Geirmundur, el vikingo negro que desafía la estética de la ultraderecha
La cultura vikinga ha sido tomada como base estética de grupos ultraderechistas y xenófobos desde hace mucho tiempo, pero la historia de Geirmundur Piel Negra supone un desafío a cualquier interpretación superficial.
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Seguro que usted lo ha visto. En alguna red, en tatuajes, en vídeos que estremecen. Mensajes de odio, superioridad racial, violencia. Y la simbología. Runas, mjölnir, el valknut. Cultura normanda al servicio de la extrema derecha. Es, casi, lugar común en nuestro mundo apresurado y superficial.
Pero ¿eran racistas los vikingos? Pues no necesariamente, o "sí, por supuesto", depende de lo que quiera usted contarnos. Ambas respuestas son, aunque parezca imposible, ciertas. Digamos que los vikingos, como cualquier agrupación humana del mundo antiguo, entendían la existencia en clave "nosotros" y "ellos"... siendo ese "ellos" despreciable o interesante dependiendo del uso que pudiésemos hacer con él. O, dicho de otra forma, dependiendo de si podemos comerciar. Habitaban mundo susceptible, violento, mundo de venganzas y reacciones rápidas. Tenían, también, esclavos, y estos esclavos arrastraban mogollón de prejuicios. Pero, si hace falta... amigos de todo y de todos. Los vikingos hacían negocios alegremente con musulmanes y mongoles, anteponiendo riquezas a etnia. Pero si quieren respuesta rápida... nórdicos y adláteres no eran más agresivos con hombres que tenían pieles distintas a como lo eran sobre otros que no compartían sus costumbres, aunque tuviesen aspecto más similar...
Claro, ve tú con matices y presentismos a un racista, intenta explicar presentes ucrónicos a quien es de extrema derecha. Nada, imposible. Así que nuestros muchachos de la alt right llevan más de la centuria alimentando mito valhállico para justificar barbaridades ideológicas. Especialmente, aunque no solo, en el plano más estético, porque aquellos sanos muchachotes rubios y altos, aquellas runas de áspero cincel, hachas grandotas, escudos... Todo eso resulta atractivo para quien entiende la existencia en criterios de "sí-no".
¿Quieren ejemplo reconocible, ejemplo que seguro guardan en mente? Asalto al Capitolio, aquel mamarracho extravagante que iba torso descubierto y cabeza de búfalo sobre su cabeza de apoyar cosas. Todo su cuerpo presentaba tatuajes de inspiración norrena. Tatuajes, añadimos, que eran bastante fake en algunos casos, pero como para exigir rigurosidad intelectual, ¿no? La idealización del espíritu masculino, del Übermensch pagano contrapuesto al "cordero católico", el pasado como herramienta nacionalista (aunque sea en lugares donde apenas llegaron drakkars) y una muy bien trenzada simbología que permite reconocer a los que son como tú en base a referencias antiguas que no todos comprenden (o no todos decodifican de igual forma) ayuda a este vikingueo. Uno que te salta cada día en redes... quizá recuerdan ustedes aquel "Noviembre Nacional" bajo el que se auspiciaron movimientos de protesta contra la amnistía... Busquen su logo, busquen. Y no es nuevo, oigan, que sin irse a los años treinta también pueden hallar estremeceres... Emblemas, cánticos y merchandising de grupos ultras, verbigracia...
Por eso, por todo lo anterior, por esta mistificación del nórdico, me gusta tanto, me gusta tantísimo, la historia del vikingo negro.
Sí, vuelvan a leer.
El vikingo negro.
Bergsveinn Birgisson, uno de sus descendientes rastrea a Geirmundur, de quien dijeron que era el más noble de los colonos islandeses
Sobre el vikingo negro supe gracias a Bergsveinn Birgisson, uno de sus descendientes (pero descendiente lejano, lejano de narices). Bergsveinn se enfrentaba a un misterio: ¿por qué llamaban a aquel hombre, a aquel Geirmundur, el de la negra piel? ¿Era por algún hecho vital o simplemente describía su aspecto? Así que se lanzó a leer sagas, a visitar lugares, a fundir arqueología con literatura con historia con lingüística. El resultado es un libro magnífico, uno de esos para enriquecer conmoviendo, que lleva por título En busca del vikingo negro. Lo acaba de publicar Nórdica Libros con (meritoria) traducción desde el islandés de Enrique Bernárdez, y es delicia grandota. Allí Birgisson rastrea a Geirmundur, de quien dijeron que era el más noble de los colonos islandeses. Pero, después, su gloria quedó enterrada por el olvido. Nada, o casi. Parece extraño, para el más noble. Quizá era, pensaba, por el color de su piel. Quizá, concluye, por más factores. Porque nos habla, sí, de los kenningar, metáforas que aparecen en poemas y sagas nórdicas. Las que se realizan en base a contrarios, para facilitar su memorización. Y, allí, el negro, su simbología.
Pero vayamos al siglo IX. Hasta el sur de Noruega, Rogaland, donde nacen dos hermanos. A uno le dicen Hámundr, a otro Geirmundur. Su padre, Hjör, es rey (o lo que haya en aquel entonces en aquellas tierras). Su madre, Ljúfvina, viene de tierras lejanas. Las mismas que dieron a Geirmundur sobrenombre. Porque aquellos niños tenían piel negra, rostro anchísimo, ojos rasgados. Eran, sí, muy diferentes a todos los que tenían alrededor. Feos, dicen las crónicas. Diferentes. En la mitología de los vikingos, Hel es la personificación de ultratumba, del reino muerto. Y Hel, hermana del lobo Fenrir, tiene piel negra. Como Hámundr, como Geirmundur. Impacto, entonces. Dicen que su madre repudió a los niños, dicen que el padre estaba a sus expediciones. Dicen que empieza aquí el cuento.
