Cuando el franquismo reguló la ciencia ficción: Superman podía ser Dios y Batman elevaba la libido de las niñas
El estricto control por parte del régimen sobre los productos culturales también llegó a las publicaciones infantiles y juveniles. Comandados por el Opus Dei, dos de sus mayores enemigos fueron Superman y Batman.
Querían tener todo bajo su control, hasta la ciencia ficción. Que los niños y las niñas se divirtieran y leyeran cómics, pero siempre respetando la férrea moral nacional-católica imperante en esa España enclaustrada en sí misma por la dictadura franquista.
La censura en las publicaciones infantiles y juveniles merecía un especial cuidado: los más pequeños debían educarse, también fuera de las aulas, de tal forma que llegado el momento el franquismo pudiera pervivir sin Franco.
El historiador y archivero Daniel López-Serrano Páez, conocido como Canichu, ha escrito Superman, Batman y Franco (Domiduca Libreros, 2023), una completa monografía en la que repasa el devenir de estos dos grandes superhéroes en la España dictatorial. Uno de los personajes más reconocidos a nivel mundial entre la chavalería era Superman.
"Desde el principio fue un éxito mundial, imparable, sobre
todo en los años 40 y 50. Aunque el franquismo lo llegó a prohibir al completo, no pudo evitar que estuviera por todas partes y que gente que viajaba al extranjero les metiera estos cómics a sus hijos y sobrinos", enuncia el investigador.
Superman no gustaba al franquismo. ¿Por qué? El régimen consideró que tenía cualidades de Dios, que se tomaba la justicia por su mano y no resolvía los conflictos por los cauces legales.
"Tampoco les gustaba que Supergirl llevara minifalda o que se pudiera enfrentar a extraterrestres. Otros personajes femeninos rompían con el arquetipo de mujer del régimen. Ni necesitaban estar casadas ni respetaban la autoridad del padre", ejemplifica Canichu.
Batman fue mucho más perseguido que Superman, tal y como se desgrana de la investigación de este historiador. "Para empezar, es un personaje al que matan a sus padres y toda su vida es una constante búsqueda de venganza, porque él quiere vengar su muerte, y el franquismo rechazaba cualquier incitación a la violencia en los cómics", expresa el autor. Además, el traje que utiliza lo llegaron a relacionar con el satanismo, al igual que a sus enemigos.
Por otra parte, todos "los malos" de estas historietas revelan el plan criminal en algún momento, así que la censura del régimen justificaba su actividad con el argumento de que no se podía enseñar a los niños a ejercer un crimen. "La censora llegó a explicitar que las ropas tan ajustadas de los personajes femeninos invitaban al sadomasoquismo, y que las niñas también tienen libido, por lo que no veía con buenos ojos que Batman vistiera con un calzón por fuera", añade Canichu.
La censura prepara el futuro de la dictadura
La censura de cómics buscaba que el franquismo pudiera seguir vivo después de la muerte del dictador
Antes de que los sublevados pudieran llegar a considerarse el bando franquista, estos militares facciosos pensaron en cómo limar y reducir al nacional-catolicismo el pensamiento y la moral imperante del nuevo Estado que querían construir.
"Empezaron con la depuración de maestros y maestras republicanas. Todo lo que oliera a la educación, se lo quitaban de encima", introduce Canichu. En cambio, los niños y niñas no solo se educaban en las aulas, sino también a través de las lecturas no regladas que realizaban en su tiempo de ocio y esparcimiento.
Según explica el historiador en su investigación, la tarea de controlar qué podían leer y qué no los más pequeños recayó al principio en Ramón Serrano Suñer, secretario general del movimiento, aunque con el paso del tiempo dicha responsabilidad se desplazó hacia el sector más ultra de los católicos.
"Pasados unos años después de la guerra, lo que sucede en España es una copia de lo que sucede en Estados Unidos, donde a partir de la década de 1959 ya comienza la caza de brujas", desarrolla este archivero alcalaíno.
En resumidas cuentas, esta censura dirigida a los niños y niñas perseguía un solo propósito: que el franquismo pudiera seguir vivo después de la muerte del dictador, y eso únicamente lo conseguirían si las nuevas generaciones se criaban con las ideas del movimiento.
Que los jóvenes no se confundan
Los superhéroes se correspondían con personas guiadas por unos valores de vida democrática
En España, los cómics que más se publicaban y vendían tenían el sello de la editorial Gato Negro, empresa perteneciente al padre de los hermanos Bruguera, reconocida todavía en la actualidad. Así pues, el republicano Juan Bruguera Teixidó fue el artífice de cabeceras tan afamadas y recordadas como Pulgarcito.
