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La desaparición de las fábricas que acabó con la cohesión de la España vaciada

En toda España existieron fábricas de tamaño medio enclavadas en el ámbito rural. Fábricas que permitían fijar a la población en lo que hoy dicen España vacía, fábricas que ya casi no existen. Visitamos los restos de una, en Cantabria, conversamos con quienes recuerdan y planteamos soluciones y oportunidades para este diálogo entre factorías y territorio.

Foto de archivo de un hombre caminando frente a la fábrica de Alcoa, a 24 de enero de 2024, en San Cibrao, Lugo.
Foto de archivo de un hombre caminando frente a la fábrica de Alcoa, a 24 de enero de 2024, en San Cibrao, Lugo. Carlos Castro / Europa Press

Tenía incluso tonada. Irónica, mala leche popular. "Es tanta la virulencia / que lleva el ferrocarril / que se planta en hora y media / de Molledo a Portolín". Espacios, recuerdos. Aquel tren se escacharraba bastante (y el de ahora parecido). Aun no abrieron, no, la fábrica para cuando empezó esa línea, declinando ya Isabel II.

De Molledo a Portolín hay poco. Apenas kilometruco, si apuran. Allí la carretera sube, luego desciende, luego hace casi ángulo recto para cruzar sobre el río. Al río le dicen Besaya y tiene rocas de color blanco, rocas pulidas con riberas de salcis, musgos y nueces.

César Rodríguez recuerda. Recuerda la fábrica, recuerda al padre llegando, por las noches. "Se llama Miguel Ángel, y trabajó allí. También mis tías, una hermana de mi abuelo... Al principio tuvieron mucha mano de obra femenina. Hay un artículo sobre un incendio que hubo, en los años treinta, donde el periodista lamenta que muchas mujeres del valle vayan a quedar sin trabajo". César vive en Silió, al lado de Portolín, e Hilaturas significa para él un trozo de su vida.

Iguña es uno de esos lugares donde fabrican nieblas. Si llegas desde la costa subes por una hoz, si bajas desde Pesquera... pues otra hoz. Y, luego, espacio llano, diez kilómetros entre el río y los montes, diez kilómetros de hayas, de cagigas, diez kilómetros color verde prao con vacas que motean cierres. Y pueblucos. Pueblucos más grandes o más chicos, casas de piedra marrón, tejado naranja, ventanas menudas de invierno que aprieta. Palacios, iglesias románicas y hasta mozárabes, un partenón en miniatura a modo de capricho decimonónico.

Ah, y la fábrica.

La fábrica de Portolín.

Datos que respaldan esto. La importancia de fábricas y empresas en la España rural. Según el Instituto Nacional de Estadística, a mediados del siglo XX uno de cada nueve habitantes del ámbito rural en España trabajaba en una factoría. Sumen, a ellos, los que "pululaban" alrededor en forma de transportes, locales de ocio, proveedores, etcétera. Y añadan lo que dijimos antes, lo de la doble ocupación, lo del obrero mixto. Riqueza y vida dura. Pero posibilidades de subsistir sin abandonar pueblos o valles.

Esto se vio reflejado perfectamente en las siguientes cuatro décadas. Entonces el sector industrial creció dentro de las zonas rurales un 0,8%. Era la mitad del dato que hubo en grandes ciudades, sí, pero también era muy superior a lo que sucedía en urbes pequeñas o medianas. Seguía funcionando, y seguía funcionando con vigor. Al menos hasta los años ochenta, veremos. Sumen el poder fagocitador que tienen hoy capitales y megaurbes, auténticos agujeros negros que arrasan demografía e inversiones tras de sí.

Drama fraguándose.

Esto, lo de las fábricas, era habitual. Los paisanos tenían dos curros... a turnos manejando ingenios, después en casa, cuidando el ganao. Ojos medio cerrados cuando toca segar, bostezos, cansancio. Ocupación mixta, le dicen a veces. Vínculo entre tierra, animales y seres humanos. "Era muy típico que, en tiempo de siega, algunos obreros pidieran permiso al capataz para ir al turno de noche", me dice César. Y continúa. "Para dormir, iban, porque estaban destrozados, totalmente destrozados. Todo el mundo sabía eso, todos entendían". Así se iba, sí, engañando hambres y carencias. "Yo siempre digo que soy hijo de Quijano y nieto de Portolín", que son dos factorías de la zona. "En Portolín los sueldos eran más bajos, pero estaba al lado del pueblo, y allí trabajaban muchas mujeres hasta que se casaban".

