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Contracultura y revueltas estudiantiles: el origen de las dos Sevillas

Fran G. Matute recoge en el libro Esta vez venimos a golpear las transgresiones culturales y políticas acontecidas en la capital andaluza desde 1965 hasta 1968.

Revueltas estudiantiles que se dieron en la calle San Fernando, en la puerta de la Universidad de Sevilla, en marzo de 1968.
Revueltas estudiantiles que se dieron en la calle San Fernando, en la puerta de la Universidad de Sevilla, en marzo de 1968. Ayuntamiento de Sevilla

Para explicar el germen de la mezcolanza musical florecida en las provincias de Sevilla y Cádiz —con ejemplos tan recurrentes como la fusión entre flamenco y blues— somos muchos quienes hemos repetido con la soltura de un papagayo lo que antes dijeron otros, esto es, que en esa mixtura de ritmos propios y anglosajones jugaron un papel muy relevante las bases militares estadounidenses ubicadas en Morón de la Frontera y Rota.

La explicación es —era— lo bastante corta y singular para hacer fortuna, además de incluir ese puntito tan repetidamente andaluz de extraer riqueza, aunque sea cultural, de las condiciones adversas. La popularizada tesis establecía que los músicos locales conocieron a los artistas que revolucionaban el panorama mundial allá por los años sesenta, gracias a los soldados norteamericanos, que les hacían llegar sus discos de tapadillo, en una época donde aquí estaban prohibidos o resultaban inaccesibles.

Algunos, incluso, rizan el rizo del tópico y la fabulación para asegurar que dichos intercambios se producían entre los soldados yankees y los gitanos de las Tres Mil Viviendas, canjeándose discos por droga.

Fran G. Matute es el autor de Esta vez venimos a golpear, libro escrito con el respaldo de cien entrevistas durante el proceso de documentación, y asegura que la mencionada hipótesis es una simplificación: "Relaciones con la base, claro que hubo muchas, yo no lo niego, lo que niego es su influencia y su trascendencia. Si lo piensas, en Zaragoza o en Madrid también hubo bases y no pasó gran cosa en esa época, así que la diferencia no la pudo marcar la base, la marcaron los sevillanos".

A menudo se menciona la capital andaluza como el lugar de España donde enraizó primero la contracultura, pero, al contrario que en otras latitudes, ese fenómeno no había sido exhaustivamente documentado hasta la publicación del trabajo de Matute.

Matute: "La vanguardia en Sevilla tiene unas características propias"

"Esto tampoco es una carrera de sacos, no consiste en ver quién llegó primero", explica el autor, "pero es innegable que aquí pasó algo singular, aunque sea por el tipo de ciudad que es, más cerrada y tradicional que Madrid o Barcelona. La vanguardia en Sevilla tiene unas características propias".

Aquella vanguardia nació de la toma de conciencia de una parte de la juventud, que se interesó por expresiones artísticas alejadas del discurso oficial de la época. Descartada ya —o, como poco, minimizada— la teoría de las bases militares, el intercambio musical respondió a factores muy variados, desde los mochileros amantes de la psicodelia que pasaban por la ciudad hasta una suscripción individual a la revista Billboard.

Esas influencias permearon en el sonido de los nuevos grupos, como Smash, el más representativo de aquel período. La contracultura sevillana se sustentó en otras dos patas, la pictórica y la escénica. A nivel artístico, se apostó por el arte pop y la abstracción geométrica, mientras que el teatro estuvo marcado por obras de corte antifascista.

En ambas disciplinas se inscriben dos de los hitos del fenómeno: la inauguración de la galería de arte La Pasarela en el mes de enero de 1965, y la representación de Antígona, de Sófocles, en la reivindicativa versión del alemán Bertolt Brecht, a cargo de la recién fundada compañía teatral Esperpento.

Matute: "Una serie de jóvenes empezaron tomaron como modelo la revuelta hippie, el teatro experimental o la pintura pop"

"Una serie de jóvenes empezaron a verse influidos y tomaron como modelo la revuelta hippie, el teatro experimental o la pintura pop, y esos referentes estéticos los intentaron aplicar en la Sevilla mariana", sintetiza el autor de un volumen que tiene como esclarecedor subtítulo Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968).

Fueron muchos los empeñados en poner una nota de color en aquel panorama artístico encorsetado en el blanco y negro, demasiados nombres para mencionarlos en un artículo, pero el ánimo casi notarial de Matute le llevó a emprender la ardua tarea de listar todos los que fueron y estuvieron.

Y lo hizo sin subrayar a nadie; las figuras que aún hoy resuenan en Sevilla o en el resto de España —Felipe González, Jesús Quintero, Carmen Laffón, Gonzalo García-Pelayo, Miguel Rellán o Carmen Romero, por citar algunos— se presentan en su relato igual que quienes quedaron sepultados en la hemeroteca, y que hoy Matute rescata.