Cuando terminó la guerra, los hijos se quedaron la editorial y la llamaron Bruguera. Por otra parte, en España también era muy común ver a jóvenes lectores de la revista TBO y, más tarde, Mortadelo y Filemón.
Flash Gordon llegó a ser uno de los cómics extranjeros más vendidos durante la dictadura, aunque el régimen lo eliminó bajo la excusa de que la ciencia ficción podía confundir a los niños respecto a la religión. "Los superhéroes están mal mirados. Al principio, a Superman lo llaman Ciclón, que es lo mismo que había hecho antes la Italia de Mussolini, crear un súper hombre pero con ideas fascistas", enfatiza Canichu.
Al fin y al cabo, los superhéroes se correspondían con personas guiadas por unos valores de vida democrática, tal y como entendían la democracia en Estados Unidos, y el franquismo asimilaba este hecho como algo de izquierdas y republicanismo. "Ejemplo de ello son las ideas de igualdad que podían proclamar los personajes, al menos hasta donde llegaba la igualdad de género en los años 60", apunta el autor de la obra.
El franquismo regula la ciencia ficción
La ideología ultracatólica imperante el en franquismo llegó a considerar que Superman podía confundirse con Dios
Así llegó 1967, y con él una ley del régimen creada expresamente para censurar el cómic en niños por parte del Ministerio de Información y Turismo. La norma recogía el Estatuto de publicaciones infantiles y juveniles. En ella quedaban claras las categorías de las publicaciones.
Las publicaciones infantiles estaban destinadas exclusivamente a menores de 14 años; las juveniles estaban destinadas exclusivamente a mayores de 14 años pero menores de 18; y las infantiles y juveniles, aquellas destinadas indistintamente a un público lector menor a los 18 años.
El segundo capítulo del estatuto se detenía en normativizar el contenido de las publicaciones. Por ejemplo, establecía que debía evitarse "exaltación o apología de hechos o conductas inmorales o que puedan ser constitutivos de delito", también la presentación de escenas ligadas al terror, la violencia, el erotismo, el alcoholismo, el suicidio, la toxicomanía "o demás taras sociales".
Tampoco estaba permitido cualquier contenido que pudiera llegar a estar relacionado con el ateísmo, así como pasajes que pudieran suscitar "sentimientos de odio, envidia, rencor, desconfianza, insolidaridad, deseo de venganza, resentimientos, falsedad, injusticia...".
Con estas mimbres, la ideología ultracatólica imperante en el franquismo llegó a considerar que Superman podía confundirse con Dios y que Batman le podría acercar a los niños ideas de venganza, además de que la dictadura catalogó a los enemigos de Batman como de satánicos al tener una forma monstruosa en los cómics.
La censura previa se va, llega la autocensura
Todo esto ya estaba más o menos orquestado por la Comisión de Información sobre Publicaciones Infantiles y Juveniles (CIPIJ), nacida en 1962 al resguardo de los sectores más ultras del Opus Dei. Es decir, la censura infantil y juvenil no seguía los cauces habituales.
A partir de 1957, Batman y Superman dejaron de publicarse al completo en España
Este tipo de publicaciones, además de pasar el control pertinente, se enfrentaba a otro especializado por parte del sacerdote Vázquez y otros tantos personajes que componían la Comisión, todos ellos "gente que había estado conformando la administración de la dictadura desde hacía muchos años", según refleja el historiador en su libro.
A partir del estatuto aprobado en 1967, en el mundo del cómic español sucede lo mismo que en el de la prensa tras la aprobación de la ley Fraga en 1966.
Al eliminar la censura previa, se impone la autocensura: "Podían publicar lo que ellos quisieran pero bajo el temor de que el régimen no lo aprobara después y les requisaran las tiradas o sancionaran al medio hasta el punto de cerrar una revista, clausurarla o llevar a la cárcel a aquellos responsables reincidentes", se explaya Canichu.
A partir de ese año, y seguimos en 1967, Batman y Superman dejaron de publicarse al completo en España. Con el sello Marvel apenas se podía publicar nada, al igual que ocurría con DC. Las cosas cambiaron algo a partir de 1969, cuando el régimen volvió a permitirlos pero cambiando guiones y recortando las partes de las historietas que pensaban que atentaban contra la moral.
Una de las principales novedades que se desgranan de esta investigación es el descubrimiento por parte de Canichu de que, en el caso de las publicaciones infantiles y juveniles, no era un censor el que empuñaba su lápiz rojo, sino una censora: Pilar Sánchez Cascado.
Tal y como finaliza el artífice de la obra, "los censores firmaban con un número, pero esta persona decidió hacerlo con su apellido, así que ha sido fácil rastrear los boletines oficiales del Estado de la época y encontrarla".
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