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Vecinos que rompen el aislamiento y la soledad de los mayores del barrio

La fundación Amigos de los Mayores implanta en cuatro barrios de Madrid el proyecto Grandes Vecinos, cuyo objetivo es fomentar que los jóvenes acompañen a los ancianos

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El proyecto Grandes Vecinos pretende prevenir el aislamiento de los mayores y recuperar las relaciones vecinales.

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A Elvira se le ha estropeado el grill y no sabe dónde arreglarlo. La ferretería de toda la vida ha echado el cierre, como antes lo había hecho la panadería y otras tiendas del barrio, cuyo paisaje ha ido modificándose con el tiempo hasta el punto de que los viejos del lugar ya no lo reconocen. Al menos, las fachadas de los edificios y los locales que ocupaban los negocios de siempre siguen ahí, aunque sus gentes son otras. Podría salir de casa, preguntar a los viandantes, patear las calles y, con suerte, dar con el establecimiento, pero ¿quién cuidaría mientras de Gregorio?

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Patricia, que ejerce de vecina dinamizadora, con los 'grandes vecinos' Gregorio y Elvira, de 93 y 85 años.

“Malasaña es su barrio de toda la vida, pero los jóvenes lo hemos invadido”, afirma Patricia Muro, una granadina de 35 años que ejerce de vecina dinamizadora, es decir, el eslabón entre los responsables del programa y la comunidad. “Muchos vienen de fuera y tampoco tienen aquí familia, por lo que el proyecto permite cubrir las necesidades de unos y otros”, añade Patricia, cuya figura requiere otro grado de compromiso. “Esto no es algo unidireccional hacia los mayores sino algo recíproco. Se trata de hacer vecindad y fomentar la cultura de barrio”. Pone un ejemplo: ella se toma un café con alguien que después le regará las plantas o le dará de comer a su mascota cuando se vaya de vacaciones.

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Elvira lo tuvo claro desde el principio. Valenciana del 31, conoció a su marido en Aguadulce, una localidad costera de Almería adonde se había ido sola de vacaciones. Cuatro meses después, se subió al altar. “Estudiaba Graduado Social y sólo me faltaba entregar la tesis, pero apareció Gregorio y se acabó todo”, recuerda entre risas. Se trasladaron a Madrid, donde ella trabajó como auxiliar de enfermería y él, en los talleres de Renfe. Llevan años jubilados y a Gregorio, que frisa en los 93, le falla el oído. Elvira está estupenda y, de pascuas a ramos, se escapa a disfrutar de una zarzuela con Miguel.

Miguel podría ser un 'gran vecino', pero ha preferido participar en el programa como acompañante de mayores.

“La vida ha cambiado horrores”, tercia Gregorio, que habla poco y se retrotrae al pasado. Nació en 1923 en Cerezo de Mohernando, una pedanía de Humanes, provincia de Guadalajara, pero pronto se adaptó a Madrid, donde hoy habitan 158.000 personas solas. “Vivo enseguida”, afirma. ¿Cómo que vive enseguida, Gregorio? “Quiero decir que me hago a todo”. Desde que entró en Renfe de mozo de cuerda hasta que fue responsable de cuarenta obreros en el taller de Santa Catalina, se ha ido mudando de un barrio a otro, al tiempo que el paisanaje se iba renovando. En Chueca llevan tres lustros, toda una vida, sobre todo cuando se superan los noventa y cada año ya no sólo son 365 días, sino una tienda que cierra, un amigo que se va, otro que desaparece para siempre…

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