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Huir de Jersón tras dos meses de ocupación rusa: "Lo peor es pensar que pueden hacer lo mismo que en Bucha"
Daria Tatarina y su hijo David, de tres años, son de las pocas personas que ha lo grado salir de la ciudad del sur de Ucrania. Allí se habla de un referéndum y el rublo empieza ser la moneda de curso legal. Acogida por una prima en Móstoles, teme que su ciudad no sea recuperada nunca o que su marido sea reclutado forzosamente para combatir en el Ejército de Moscú.
Jairo Vargas Martín
Móstoles-
"Miedo, sí. He pasado mucho miedo. He visto bombas muy grandes volando en el aire desde la ventana". David Tatarin sabe lo que significa vivir con el temor a que un proyectil caiga en su casa. Sabe muy bien cuáles eran las reglas bajo la ocupación militar de su ciudad. Sabe lo que hay que hacer cuando suenan las sirenas antiaéreas —"ir corriendo al refugio en el sótano de casa de mi padrino", explica—. Sabe que por las noches hay que tener las luces apagadas y no hablar demasiado alto, que si hay ruido fuera no hay que salir a la calle y que las ventanas no son un lugar donde quedarse mucho tiempo. Sabe lo que es cruzar un país en guerra y recorrer media Europa en autobús para ponerse a salvo. Sabe todo eso, pero aún no ha cumplido los cuatro años. Ha tardado varias semanas en dejar atrás esas rutinas y comprender que en España no hay bombardeos ni disparos en las calles, que los estruendos que le sobresaltan son autobuses urbanos pasando bajo la ventana, el timbre del colegio más cercano o una simple tormenta.
Él y su madre, Daria Tatarina, han vivido el mes y medio más incierto en su ciudad de toda la vida. Nunca la vio tan diferente, subraya la joven enfermera ucraniana de 29 años. Son de Jersón, al sur de Ucrania, separada solo por un gran puente de la península de Crimea, ocupada por Rusia en 2014. Desde allí avanzó la columna de blindados rusos el 24 de febrero y pocos días más tarde cruzaron el puente sobre el río Dniéper y llegaron a la ciudad, de algo menos de 300.000 habitantes.
La urbe se rindió el 2 de marzo y, desde entonces, casi toda la región está en manos rusas tras duros combates y bombardeos aéreos que obligaron a la población a refugiarse durante días enteros en los sótanos. También al pequeño David, que no comprendía muy bien lo que pasaba. "Su padre y yo hemos intentado que él no nos viera nerviosos, le hacíamos pensar que era una especie de juego. Y ha funcionado, salvo un par de veces que los misiles cayeron muy cerca", recuerda la madre.
"Yo nunca había salido Jersón. Tan solo una vez para ir a Odesa de visita", dice Tatarina, aún incrédula de su hazaña. "Ni siquiera tenía pasaporte", incide. A pesar de que su ciudad lleva dos meses llena de soldados rusos, ella se hubiera quedado si no fuera por su hijo, reconoce. Así que hace tres semanas repitió el único viaje turístico de su vida, pero en circunstancias totalmente diferentes. Sin pensarlo demasiado, cogió a David, un poco de ropa, algunas medicinas y un juguete, se subió al coche de un desconocido con el que quedó a través de un grupo de Telegram y rezó para cruzar a salvo las líneas enemigas. Lo lograron, aunque tardaría casi una semana en llegar a España, donde la esperaba su prima Yana, que llegó hace una década al país para estudiar Filología Hispánica y está asentada en Móstoles (Madrid).
Son apenas 60 kilómetros los que separan Jersón de Mykolaiv, la ciudad más cercana, que resiste desde hace casi dos meses y protege del avance ruso la portuaria Odesa, la perla del mar Negro y la última salida al mar del país. "Nos pusimos en marcha a las siete de la mañana y llegamos a Mykolaiv a las cinco y media de la tarde. Íbamos muy despacio en una caravana de decenas de coches particulares", recuerda la joven, ya desde el sofá del salón de su prima.
"Han sido los 60 kilómetros más largos de mi vida", confiesa. Más tensos que el viaje a Odesa, que cruzar la frontera con Moldavia y que el periplo de varios días en autobús, Más de 3.000 kilómetros, hasta Santander, a donde llegó hace dos semanas.