Porque, ¿de dónde provenía Geirmundur?
Todo apunta al norte de Nenetsia, por la península de Kanin. Biarmaland, la tierra de los Bjarmi. Vamos, septentrión de Rusia, aquellos a quienes los musulmanes decían Wîsû y Yûrâ. Samoyedos, quienes eran tenidos por brujos. Los nenets les llaman "sijirtia"... que significa "piel negra". Seguramente allí viajase Hjör a comerciar con productos de mamíferos marinos. Morsas, fundamentalmente, que eran materia prima ineludible para flotadura de barcos. Seguramente de allí trajese a una muchacha, en señal de alianza. Seguramente ella, Ljúfvina, quisiese dar a su marido descendencia paliducha, porque lo contrario podría significar que había sido infiel. Cómo explicas, si no, que la semilla de orgulloso nórdico no pueda más que los genes de una Bjarmi. Quizá por eso repudió a los recién nacidos. Nos hablan las crónicas de su fealdad. Nos cuenta la historia sobre su piel oscura.
Digamos que el poder es voluble en aquellos tiempos. Digamos que el poder es voluble, sí, en todos los tiempos, y así vemos a nuestro Geirmundur adulto, con su rostro amorenado, con sus labios gruesos, saltando hasta la isla de Irlanda, estableciendo alianzas con duques, princeps y caudillos de allí, tomando y destomando lo que quisiera en todo ese triángulo vikingo que hay por la costa suroccidental. Es, Irlanda, tierra de sangre y miel, promisión para norrenos, aire más sano y suave que Inglaterra, como dicen las crónicas. Es, también, espacio para luchas y conflictos, dominios cambiantes, enriquecerte o morir. O, si tienes suerte, saltar al norte. A la ínsula más hiperbórea, donde la tierra tiembla, las aguas humean y furiosos regueros de lava dibujan paisaje violento y vivo. Islandia.
Para Islandia marchó Geirmundur. El más noble de los colonos, recuerden. Breiðafjörður como centro de su señorío, zona noroeste, mirando a Groenlandia, al sitio donde Atlántico y Ártico juegan a crear tempestades. Tierra inmisericorde, dura. Difícil ganadería, difícil hacer que nada crezca del suelo. Pesca y caza hasta Hornstradir, el postrer septentrión. Quizá saltar a Groenlandia. Morsas y, a veces, algún cetáceo. Vivían, allí, unos cuantos cientos de personas. Geirmundur, sus tipos de confianza.
Y los esclavos.
Geirmundur importó a Islandia mercancía desde Erin. Mercancía con pies, y bocas, y corazón
El mito islandés nos habla de un origen igualitario, una tierra que mantiene leyes sagradas, que tiene su parlamento (Alþingi) desde el siglo X, que respeta creencias, que permite permeabilidad entre lo pagano y el creciente cristianismo. Una tierra de hombres libres que como libres se tienen y actúan. Solo de esa forma pudimos sobrevivir en este Asgard, solo de esa forma. Pero hay otra. Haciendo que los demás trabajen, esclavizando. Eso hizo Geirmundur, y por eso no aparece en sagas y cantares. El del rostro negro importó a Islandia mercancía desde Erin. Mercancía con pies, y bocas, y corazón. Un país (una parte de un país) edificado sobre la avaricia, la esclavitud y una sobrepesca que exterminó algunas especies allí donde Geirmundur y los suyos explotaron en exceso. Y, encima, con un negro como generador. No, borra todo, aleja su nombre.
Que se pierda entre brumas.
Poco más sabemos de Geirmundur. En aquel tiempo Haraldur de Hermosos Cabellos creó el primer gran reino vikingo en Noruega, y quizá Geirmundur tuvo tentaciones de volver hasta su cuna para recuperar odales y legados. O igual no, igual quiso que fuese Islandia su morada final, alejado de orígenes, luchas de poder. Al menos a gran escala, porque tuvo problemas en su señorío. Naufragios, pérdida de rutas comerciales. Problemas. Dicen que murió por el 907, dicen que sus lugartenientes repartieron migajas al poco de irse. Les decían Ketill Gufa, o Steinólfur el Bajo, l Gils Nariz Mascarón, Örlygur, Nesja-Knjúkur. No estaba llamado, no, a pervivir tal señorío... demasiados lores, demasiada sangre. A Geirmundur, cuentan, lo colocaron en un barco y lo enterraron bajo tumba plana. Cerca de su casita. Cuentan, también, que rondaba como un aparecido las islas Ólafseyjar. Cuentan que, después, todos quisieron olvidarlo, porque era imagen que a nadie agradó.
El vikingo de piel negra.
Hace unos meses, diferentes voces empezaron a hacer ruido en redes sociales. Todas tenían ideología común, y era... en fin, era tirando a facha, tampoco voy a contarles historias. Pues bien, estos adalides de la sacralidad aria elevaban quejas y lloraban bastante, llamando woke, izquierdoso y cosas de ese palo a la inteligencia artificial de Google. ¿Razones? Pues que le había dado por crear representaciones de antiguos vikingos (todos sus abalorios, todas sus trenzas, toda su mirada amenazante) con piel oscura. Nos invade la corrección política, dijeron.
Geirmundur, allá donde esté, debió descojonarse en su barco. Si yo volviera os ibais a enterar.
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