Hubo, aquí, fábricas grandes, enormes, fábricas donde curraban miles de obreros, fábricas con chimeneas altas que casi se pierden por el celaje de nubes remoloneando. En Torrelavega, hubo, en Santander, también por Campoo. Pero luego estaban las otras. Aquellas con doscientas, trescientas, cuatrocientas personas. Casi siempre en valles o cabeceras. Buelna, Iguña, Sarón, Guriezo, La Cavada, Ramales de la Victoria, Vioño. Ir y volver en el día, madrugón para ordeñar las vacas, que mugen con nervio. Luego labor, después vuelves, aselas un poco los animales, haces esto y aquello. Vuelta a empezar. No hay jornada corta en esta vida. Pero era la nuestra.

"La importancia de estas fábricas era enorme", me dice Sara, "porque daban actividad a un número considerable de vecinos de la localidad en que se emplazaban, pero también de otras limítrofes. El caso de la cuenca del Besaya es paradigmático en este sentido, porque prácticamente todos los valles tenían una industria más o menos grande que polarizaba la mano de obra". Sara es Sara del Hoyo, doctora en Historia del Arte y especializada en Patrimonio Industrial. Ella conoce bien Hilaturas. Lo que queda de Hilaturas, también lo que fue todo aquel tejido industrial que se nos marchó. "Había un poco de todo: textil, alimentación (lácteos y derivados), metalurgia, química... En ese sentido, la historia industrial de Cantabria a lo largo del siglo XX es muy rica en matices. Además, estas medianas y grandes empresas provocaron una suerte de efecto llamada y, a su sombra, se instalaron muchas otras pequeñas, también talleres, transportes, comercios... que colaboraron en el desarrollo de estas zonas eminentemente rurales".

La fábrica como páter nutricional...

Hilaturas Portolín nace en 1902. Antes hubo, allí, un molino, porque siempre encuentras historia. Orillas del Besaya, lindando Camino Real, situación idónea. Agua fresca y abundante, comunicaciones fáciles, tradición fabril y tecnológica. Fue aquel molino propiedad de los Torres-Quevedo. Sí, los Torres Quevedo de Leonardo Torres-Quevedo. En Iguña nació, en su misma casa hizo el llamado transbordador de Portolín. Doscientos metros de largo, salvando cuarenta de desnivel. ¿Fuerza cinética? Pues animal... vacas, que sobran. Los genios aprovechan.

Y eso, Hilaturas. Margen derecha del Besaya, según miras al mar. Una docena de edificios entre factoría, almacenes o casetas. Hacían, allí, hilo de lino. Toneladas y toneladas, cada día, sin descanso. Más de trescientos cincuenta obreros, en el momento álgido. Sobre un total de 5.000 personas que habría en el valle, hablamos de los años sesenta. Magnitud brutal, todas las familias con vínculo. "Pero es aun más llamativo en los noventa, cuando Iguña tiene 3.500 personas y siguen casi cuatrocientos trabajando allí", dice César. También obreros fuera del valle. "De Rioseco bajaba gente, de Lantueno, de Santiurde... Pero Portolín era el pueblo de Silió. Más de la mitad de los varones trabajaba en Portolín". Centro económico, filiación sentimental, fábricas que son más que fábricas, que son riqueza para fijar censo, patronato de cultura y deportes.

