Este artículo se publicó hace 16 años.
Zapatero II
Gonzalo López Alba
La composición del Gobierno diseñado por José Luis Rodríguez Zapatero tras ampliar su mayoría electoral el 9 de marzo y obtener el viernes la investidura sin atarse a compromisos previos con nadie que no sea el PSOE -del que es líder indiscutido como no lo fue ni Felipe González-, marca un antes y un después en su trayectoria como presidente, y permite columbrar algunos escenarios plausibles de futuro con el inevitable margen de error que entraña pretender predecir el futuro.
La legislatura alumbra un Zapatero II, cuya figura presidencial se eleva como la del rey en el tablero de ajedrez, proyectando su sombra sobre todas las casillas. Si una seña de identidad tiene el nuevo Gobierno, además de ser el primero que tiene más mujeres que hombres -en 1982 el Consejo de Ministros era exclusivamente masculino-, es que acentúa su carácter presidencialista, tanto por la elección personal que ha hecho de los ministros como por su perfil.
Cuando Zapatero asumió el liderazgo del PSOE, se llevó a su despacho en Ferraz un tablero de ajedrez, y todo indica que, aunque sea mentalmente, no ha abandonado la práctica de lo que no sólo es un juego que evoca la estrategia militar, sino también un arte, una ciencia y un deporte mental. Además, su experiencia como presidente del Gobierno le ha llevado a la conclusión de que los militares son insuperables en organización, con sus planas mayores de operaciones, logística, intendencia...
Sostienen los especialistas que el gran ajedrecista es aquel que goza de un buen equilibrio entre táctica y estrategia. El cálculo de variantes concretas sin excesivos errores es esencial para jugar a un alto nivel, pero la inmensa mayoría de posiciones son tan complicadas que el simple cálculo no basta para orientarse y, por tanto, se debe recurrir en muchas ocasiones a evaluar las opciones existentes mediante una visión global de cómo va a desarrollarse la partida a medio y largo plazo. Esta combinación de táctica y estrategia, el uso de variantes concretas con una visión de largo alcance, es la que parece fundamentar las decisiones de Zapatero.
La composición del Gobierno confirma la desaparición de otras "voces políticas" con potencial para emitir en estéreo desde el Ejecutivo, una situación que se remonta al momento en que Alfredo Pérez Rubalcaba pasó de la portavocía parlamentaria al Ministerio del Interior y que obligó a multiplicarse desde Ferraz a José Blanco.
Para corregir esta situación, y ante la resistencia de María Teresa Fernández de la Vega a ceder la portavocía del Ejecutivo, el primer movimiento fue colocar a José Antonio Alonso como portavoz del grupo parlamentario, con la intención de que, a pesar de sus muy diferentes características, despliegue el mismo juego que Rubalcaba en la primera mitad de la legislatura anterior. Blanco, Alonso y De la Vega componen la fuerza de choque del presidente en el arranque de la nueva partida.
Pero Zapatero, como el rey en el tablero de ajedrez, mueve todas las piezas como si fueran peones, aunque estén vestidas de reina, torres, alfiles o caballos. En el ajedrez, salvo el rey, todas las piezas tienen un valor relativo y, en determinadas situaciones, un peón puede ser más valioso que cualquier pieza mayor. Cualquiera puede ser sacrificada en cualquier momento si sirve para alcanzar el objetivo estratégico de este juego, como demostró en su momento la salida del Gobierno de Juan Fernando López Aguilar y Jordi Sevilla, o ahora la de Jesús Caldera, destinado temporalmente a Intendencia ideológica. El nombramiento ministerial de Miguel Sebastián demuestra también que toda pieza puede ser rescatada si se dan las condiciones y se acomoda a los objetivos.
La otra seña de identidad del Gobierno es su decidida apuesta por la igualdad real de las mujeres. En ella confluyen su firme convicción feminista -que tiene un origen tan íntimo y arraigado como la vocación médica que su madre no pudo desarrollar por su condición de mujer-, el convencimiento intelectual de que el futuro del país pasa por la aportación en todos los ámbitos de esa auténtica otra "media España", y el dato práctico de que el apoyo electoral femenino es fundamental para el PSOE.
Si Zapatero lleva hasta sus últimas consecuencias su convicción feminista, no es descabellado pensar que el nombramiento de Carme Chacón al frente de Defensa lo ha hecho con las luces largas puestas. Tras la victoria electoral de 2004, aunque ya tenía potencial ministrable, Zapatero la preservó de los peligros de una responsabilidad prematura -tenía sólo 33 años- y le diseñó un training institucional que comenzó como vicepresidenta primera del Congreso y siguió después en un ministerio menor como Vivienda, para dar ahora el salto a Defensa. Un recorrido de libro para quien puede ser en la cabeza de Zapatero la primer mujer socialista que aspire a la Presidencia del Gobierno, y además catalana.
La composición del Gobierno confirma también, con la llegada de la jovencísima Bibiana Aido, la incorporación progresiva de una nueva generación de socialistas. No sólo se trata de mover el banquillo y de evitar cuellos de botella generacionales, sino también de la obsesión de Zapatero por lograr que, cuando él se vaya, el PSOE no se desmorone como ocurrió cuando lo hizo González.
Del convencimiento de que para ganar en política es preciso anticipar respuestas a los retos, y del aprendizaje de aquel periodo, nace también la decisión de afrontar definitivamente la creación en el PSOE de una gran factoría de pensamiento, pues nunca ha dejado de pesar en los socialistas españoles que los laboristas británicos no teorizaron con la famosa Tercera Vía otra cosa que el reformismo que en gran medida había practicado González.
De los nombramientos de Zapatero puede extraerse también una lección para los políticos con aspiraciones: si quieren llegar a ministros, es mejor que no acepten ser secretarios de Estado. No ha habido ni un solo ascenso, a pesar de la abultada nómina de zapateristas de primera hora como Leire Pajín, Trinidad Jiménez, Amparo Valcarce, Consuelo Rumí... Ocho años después, haber sido fundador de Nueva Vía ya no es un salvoconducto. D
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