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Paul Sobol: “Auschwitz no se puede perdonar pero yo siempre he vivido sin odio"

Entrevista a uno de los 2.000 supervivientes del campo de concentración polaco, en el que murieron sus padres y su hermano.

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Un posado de Paul Sobol en su casa 

Actualizado:

BRUSELAS.- “Gritad, sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como / humo en el aire / y tendréis una tumba en las nubes, no se yace estrechamente allí”, ( Paul Celan). 

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Usted nació en París y con seis años se trasladó junto a su familia a Bruselas. ¿Cómo fue su infancia en Bélgica?
Mi padre era polaco y mi madre rusa. Se casaron en Montreuil, junto a París, en 1921. Ambos eran judíos, sin más, no eran practicantes, del mismo modo que lo son muchos millones de personas en Europa actualmente, pueden considerarse católicos, incluso pueden haber sido bautizados o haberse casados por la iglesia pero más por tradición que porque practiquen la religión o estén muy involucrados en esa fe. Yo fui el segundo hijo que tuvieron. Nací en junio de 1926 muy cerca de la Catedral de Notre Dame. El 1 de septiembre de 1927 dejamos Francia y nos instalamos en Bruselas. Mi padre trabajaba en un taller de pieles y se hizo miembro del Partido Socialista. Recuerdo haber estado con él cuando comenzó la Guerra Civil Española en una manifestación contra Franco en la Casa del Pueblo de Bruselas. Tuve una infancia feliz, con muchos amigos. Yo era judío y mi familia también pero nunca fui a la sinagoga, ni estudié hebreo ni hablaba yidis, que sí hablaban mis padres entre ellos, ni llevábamos una vida religiosa. Tampoco había rastro de racismo en aquella época. También éramos extranjeros en Bruselas, pero eso nunca importó tampoco. No tuvimos ningún problema por ello.

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Es la portada de un libro suyo de memorias que escribió en 2010.

En sus memorias [Je me souviens d’Auschwitz, publicadas en 2010; el libro no está traducido al español], usted cuenta cómo sus padres le dijeron que tenía que hacer el Bar Mitzvah [es como la primera comunión para los judíos] y que usted ni siquiera sabía lo que era.
¡Claro! Yo nunca había ido a la sinagoga ni había visto a un rabino, en casa nunca se habló de religión y de pronto, un día, mis padres me dicen: “Tienes que hacer el Bar Mitzvah porque es la tradición”. “¿Y eso qué es?”, dije yo. Yo no tenía ni idea. Me llevaron ante el rabino y era la primera vez que estaba ante uno. Éste me dijo que en la ceremonia tenía que leer unos textos en hebreo y yo ni siquiera sabía hebreo, así que apunté en francés cómo sonaba lo que yo tenía que decir y así lo hice, sin saber qué estaba diciendo. Sólo recuerdo que fue divertido porque me regalaron un reloj y un traje.

Entonces, llegaron los nazis…

Fue el 10 de mayo de 1940. Alemania invadió Bélgica. [La guerra había comenzado en septiembre de 1939]. Todo fue muy rápido: el 17 de mayo las tropas alemanas entraron en Bruselas y el 28 el rey Leopoldo firmó la capitulación. Poco después cayó París... Ese año, los alemanes no se mostraron particularmente peligrosos. Vivíamos una ocupación casi normalmente, aunque había escasez y cartillas de racionamiento. El 26 de junio cumplí 14 años y mi padre decidió que ya era bastante mayor para dejar la escuela y ponerme a trabajar. Entonces lo que decía un padre se hacía y no había más que hablar. Me dijo que trabajaría en las pieles, porque era lo que él conocía, y así lo hice, aunque no me gustaba nada el oficio. Por eso, cuando cumplí 15 años, me planté ante él y le dije que quería dejarlo, irme a Inglaterra ¡y convertirme en aviador para luchar contra los alemanes! De pronto, comenzaron las primeras leyes antijudías, en mayo de 1942 nos obligaron a llevar cosidas a la ropa las estrellas de David amarillas y en agosto de ese año tuvieron lugar las primeras redadas, en Amberes, donde fueron detenidos 3.000 judíos. Yo había comenzado a estudiar mecánica y el 2 de septiembre el director de la escuela me llamó junto a otros alumnos judíos y nos dijo que no fuéramos al día siguiente, sin más explicaciones. Al día siguiente, precisamente, los alemanes hicieron una gran redada en el barrio de Midi, cerca de donde vivíamos nosotros, fue entonces cuando mi padre decidió que teníamos que desaparecer.

