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Heydy no cabe en un titular

Sin papeles y vulnerable, protagonizó un reportaje sobre empleadas del hogar víctimas de abusos sexuales. Detrás del estereotipo, hay una sacrificada mujer cargada de futuro.

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Heydy dejó la universidad en Nicaragua para trabajar como empleada del hogar en España. / HENRIQUE MARIÑO

Hay titulares que tapan vidas. Heydy, por ejemplo, es la protagonista de un reportaje sobre empleadas del hogar víctimas de abusos sexuales. Fue a una entrevista y el señorito le espetó que si quería el trabajo de interna, consistente en limpiar la casa y cuidar de un niño, tenía que acostarse con él. “Soy joven y necesito desahogarme”, justificó. El fardo de sustantivos y adjetivos (inmigrante, sin papeles, vulnerable) no la empequeñecen, pero dicen poco de ella. Aunque el texto denunciaba un sufrimiento invisible, cegaba su identidad.

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Allá es Matagalpa, una ciudad cafetera de cien mil habitantes que vive del campo, con universidad y cuna de Carlos Fonseca, uno de los fundadores del Frente Sandinista. Sus padres regentan un pequeño almacén que despacha grano básico: arroz, frijoles, maíz… Sin embargo, en casa eran cinco hermanos y la caja apenas daba. “En mi tierra, lo que ganas te permite vivir, no crecer”. Y el deseo de un futuro mejor la llevó a abandonar la Facultad, donde estudiaba Ingeniería Informática y Contaduría Pública, para probar suerte en España.

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Sin embargo, Heydy ya no era una joven estudiosa que cursaba Finanzas sino una chica sin papeles que buscaba trabajo. Probó en Murcia, porque allí vivía su tía, sin suerte. Decidieron, junto a una prima que le acompañó en su viaje, instalarse en Madrid, donde tardaría un par de meses en encontrar un empleo. Las tres ejercen ahora de trabajadoras domésticas. Comparten piso en un bloque de Usera, un barrio obrero al sur de la capital. En realidad, ella vive allí los sábados por la tarde y los domingos, cuando libra.

La segunda experiencia fue positiva. Trabajó como externa, de nueve a cuatro, cuidando a una abuela. “Un día, los hijos dijeron que no se podían encargar de ella y la mandaron a una residencia. En realidad, la cuidaba yo, no ellos. Era como tener un bebé grande”. Seiscientos cincuenta euros. “Estaba feliz de la vida”.

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