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Cuando un hombre LGTBI+ denuncia una agresión sexual: "Tenía miedo de que no me creyeran"

Los hombres del colectivo son más cuestionados cuando denuncian una agresión. Es justo lo que le pasó a Ricardo. El miedo a no ser creído, la falta de apoyo y referentes le abocó al silencio.

Una pareja de hombres LGTBI+ porta la bandera del colectivo.
Una pareja de hombres LGTBI+ porta la bandera del colectivo. Freepik

"¿Quién me iba a creer?". Es la pregunta que se repite Ricardo en voz alta. Se despertó en una sauna en el centro de Madrid en el año 2015. Le dijeron que habían pasado dos o tres días. Tenía en la mano apuntado el número de su taquilla, el 49, pero no sabía nada más. ¿Quién se lo había apuntado ahí? En la recepción no le decían nada. Le habían robado y tenía el cuerpo lleno de moratones. La primera sospecha que tiene es que alguien le había drogado para abusar de él. "No sé cómo ni cuántos", explica.

Ahora tiene 45 años, y esto le pasó con 37. Su marido lo buscó varios días hasta que apareció en el establecimiento. Con su móvil intentaron localizar el de Ricardo. El teléfono aún estaba en la sauna pero los encargados se desentendieron: "Les pedí si podíamos encender las luces, revisar, abrir taquillas y me dijeron que no. El loco era yo, que me había inventado la historia. El posible agresor ya no estaba y nadie se hizo responsable", explica.

"Quién me iba a creer a mí siendo una persona gay, promiscua y habiendo consumido drogas", explica Ricardo

"Mi marido me decía que fuéramos a la Policía, pero yo me había despertado sin saber nada. Me entra angustia de recordar lo vivido. Siento que no tuve las herramientas para decir qué me había pasado porque quién me iba a creer a mí siendo una persona gay, promiscua y habiendo consumido drogas", dice. No sintió ningún respaldo y decidió vivir con ello hasta que acudió a terapia.

Con ayuda psicológica, y al hablar con otros hombres que habían sufrido lo mismo, se reconoció como una víctima de agresión. "Vivir una experiencia así es muy traumático. Dejé de ir mucho tiempo y de disfrutar del sexo. También estoy recuperándome del consumo de drogas asociado a la práctica sexual. Las situaciones de agresión en este contexto son muy comunes lamentablemente", explica.

El estigma de la mala víctima

A mediados de este mes de marzo, un hombre LGTBI+ de 40 años denunció en sus redes sociales una violación por parte de dos agresores en la sauna Paraíso en Madrid. Se trataba de otro caso de sumisión química. "El personal del local no me dio apoyo ninguno y únicamente me remitieron a la Policía, a la que tengo que darle las mil gracias", escribía en un comunicado en sus redes sociales. 

Pero poco después de publicar se vio obligado a cerrar la cuenta. Recibió una cascada de odio: insultos, cuestionamientos y juicios acusándole de mala víctima. "Si no entras en el perfil de víctima ideal, que nadie entra en ese perfil, ahí se criminaliza a la víctima y no al agresor", explica Alberto del Val, psicólogo y activista LGTBI+. 

Del Val ha puesto en marcha un grupo de apoyo, Arrimando el hombre, para hombres del colectivo (gays, bisexuales, trans o queer) que han sufrido violencia sexual por parte de otros hombres. Él mismo sufrió una agresión con 17 años por parte de su pareja diez años mayor. "Durante todos estos años normalicé un estado de malestar. Fue con el tiempo cuando pude resignificarlo", cuenta.

"Tuve suerte porque estaba en contacto con mujeres que habían sido víctimas de violencia sexual en la infancia y me reconocí en su relato. Sin embargo, aún me sentía un poco intruso y tenía la necesidad de compartirlo con otros hombres. Entonces impulsé el grupo de ayuda mutua", explica.

"Se legitima la violencia por las prácticas, por no ser la víctima perfecta", explica el psicólogo

La falta de credibilidad se suma al estigma por la orientación sexual y por el hecho de acudir a estos establecimientos. "Da igual que sea una sauna o estés bajo los efectos de las drogas, hay que poner la responsabilidad en el agresor. Pero se legitima la violencia por las prácticas, por no ser la víctima perfecta", reitera Del Val.

Nombrarse como víctima siendo hombre

Las barreras más visibles se exteriorizan en esos comentarios incrédulos o incluso culpabilizadores, pero hay más obstáculos. La educación en un cierto tipo de masculinidad, asociada a lo "autónomo, independiente o con control emocional", o los roles asociados al género masculino "hacen más complicado hablar de uno mismo como víctima", dice el psicólogo.

"Muchas veces nombran la violencia como una mala experiencia fruto de una mala comunicación. No es hasta que hay consecuencias muy graves, en las que se requiere intervención médica, cuando reconocen violencia. El hecho de sentirse víctima de otro hombre obliga a conectar con tu propia vulnerabilidad. Se trata de una violencia más invisibilizada", explica Alberto del Val.

Otro de los puntos clave es la falta de referentes y de políticas públicas orientadas a la violencia sexual entre hombres del colectivo. "Esto permite que las mujeres se identifiquen más rápido como víctimas", apunta el psicólogo, que cree que los hombres LGTBI+ y, sobre todo, los que tienen sexo con otros hombres, tardan más en "romper el silencio" en situaciones de violencia. 

Vacío a la realidad LGTBI+ en casos de violencia sexual

Tanto es así que, según las expertas consultadas, no existen menciones específicas en la legislación acerca de la violencia sexual entre hombres del colectivo y tampoco protocolos específicos. Es cierto que la ley del solo sí es sí, aunque orientada a mujeres, niños y niñas, ha supuesto un avance en estos casos aunque solo en el plano penal, no en el asistencial.

Con la aprobación de la norma se introdujo la sumisión química como un agravante de dos a tres años de cárcel. Así, si el agresor emplea drogas para someter a la víctima (atendiendo al 180 CP), tendría una pena comprendida entre los 12 y los 15 años de prisión.

La conocida como ley trans, y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, promueve la creación de protocolos contra la lgtbifobia al colectivo. Este texto, según fuentes jurídicas que participaron en su elaboración, podría relacionarse con la ley del solo sí es sí para crear protocolos que atiendan también al colectivo.

La ley de libertad sexual insta a la elaboración de protocolos específicos contra las violencias sexuales en los distintos niveles de la Administración. Aún con todo, todavía no hay protocolo estatal unificado y son las administraciones locales las que plantean el suyo propio.

Ya se ha visto que tener un plan y formación especializada marca la diferencia. El ejemplo está en la atención a la víctima de Dani Alves. La discoteca Sutton activó el protocolo No callem, elaborado por el Ajuntament de Barcelona en 2018 y al que el establecimiento estaba adscrito.

Con él, se formó a los empleados de la discoteca en tratar situaciones de violencia sexual. De hecho, dicho protocolo se activa también para las personas LGTBI+, para todas "las violencias machistas, específicamente las violencias sexuales y las LGTBIfóbicas en espacios de ocio nocturno". 

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