La mujer recuerda que vio misiles Grad pasar por encima del coche, tanques y vehículos calcinados en los arcenes y viviendas destruidas. "Tenía aguantar, no podía derrumbarme delante del niño. Cuando llegué a Odesa solo quería encerrarme en una habitación y gritar y llorar para sacar toda la tensión que tenía dentro", ilustra.
Tuvo que atravesar hasta ocho controles de soldados rusos para llegar a la zona controlada por el Ejército de Ucrania. "Era muy raro, apenas nos registraban. Solo le pedían la documentación al conductor y a otro chaval joven que venía en el coche", dice. "En el lado ucraniano, los controles sí que fueron más intensos, pero llegamos a Odesa en solo dos horas y media", recuerda.
No sabe por qué pudo escapar, por qué los soldados de Vladimir Putin no les hicieron volver a casa, como ha sido habitual desde que tienen el control de Jersón. "Todos los accesos y salidas están vigilados por los soldados desde que llegaron. No dejaban salir ni entrar a nadie", cuenta Tatarina. Desde que la ciudad cayó en manos rusas, no se ha abierto ningún corredor humanitario, a pesar de que hay combates y bombardeos en los alrededores. Pero según relata, comenzaron a correr rumores de que era posible salir, y los rumores son lo que mejor circula ahora en esa ciudad.
"La gente se reunía a las afueras de un supermercado. Allí había gente con coches particulares o con taxis que se ofrecían a sacar a la gente. Algunos cobraban y otros, no", explica. "Pero no ha durado mucho", dice con pesar. Ella escapó el 15 de abril. Desde entonces, todos días había caravanas de coches a los que les permitían salir sin hacer muchas preguntas. "El día 22 se acabó. Los soldados rusos hicieron dar la vuelta al convoy. Les dispararon a las ruedas a los primeros coches", puntualiza, "y no tengo noticias de que la gente esté saliendo de nuevo", añade la mujer.
Toque de queda y registros en las casas
Le es difícil describir la vida bajo ocupación, ya que procuraba salir lo menos posible. "Había cierta normalidad dentro de lo que cabe", asegura. De hecho, ella siguió yendo a trabajar a su hospital hasta varias semanas después de la caída de la ciudad. "Luego fui cada vez menos. Tenía miedo de los bombardeos y daba muchos rodeos caminando para no cruzarme con los soldados en los controles", sostiene.
La ciudad vive bajo toque de queda y durante las primeras semanas, los militares rusos solo permitían salir a la gente en grupos de una o dos personas para buscar agua y comida, que escaseó. "Bloqueaban la entrada de ayuda humanitaria. La única que se repartía era la de los propios rusos, la traían desde Crimea y había grandes colas en las calles para recibirla", asegura.
Daria afirma que el horror vivido en Bucha y otras localidades cercanas a Kiev no se ha dado en su ciudad. "Los soldados no han disparado a nadie que yo sepa", insiste. "Dicen que han venido a protegernos y a liberarnos de los nazis, pero han ido por las casas buscando armas o personas escondidas", detalla. Asegura que la casa de su madre, en un pueblo cercano a la ciudad, fue rodeada por un tanque y un grupo de soldados. "Preguntaban por armas, por drogas y por hombres, pero a ella no le hicieron nada", recuerda.
"A veces los soldados rusos traían a chavales al hospital con marcas de golpes y huesos rotos"
Sin embargo, sí ha visto otro tipo de violencia durante sus turnos en el hospital. "A veces los soldados traían a chavales para que se hicieran radiografías. Tenían marcas de golpes y algunos huesos rotos", dice. Esa era parte de la nueva normalidad, detenciones aleatorias en casas o en las colas para recibir comida y agua. "Se los llevaban y los soltaban a los dos o tres días después de interrogarlos. Algunos volvían con heridas y otros, no", sentencia.
¿República Popular de Jersón?
