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Cartero: radiografía de un oficio que no tiene pensado morir

Un hijo, que también fue cartero, le explica a su padre jubilado el romanticismo que ha perdido la profesión en los últimos 30 años. "Ahora, me dicen, 'perdona, hermoso, pero aquí no eres bienvenido'".

Alberto Plaza, un joven cartero

Hoy, Alberto Plaza, de 32 años, es cartero: ya no se acuerda de la primera ni de la última vez que depositó, para él, una carta en un buzón.Pero siempre se acordará de aquella mañana de los ochenta en la que él y sus tres hermanos no tenían colegio. Su madre les llevó al Palacio de Comunicaciones de Cibeles donde trabajaban entre 4.000 y 5.000 carteros y uno de ellos era su padre.

 "Aquello me pareció como un castillo en el que había mucho ruido, abundaban las cartas y aquellos hombres uniformados que movían las manos a toda velocidad".

El impacto fue brutal para el niño, que hoy recuerda que el sello llegaba entonces hasta donde llega ahora Internet. Los bolígrafos o, a lo sumo, las teclas de esas viejas máquinas de escribir Olivetti eran las de los teléfonos de ahora. “Pero claro que allí no se hablaba de comercio electrónico de ninguna manera”, explica Alberto.

“Era imposible imaginar que algún día la tecnología pudiese ser más rápida que las manos de esos hombres ”. Quizá porque aquel cartero, que podía ser su padre, era como el de la literatura de Neruda. ‘Il postino’ podía entregarte en cualquier momento la carta de tu vida que había llegado de madrugada en esos viejos trenes de Correos en la estación de Chamartín.

"Hoy, mi padre, que ya está jubilado, a veces se levanta con pesadillas al recordar todas esas cartas que llegaban al distrito, la sensación de que llegaba la hora de salir a reparto y aún no habían terminado de clasificarlas. Pero es que entonces era así. Había cartas a mansalva”.

El año pasado la profesión cumplió 300 años. La nostalgia, que también es cultura, explicó que un cartero no puede convertirse en un recuerdo. Retrocedió a aquellos años en los que el padre de Alberto era uno de esos hombres que pateaban las calles, uniformados de gris, con esas pesadas carteras de cuero al hombro que hoy son las responsables de tantos problemas de espalda.

Alberto Plaza en la oficina de Correos en la que trabaja

Alberto Plaza en la oficina de Correos en la que trabaja

Cada día repartían una media de 1.000 cartas "que podían ser las cartas de amor que los soldados enviaban a sus novias". Así se lo contaba su padre a Alberto, que hoy ha heredado el oficio y que ahora es él, cuando regresa a casa, quien le cuenta otra crónica de trabajo a su padre. Y entonces le promete que el romanticismo de ayer desapareció de la memoria y que él se dedica “a repartir notificaciones de la administración por las tardes y los vecinos, cuando me ven aparecer, ya no me reciben de tan buen humor. Quizá porque faltan las cartas de amor.

"Mira, hermoso, lo siento pero aquí no eres bienvenido", me dicen las mujeres más educadas al abrirme la puerta. "No voy a cogerte lo que no puedo pagarte", me recriminan, sin embargo, cuando me toca repartir barriadas en las que se alojan gitanos en Aluche a los que, naturalmente, no les gusta recibir multas”.

En realidad, en los buzones ya rara vez se aloja el deseo. Alberto ya no recuerda su última propina y hasta le cuesta recordar la primera. Pero el oficio no ha muerto. Al contrario. Sólo se ha renovado como le vuelve a explicar Alberto a su padre. “De hecho, todavía hay mucho trabajo en Correos. Yo puedo salir a diario con una cartera de 60 certificados para entregar en mano, uno a uno, que demuestran que el oficio está vivo”.

La prueba es que hay casi 50.000 carteros que casi todos los días siguen llegando hasta el último buzón de España sea con cartas o con paquetes. “Ahora, salimos a reparto con una herramienta tecnológica, la PDA, que agiliza los tiempos y en la que se recogen las firmas de los destinatarios".

Hay, efectivamente, fotografías de ayer y estadísticas de hoy que se alejan cada vez más. Hasta las oficinas, en las que Alberto trabajó cara al público un verano, ya parecen centros comerciales armados de tecnología punta hasta el último minuto.

Los periódicos de papel con los que su padre regresaba a casa también han desaparecido de las manos. "No sé si esta época es mejor o peor que aquella", explica Alberto antes de salir a reparto.

"Pero sí sé que el cansancio sigue existiendo y que un cartero sigue recorriendo a pie muchos kilómetros cada día”. De ahí que todavía quede mucha batalla en un oficio duro pero reputado. “Gracias a él, mi padre sacó adelante a una familia de tres hijos”, explica Alberto. “Incluso, nos pudo dar la oportunidad de ir a la universidad”.

Sin embargo, dado el mundo laboral hoy, a los 32 años, Alberto se conformaría con aprobar las oposiciones a cartero y dejar de trabajar con contratos temporales que le impiden planificar su vida a medio plazo.

"No se trata de sacrificar aspiraciones, sino de encontrar una estabilidad", explica él como nunca pudo imaginarse en la época de su padre. "Entonces casi nadie quería trabajar en Correos y difícilmente se concebía que un universitario estuviese repartiendo cartas". Pero los tiempos han cambiado.

El 27 de noviembre, cuando se presentó al examen para consolidar la plaza, Alberto se enfrentó a una competencia brutal. Hasta 120.000 aspirantes para 1.500 plazas en toda España. Había hasta ingenieros. Los resultados aún no se conocen. Pero la esperanza no se perderá hasta que sea irreversible. Quizás porque la incertidumbre aún tiene derecho en el oficio y todavía quedan mañanas en las que reaparece la nostalgia como si volviésemos a la literatura de Pablo Neruda.

- “Cartero, ¿tiene algo para mí?”

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