Igual sucede con la descripción de los establecimientos donde esas individualidades fueron interconectando, como La Cuadra o Don Gonzalo —además de La Pasarela, ya mencionada—. Debido a la coincidencia temporal, no resulta sencillo delimitar cuánto de aquello era contracultura y cuánto antifranquismo.

Matute lo define así: "Los artistas no quieren conscientemente derrocar la dictadura, hicieron lo que hicieron porque eran jóvenes que habían visto cómo se vivía en el resto del mundo y querían romper con lo establecido. El pintor no pinta contra Franco, y el músico no toca para ser antifranquista. El teatro quizás sí tenía un componente combativo, social incluso. Lo que era antifranquista, o mejor dicho antisistema, era su actitud. Solo que el sistema aquí, por debajo del capitalismo, era el franquismo".

Pero en Sevilla, además de aquel tejido cultural alternativo, también hubo acciones eminentemente políticas. En medio de un ambiente ya caldeado por unas detenciones previas a la celebración de la VI Reunión Coordinadora y Preparatoria del Congreso Nacional de Estudiantes, llegó el día 1 de marzo de 1968, y se leyó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la Facultad de Derecho, con una gran concentración en la puerta que derivó en la primera sentada de la historia de la universidad hispalense.

El mayo del 68, en Sevilla, fue en marzo

Días más tarde, cientos de estudiantes ocuparon aulas en otras facultades, y a iniciativa del PCE se organizaron unas charlas que fueron prohibidas por el rectorado, pero que terminaron celebrándose. El mayo del 68, en Sevilla, fue en marzo.

Así, se reprodujeron las asambleas, los panfletos y las manifestaciones por las calles de una ciudad desacostumbrada a las protestas. Como resultado, hasta 23 alumnos de ocho facultades distintas fueron expedientados, unas sanciones que en su mayoría significaron la expulsión definitiva de la universidad. El objetivo, además del evidente escarmiento, fue que sirvieran como aviso a navegantes para los alumnos de otros centros educativos.

Matute: "Las revueltas estudiantiles sí son antifranquistas, porque van contra la autoridad"

"Las revueltas estudiantiles sí son antifranquistas, porque van contra la autoridad. Los cabecillas eran intelectuales, y crearon un magma donde luego se unieron todos, más o menos mezclados, pero gran parte de la gente que participó lo que hizo fue seguirlos para dar por culo", aclara Fran G. Matute.

El origen de muchos de ellos, el acomodado barrio de Los Remedios, ayuda a completar su perfil: "Eran jóvenes de clase media alta burguesa, niños bien que se sentían abochornados por ser hijos de la clase vencedora de la guerra. De ahí nace buena parte del movimiento laboralista que surgió en Sevilla, de abogados que llevaban gratis casos de obreros, porque tenían esa conciencia de decir: esta gente está así por culpa de mi padre", explica Matute.

Precisamente, era la posición social de muchos de los instigadores lo que les permitía desarrollar su rebeldía. "Cuando en una manifestación detenían a uno que era hijo de, la Policía le mandaba una carta a su padre para que lo vigilara, en lugar de meterlo en la cárcel y pegarle de hostias", asegura Matute.

"Eso está documentado. Por tanto, al verse con esa impunidad, empiezan a tocar los huevos. Pero aquello era una vergüenza para sus familias, no sabían qué hacer con esos chavales de 18 o 20 años. Ahora ves que volvieron a casa, que están gordos y asentados, y es difícil pensar que aquello fue auténtico, pero lo fue. Puede sonar caricaturesco abrazar el comunismo viviendo con servicio en casa, pero por entonces era verdadero. Lo único que podían sacar de aquello era verse perjudicados y perder su buena reputación".

El período que abarca el primer volumen de Esta vez venimos a golpear —Matute prepara ya la segunda parte, focalizada en los años posteriores— puede sonar lejano, pero según el autor fue la semilla de la división cultural que actualmente evidencia la capital hispalense. "A partir de entonces se instauraron las dos Sevillas, la tradicional y ombliguista, que piensa que esto es lo mejor del mundo y no tiene que entrar nada de fuera; y la alternativa, que le gusta lo de fuera y lo termina mezclando con lo propio. Esa era una mezcla que hasta entonces no se había producido, y que dura hasta hoy", asegura el autor.

Matute ahonda en la idea de conectar el pasado con el presente para explicar las diferencias de su ciudad. "Todo termina confluyendo, aunque curiosamente solo de un lado. La Sevilla tradicional nunca va a ver con buenos ojos a la Sevilla moderna, pero la Sevilla moderna no tiene ningún problema en mezclar las cosas, lo hace con naturalidad. La gente de la Sevilla alternativa va a la feria y disfruta de la Semana Santa, y eso era algo que ya les pasaba a los hippies de aquí", explica.

Para terminar, lo ejemplifica con dos nombres propios: "Es gente a la que, con veinte años, más que gustarle Antonio Mairena, tenía como ídolo a Jimi Hendrix. Y, luego, una vez que sabe lo que hay en el mundo y cuenta con las herramientas suficientes, vuelven y dicen que Antonio Mairena también era de puta madre".

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