"Las de menor tamaño fueron menos agresivas en eso porque no necesitaron muchísima mano de obra y, por lo tanto, fijar al obrero... lo tenían cerca y en número a demanda", me cuenta Sara. "Con todo, hay que tener en cuenta que son empresas muy familiares y que, por lo tanto, están presentes en el día a día del lugar donde se emplazan a muchos niveles: la sirena de entrada y salida marcaba la vida no sólo de los trabajadores, era habitual que colaborasen con el ayuntamiento (pago de luz, arreglo de caminos...), las visitas de las familias a las instalaciones fabriles, etcétera". Es, sí, una forma de mantener vivos los pueblos. De mantener viva, también, una cultura propia. Las palabras que se conservan, las formas de explotación del terreno... lo que mantenemos de esta realidad tradicional es, en parte, gracias a las fábricas.

Aunque parezca paradójico.

La crisis se iba cristalizando, y lo hizo de forma dramática. Huelgas, deslocalizaciones, ofertas de trabajo que ni son ofertas ni llevan trabajo. Mudarte de aquí, ir a la urbe, ganar mucho menos. Deja atrás, sí, vacas y maizales. De obrero mixto a parado parcial. Para 1995 solo el 12,7% de las industrias manufactureras se radica en municipios con menos de dos mil habitantes. Si ampliamos al arco hasta los diez mil se alcanza casi el treinta por ciento. Puede parecer mucho, pero aparecen aquí incluidos todos los espacios que podríamos considerar periurbanos. Si arrancamos éstos del análisis se nos quedan kilómetros y kilómetros de pueblos y majadas sin una industria que fije población...

A veces los números, orgullosos, no cuentan solo verdades.

Todo termina en los años ochenta. O, mejor, todo empieza a terminar en los años ochenta. Reconversión industrial que ni reconvierte ni es industrial. Cerrojos y puertas sin abrir. Reducción de plantilla, suspensión de pagos. Huelgas y un modo de vida que está por terminarse. Tenías fábrica y vacas, cerraron la fábrica y marcharon, vía cuota láctea, las reses. Drama.

"El desarrollo de la tecnología y el menor número de trabajadores para llegar a una mayor producción, la modificación de los mercados y la consiguiente competencia están detrás del cierre de muchas de estas empresas, especialmente las relacionadas con el textil", me cuenta Sara. Y añade ejemplos. "Un caso parecido es el de la fábrica de sacos de yute en Riocorvo, unos kilómetros al norte, que cierra en 1970 precisamente debido a la caída en la demanda, cuando el yute empieza a ser sustituido por otros materiales sintéticos". César apunta. "En los años sesenta y setenta se meten más máquinas, y entran muchos más hombres. Máquinas rusas, modernas. Pero a veces la materia prima era deficiente. En Iguña había linares, así que al principio se cogía de aquí, pero después ya... Tenías el tren al lado, incluso un ramal de la vía entraba a la fábrica. Y sin calidad alta no puedes competir".

El final definitivo llegó ya en el siglo XXI. Hacían, entonces, lino al agua, muy bueno, y exportaban mogollón hasta Italia. Pero es que llega la globalización, y la producción china revienta el mercado. Inviable. La fábrica cerró en 2005.

Hoy hay, allí, malezas, bardales, árboles de sauco que blanquean mayos con su flor. Piedras a medio caer, paredes que son mitad cemento y mitad hiedra, tejados color zinc, una torre naranja y redonda, como puro que alguien dejó en olvido. Ventanas sin cristales, que decía Buzzatti, farolas sin bombilla, escaleras con grano, barandillas con aspereza de herrumbre.

Ah, y remembranzas. Hoy hay, hoy sigue habiendo, remembranzas en Portolín. César casi se emociona al recordar. "Pasar por la puerta, la curva de Portolín... para subir a Silió la carretera iba recta, fue la propia fábrica quien hizo el recorrido nuevo, y también pagó el alumbrado municipal hasta el pueblo. Y le daba vida... en el nuestro hubo, para que te hagas cargo, hasta nueve boleras. Para mí Portolín... mira, te voy a dar algún ejemplo... Yo iba a la tierra y sabía que eran las doce porque tocaba el pito de Portolín, te marcaba el tiempo. O ver desde el prado cómo cortaban la carreteras, con las huelgas fuertes. Y pasar ahora, ver las naves cayéndose, el musgo... joder, yo recuerdo cuando era el día del niño, que te llevaba tu padre para que vieras dónde trabajaba, ponían tortillas, había un pino grandote abajo, en una plaza... era un sentimiento muy paternalista. Con dieciséis o diecisiete años, volviendo de Corrales, que estudiaba allí, se nos quemó el autobús, y bajamos a las oficinas de la fábrica, porque sabíamos que allí había extintores... Entrabas como si fuera tu casa, para mí Portolín era casa".

