Por qué dependemos de la aceptación de los otros para ser felices (y cómo evitarlo)
El psicólogo Miguel Ángel Rizaldos explica en el libro '¿Ser frágil es malo?' cómo reforzar nuestra autoestima para no someternos al escrutinio ajeno.
Madrid-Actualizado a
Miguel Ángel Rizaldos aboga en su libro ¿Ser frágil es malo? (Plataforma Editorial) por convertir las emociones negativas en herramientas que nos harán más fuertes. Así, desecha la fragilidad como una causa del sufrimiento y plantea la vulnerabilidad como una aliada.
El psicólogo clínico profundiza en la vergüenza, el miedo, la timidez, la sensibilidad, la inseguridad, la autoestima o el síndrome del impostor, aunque en esta entrevista se centra en la dependencia emocional de los otros para ser feliz, lo que a su juicio puede conducir a la sumisión, a la pasividad y hasta a la incapacitación personal y laboral.
¿Por qué dependemos de la aceptación de los demás para ser felices?
Porque el ser humano es social. Las personas que se relacionan con las demás se sienten mejor, gozan de mayor bienestar e incluso tienen más probabilidades de supervivencia que las que se aíslan. El otro es muy importante, así como lo que opina de ti. Sin embargo, no debe ser ni lo único ni lo más importante. Cuando nuestra autoestima está en crisis, como sucede por ejemplo en la adolescencia, la opinión de los demás —y, sobre todo, de tus iguales— es trascendental, aunque no debería serlo.
¿Influye la baja autoestima? ¿También el carácter narcisista o autoritario del otro? Es decir, ¿nos plegamos más a ese tipo de personas?
En el libro reflejo que todos tenemos fragilidades y vulnerabilidades. Quienes tienen la carencia emocional de no haberse sentido queridos incondicionalmente, sobre todo en la niñez y en la juventud, buscan continuamente estar con alguien para sentirse bien. Entonces, no priorizan con quién sino el propio hecho de estar con alguien, lo que da lugar a elecciones erróneas.
¿Qué se puede hacer para evitarlo?
Es difícil, porque esas vulnerabilidades están muy marcadas. Estas proceden normalmente de los cinco o seis primeros años de vida, junto con la adolescencia, cuando se construye la estructura de lo que somos.
"Queremos que nos quieran por lo que hacemos, no por lo que somos. Sin embargo, es mucho más importante que te quieran por quién eres"
Saber de dónde vienen nos ayuda a entenderlo. Eso nos lleva al niño interior, un concepto que no me gusta, aunque esas experiencias están ahí y a veces no podemos cambiarlas totalmente, pero sí modularlas y manejarlas. De ahí la importancia de la aceptación, porque forman parte de ti y uno es así gracias a sus fortalezas y también a sus vulnerabilidades.
¿Intentamos ser quienes no somos para agradar? En el fondo, como decía usted antes, ¿buscamos ser reconocidos y que nos quieran?
Ese es el problema. A veces queremos ser quien no somos, es decir, le pedimos peras al olmo. Además, queremos que nos quieran por lo que hacemos, no por lo que somos. Sin embargo, es mucho más importante que te quieran por quién eres. Porque podrás cambiar algunas cosas, aunque otras muchas, no. Tienes que aprender a aceptarlas porque forman parte de ti.
Y aceptar no quiere decir que te gusten o que creas que están bien, sino dejar de quejarte. Muchas veces estamos instalados en la queja, que es como una mecedora: se mueve, pero no avanza.
Esas personas no saben decir no, porque quieren evitar el conflicto. En cambio, sería lo más sano.
El problema surge cuando queremos decir no y, a la vez, quedarnos a gusto y que el otro esté contento. En cambio, normalmente no sucede así. De hecho, es mucho más fácil decir sí que no. Sin embargo, para tu autoestima, a medio y largo plazo es mucho más importante decir no.