A pesar de todo, ha habido varias concentraciones de vecinos en las calles, envueltos en la bandera ucraniana y mostrando su rechazo a la ocupación rusa. Al principio se permitieron, después hubo cargas y represión. Pero no hay constancia de muertos en estas protestas. Es como si Moscú ensayara en esta ciudad el escenario de 2014, cuando se celebraron sendos referéndums y se autoproclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk o Lugansk, en la región del Donbás. O más bien lo sucedido en Crimea el mismo año.
De hecho, hace más de un mes que circula la idea de que Rusia está tratando de organizar un referéndum en la ciudad. No está claro si para declarar otra república popular o para anexionar el territorio a la Federación Rusa, como hizo con la vecina Crimea. "Primero nos llegaba que iba a celebrarse en abril, luego que a principios de mayo, pero nada se ha concretado y la información no era oficial. Aun así, no se puede descartar que pase", dice Daria, seriamente preocupada por que su ciudad acabe siendo territorio ruso definitivamente.
Los pasos hacia la rusificación se están dando con claridad y sin descanso. La televisión y la radio ya solo emiten canales rusos con la postura y el relato oficial del Kremlim, relata la revista rusa 'Meduza', crítica con Moscú. Desde el 1 de mayo, el Kremin ha ordenado que el rublo sea la moneda utilizada en la región.
Hasta el 25 de abril, la bandera ucraniana seguía ondeando en los edificios oficiales, recuerda Tatarina. Aunque ese día el alcalde, Igor Kolykhaev, informó a través de Facebook de que las fuerzas armadas rusas habían irrumpido en el Ayuntamiento y empezó a lucir la bandera rusa. Al día siguiente, Kolykhaev informaba de que se había impuesto una nueva administración local que le había relevado de sus funciones. A él y a todo su equipo de Gobierno, que se negó a colaborar desde el principio con los ocupantes rusos. Aunque no ha habido represalias contra el alcalde depuesto, que sigue en la ciudad y no ha sido detenido o secuestrado, como sí ha ocurrido con otros regidores de localidades ocupadas.
¿Volver a una Jersón rusa?
Pese a todo, Daria Tatarina sigue pensando que tarde o temprano podrá volver, que "será seguro", que su hijo podrá regresar al colegio y a jugar con sus amigos y con su padre en las calles de Jersón. Aunque tras esa idea solo le asaltan más dudas. "En realidad, no sé si quiero regresar a una Jersón rusa", reconoce. Rusa es la única lengua que habla su hijo, es el idioma con el que ella ha crecido. Rusas son sus costumbres y tradición. Pero rusas eran también las tropas que han arrasado su región, que les han obligado a pasar semanas en un sótano y le han hecho abandonar finalmente su país para convertirse en refugiada. "Ni si quiera sé si podría seguir trabajando en el hospital si vuelvo", añade. "¿Cómo se perdona esto? ¿Cómo pretenden que podamos vivir bajo el yugo de Rusia después de lo que han hecho?", se lamenta.
"¿Cómo pretenden que podamos vivir bajo el yugo de Rusia después de lo que han hecho?"
Pero hay dos pensamientos más inquietantes que también le rondan la cabeza. Uno es que su marido acabe siendo forzado a combatir junto a las tropas de Moscú, como dicen cada vez más rumores. El otro es que el Ejército ucraniano recupere la ciudad. "Mi mayor miedo es que los rusos cometan crímenes como los de Bucha si se les obliga a retirarse", reconoce ensimismada, con la vista puesta en la pared, los ojos humedecidos y la mano sujetándose la boca.
Solo el correteo de su hijo David la hace volver en sí y pensar en el futuro próximo, en su nueva vida como refugiada en España. Ya se han registrado en el punto de atención de Pozuelo de Alarcón, en Madrid, para ser beneficiarios de la protección temporal para refugiados de Ucrania que Europa ha puerto en marcha. En pocos días, el niño empezará a ir a la escuela infantil, le han dicho hace pocos días. "Todo está yendo rápido y bien, aunque no sé qué tipo de ayudas vamos a tener", dice. Ahora solo quiere encontrar un trabajo, "de lo que sea", porque su título de enfermera se quedó en su casa de Jersón, como prácticamente todo lo que tenía. "Todo menos el miedo. Eso me lo he traído conmigo", apostilla.
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