrina en brazos frente a las ruinas del Ayuntamiento. - Imagen cedida.

La guerra había destrozado también el colegio. A falta de una escuela, de pupitres y de maestros, sería el guardagujas del ferrocarril quien se ocuparía de la educación de los niños. “Todos los chicos de mi época sabemos leer y escribir por él”, rememora Pepe, que no llegó a ver un colegio “de verdad” hasta bien entrada la dictadura. “Con la guerra, queda el colegio destruido también, y no lo hicieron hasta el año 59. Así que nos enseñaba él, sin recibir un duro a cambio”. 

La batalla del Jarama destruyó Vaciamadrid. Los ruegos de los terratenientes lograron que el pueblo formara parte de los planes de la Dirección General de Regiones Devastadas, la “institución de la colonización por parte de la dictadura de determinados territorios, que les interesaba repoblar después de la guerra”, expone Manuel. 

Estos tardarían décadas en dar sus frutos. Así, el 23 de julio de 1959 se inauguraba el nuevo vecindario, al otro lado de la A-3. Esta edificación incluía la iglesia, el nuevo ayuntamiento, y varias viviendas. “Lo primero que hicieron fue la iglesia, y veíamos cómo subían las piedras desde una chabola que teníamos en el parque”, recuerda Pepe. 

Las últimas ruinas del pueblo original de Vaciamadrid fueron demolidas en los años ochenta. “Lo único que tenemos es la pila bautismal”, explica Juan José, “que primero se puso para que bebieran los animales agua. Y después, se puso en la iglesia que tenemos ahora”. Todo lo demás ha cedido ante el implacable paso del tiempo. Y de la guerra. 

Una vez en democracia, Rivas Vaciamadrid ha luchado incansablemente por conservar su historia. En este sentido, el Ayuntamiento y distintas asociaciones de vecinos han coordinado múltiples proyectos para preservar y musealizar la memoria de lo que sucedió en el municipio hace años, censurado por la dictadura. Desde el inventario de los restos de la guerra, hasta campamentos internacionales de trabajo y acondicionamiento de las trincheras, o la organización de rutas, en las que aún se pueden recorrer las construcciones de la guerra y las cicatrices del enfrentamiento. 

Una lucha por una “memoria necesaria”, según Manuel. Especialmente en Rivas, que se ha convertido en un municipio residencial en constante crecimiento demográfico. “La gente ha venido de fuera, y hay poca gente que conozca la historia del pueblo. Es necesario reivindicarla para no perderla”, concluye.

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