"El perfeccionismo tiene buena prensa a nivel laboral. Si embargo, no es sano, porque pone el foco en lo que te falta, no en lo que tienes"
Lo que carece de sentido es decir sí para evitar el conflicto con el otro, porque al final lo tienes contigo mismo. Una cosa es ser empático y ponerse el lugar del otro, y otra ser sobreempático. O sea, priorizar las necesidades y los derechos del otro frente a los tuyos, lo que no tiene ningún sentido.
Por lo tanto, decir no es muy sano, pese a que conlleva un pago: que al otro probablemente no le guste y que, además, tú no te sientas bien, incluso algo culpable. Pero eso no es malo, porque quiere decir que eres una persona empática y no un psicópata, porque no te da igual el otro.
¿También subyace el perfeccionismo?
Todo está muy relacionado. Las personas nos podemos sentir identificadas con muchas vulnerabilidades que veo en la consulta y reflejo en el libro. El perfeccionismo tiene que ver con creer que te valoran por lo que haces, no por quién eres. Entonces, necesitas que las cosas sean perfectas para que los demás te quieran.
"No tiene sentido priorizar las necesidades del otro frente a las tuyas: decir no es sano"
El perfeccionismo tiene buena prensa a nivel académico y laboral. Sin embargo, no es sano, porque está continuamente poniendo el foco en lo que te falta, no en lo que tienes.
El perfeccionismo, la aceptación y la baja autoestima también afectan al aspecto físico, como reflejan las redes sociales, que han llegado a incorporar filtros de belleza. Ahí, más que un cambio real, se produce una deformación de la realidad.
Si no aceptas tu propia realidad, al final te creas otra ficticia. Quizás te hace sentir bien el momento, aunque lo sano es aceptar tus debilidades y tus vulnerabilidades, tanto a nivel de personalidad como físico. Eso no quiere decir que te gusten, pero tenemos que aprender a convivir con ellas.
Pensar está sobrevalorado, dice usted, porque no reflexionamos, sino que rumiamos. Ahí resulta fundamental quitarle importancia a ciertos asuntos y prestarle atención a otros. En su libro aboga por aplicar la defusión: no darle importancia o, coloquialmente hablando, no comernos el tarro con todo lo que pensamos.
Generamos una media de 70.000 pensamientos al día y creemos que, por el mero hecho de que se nos pase por la cabeza, cualquier cosa tiene importancia. Sin embargo, tenemos mucha basura de pensamiento, porque son rumiaciones.
"Muchas veces estamos instalados en la queja, que es como una mecedora: se mueve, pero no avanza"
Para darle valor a un pensamiento, este debe ser útil. Por ejemplo, si mañana te dan los resultados de una prueba médica, no tiene sentido anticipar cosas negativas, sobre todo si quieres quitarte ese pensamiento de la cabeza.
Usted plantea desde el título de su ensayo que "aceptar tu vulnerabilidad te hace más fuerte". ¿Rebajarla pasa por la defusión y la aceptación de uno mismo?
Claro. La defusión es el manejo de los pensamientos, porque nadie nos ha dicho cómo podemos gestionarlos. Sin embargo, no debemos desarmar racionalmente el pensamiento, porque vuelve otra vez. No podemos controlar lo que pensamos, sentimos y recordamos, solo a qué prestarle atención. Si luchamos contra el pensamiento o la emoción, los retroalimentamos. Hay que dejarlos estar, como trabajamos en la terapia de aceptación y compromiso.
Conclusión: si dependemos de la aceptación de los demás para ser felices, ¿qué podemos hacer para evitarlo?
Lo importante es saber decir no y ser asertivo. Es decir, defender tus necesidades y tus derechos frente a los demás. A veces, por una cuestión cultural, creemos que eso implica ser egoísta o narcisista, y no es así. Al contrario, resulta muy sano, porque refuerza nuestra autoestima y nos ayuda a sentirnos bien con nosotros mismos y con lo que hacemos.
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