Para muchos Portolín era casa.

¿Qué se puede hacer en Portolín? Con la fábrica, digo; con sus almacenes, edificios, con la chimenea orgullosa. Me responde Sara, que conoce de primera mano varios de estos proyectos de recuperación y mantenimiento industrial. "Lo primero y fundamental es documentar, tanto a nivel material como inmaterial, porque las naves terminan por colapsar y los trabajadores fallecen. Prever cuál puede ser el destino de los restos ya es algo más complicado, porque entran en juego muchos factores, entre ellos que una parte importante de estas fábricas es de propiedad privada. Yo creo que cuenta conocer la opinión de los vecinos del lugar y, en esa línea, esperar de los ayuntamientos (en general, de la Administración) que las considere como una pieza importante a la hora de dotar de espacios a la comunidad". Y acaba, para eliminar tentaciones de proyectos estrellitas y gastos ingentes. "Lo de construir obras faraónicas (muchas de ellas no sé sabe con qué fin ni para qué uso) es un modelo absurdo, que ya no nos podemos permitir y del que estamos cansados". Ya se hizo en el pasado, y de nada sirve, de nada puede servirnos.

Otra opción es recuperar. Quizá no aquí, donde hiedras y musgo enseñorean paredes, pero sí en otros sitios, en fábricas y factorías que hoy duermen por todo el ámbito rural. Ha ocurrido ya en constructoras de muebles, en escuelas de música, en corporaciones que proporcionan alimento para ganadería y estabulación. A veces, incluso, se usa el método de la cooperativa, que inmiscuye más al obrero, que lo hace (co)partícipe no solo de ritmos y sirenas, sino también de dudas, ganancias o decisiones.

Todo más importante, aun, si tenemos en cuenta los datos generales de la industria española. Que sufrió en pandemia, claro, que volvió a sufrir con el incremento loco del precio por electricidad. Según datos que aporta Comisiones Obreras en su Coyuntura del Empleo Sectorial correspondiente al periodo enero-marzo de 2023, el comportamiento del empleo en la industria es el que presenta datos más desfavorables en toda la economía española. Durante la pandemia fue el sector con más pérdida de empleo; cuando remontamos en cifras, esas fueron peores en fábricas y manufacturas. Somos, hoy, más dependientes del cajón de sastre llamado "Servicios".

Hay, por buscar imaginaciones, otra vía alternativa. Más moderna, más heterodoxa. Decíamos antes que estas fábricas contribuyeron a mantener poblaciones, familias, niños y adultos, en ámbitos no estrictamente urbanos. Que sirvieron para fijar cultura y maneras. ¿No podría hacerse hoy al revés? En todo eso que llaman la España vacía... ¿es posible abrir empresas de este tipo, reindustrializar, sacar provecho de las nuevas opciones, de tecnología que avanza, de panoramas cambiantes? Quizá para algunas de estas fábricas ya no sea necesario el acceso inmediato a las grandes urbes. Quizá la mano de obra cualificada marche gustosa a pueblos y valles. Quizá, sí, "deslocalización" pueda ser sinónimo de "repoblación". Hay medios, hay infraestructuras (aunque falten más medios, y más infraestructuras). Del recordar futuros, de la solución a tantos factores...

En Iguña anochece pronto, porque es valle con lindes altas. En Iguña anochece pronto. Y a veces pasa el ferrocarril, y hay pitidos como en el XIX, y se ven tasugos en monte. Si subes para Silió, si pasas Molledo y llegas hasta la curva cerrada, con su puente y su Canalona, hay edificios con árboles y desconchaos, hay musgos y espinos con albos por julio. Hay todo eso, en el lugar donde estuvo Hilaturas Portolín. También remembranzas y fotos.

Y una forma de vida que ya se fue.

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