"Una semana después del desembarco de Normandía, la Gestapo nos detuvo. Alguien nos había denunciado e irrumpieron en plena noche en nuestro apartamento"

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¿Qué pasó?
Nos mudamos de barrio, nos quitamos la estrella amarilla de nuestras ropas y conseguimos una documentación nueva con nuevas identidades. Yo dejé de llamarme Paul Sobol. Ahora era Robert Sachs. Me puse Sachs por el inventor del saxofón, Adolphe Sax, que fue belga. Así estuvimos dos años. Justo en la casa en la que vivimos acaban de colocar baldosas para recordar nuestra estancia allí, la de una familia de cinco personas, de las cuales tres, mi padre, mi padre y hermano, acabaron asesinados en Auschwitz. Sólo volvimos vivos mi hermana Betsy, que ahora tiene 87 años, y yo.

"Auschwitz fue toda una maquinaria burocrática e industrial  perfecta y conscientemente diseñada para el asesinato en masa de manera efectiva y rápida de millones de personas"

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70 años después tiene usted aún tatuado el número en su antebrazo. ¿Nunca pensó en borrárselo?
La gente me lo ha preguntado mucho y yo respondo: ¿Por qué? Forma parte de mí, de mi vida, soy yo, ese número es lo que me ha pasado, sería como borrar esa parte de mi vida, Auschwitz, que además es el sitio donde murieron mi padre, mi madre y mi hermano.

Un posado de Paul Sobol en su casa con el número de preso en el brazo

¿Nunca pensó en Auschwitz, nunca habló de lo que le había ocurrido?
No, nunca, a nadie, ni siquiera a mi hermana. Sé que ella se salvó porque la separaron de mi madre cuando estuvo en Birkenau y se la llevaron a Alemania a trabajar a una fábrica y allí le pilló el final de la guerra. Mi madre, mi padre y mi hermano, lo supe después, murieron en las caravanas de la muerte. Pero Betsy y yo nunca hemos hablado entre nosotros de nuestra estancia en Auschwitz. Yo tardé mucho en dar testimonio público de mi vida, pero Betsy jamás lo ha hecho, es algo de lo que no quiere hablar. Mira, cuando yo llegué a Bruselas tras Auschwitz decidí dejar todo eso atrás, simplemente cerré esa puerta y le puse un candado y ahí se quedó. Nadie, ni siquiera mis hijos, supieron nunca nada. Decidí olvidarlo todo y mirar hacia el futuro, que era lo único que tenía.

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"Voy una vez al año, al menos, y siempre voy con niños o jóvenes de colegios e institutos. Es muy importante que ellos sepan a través de nosotros qué supuso Auschwitz, qué fue realmente, qué sucedió allí"

¿Y cómo cambió todo, por qué decidió un día contar públicamente su historia?
Esto fue después, cuando Spielberg creó la Fundación Shoah. Empezaron a hacer llamamientos para recoger testimonios. Yo me puse en contacto con la Fundación Auschwitz en Bruselas y me presenté. Fui el primer testimonio que recogieron en Bélgica. Entré en una sala, colocaron una cámara ante mí y empecé a hablar y estuve hablando dos horas y media. Al final, me dieron la cinta y con ella me fui a mi casa. Mi mujer, Nelly, me preguntó qué tal había ido y no le pude contar nada, simplemente le di la cinta. Mis hijos también me preguntaron qué había pasado. Así que les dije que yo no me sentía capaz de contarles nada, que vieran la cinta. La vieron y así fue cómo ellos conocieron mi historia, pero yo nunca he podido hablarles a ellos directamente de Auschwitz, no puedo, sencillamente no puedo mirarles cara a cara y contárselo, nunca he sido capaz. Y así fue como después, en 2010, escribí el libro de memorias.

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Jamás se puede perdonar una cosa así, quién puede perdonar eso, cómo puedo perdonar que asesinaran a mi madre, a mi padre y a mi hermano.

¿Qué le diría a los jóvenes de ahora, que ven con desconfianza a esta Europa sumida en la crisis, a veces con tensiones nacionalistas, bajo la amenaza del yihadismo, con atentados como el que costó la vida a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas el año pasado, con unos mercados que han provocado la mayor crisis económica desde 1929…?
Siempre hay que mirar al futuro, que usen toda su creatividad para salir adelante, que luchen, que sean emprendedores, que busquen su camino y que no miren al pasado, siempre hay que ser creativos y valorar lo que uno tiene, si uno se pasa el día lamentándose de las cosas negativas que pasan o le afectan nunca va a llegar una solución. La situación es difícil, existen todas esas tensiones y son peligrosas, y los mercados gobiernan la política más que nunca, hemos creado un mundo en el que las multinacionales mandan más que los gobiernos mismos… pero si yo hubiera sido pesimista jamás habría sido vivo de Auschwitz.

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