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Lobo ibérico Mi vecino el lobo

El gran depredador, clave para la conservación de ecosistemas, ha vuelto a las sierras de Madrid o Guadalajara. Los ganaderos, poco acostumbrados a su presencia, están aprendiendo a adaptarse, pero piden más ayuda a la administración.

Juan Arenas, ganadero en extensivo en Cantalejos, Guadalajara. LUCÍA VILLA

El lobo está volviendo a los lugares de donde hacía décadas que había desaparecido. Como el hallado hace varias semanas en el desierto de los Monegros, o incluso más al sur, en las sierras de Guadalajara y Madrid. Su regreso es importante para el medio ambiente, porque el lobo es una especie clave para la recuperación y el equilibrio de los ecosistemas. Pero representa un reto para la ganadería extensiva, un sector ya de por sí afectado por una grave crisis debido, sobre todo, al fomento de la producción intensiva, a un sistema de precios controlado por las grandes distribuidoras y a la paulatina despoblación de las zonas rurales.

Los pastores ubicados en las áreas al sur del río Duero -donde el lobo es una especie protegida por ley- están poco habituados a lidiar con el gran depredador y no lo ven con buenos ojos, pero saben que aprender a convivir con él es la única vía para su propia supervivencia y piden más apoyo de las administraciones.

“Hay que convivir con el lobo porque no queda otra, queramos o no queramos, pero no es nuestro. La gente está cabreada porque la administración no paga lo que tiene que pagar, y no se dan cuenta de que esto se está despoblando. Aquí quedamos ocho ganaderos”, se queja Juan Arenas, un ganadero del municipio de Cantalojas, en la Sierra Norte de Guadalajara. “En tres días llevo cuatro ovejas muertas”, dice.

La Junta de Castilla-La Mancha aumentó hace poco la cuantía de las indemnizaciones por los ataques de lobo en la región, pero Juan asegura que el proceso de reclamación es largo y que hay mucho retraso en los pagos. En Madrid, otra de las comunidades a las que ha vuelto el gran carnívoro, el Gobierno regional duplicó este año la partida dedicada a cubrir los ataques al ganado, que también incluyen los de perros asilvestrados –muchos procedentes de los abandonos tras la temporada de caza- y, por primera vez, los provocados por los buitres. Madrid cubre además los gastos veterinarios de aquellos animales que resulten heridos en los sucesos.

Las ovejas de Juan, en el recinto cerrado donde pasan las noches. LUCÍA VILLA

Las ovejas de Juan, en el recinto cerrado donde pasan las noches. LUCÍA VILLA

Aunque hay quien asegura que nunca se fue del todo, lo cierto es que la presencia del lobo en las localidades más altas de la sierra de Madrid es hoy un hecho. Según la Consejería de Medio Ambiente, se estima que en la región habitan entre 15 y 20 lobos, repartidos en dos manadas. Las denuncias por ataques al ganado se han disparado en cinco años: de las 18 registradas en 2012, a las 210 que se contabilizaron el año pasado. Pero desde el Gobierno reconocen que muchos ataques son de perros, y que es muy difícil distinguirlos.

“Antes aquí el manejo era muy relajado, después de años sin lobo, las ovejas pasaban uno o dos días solas pastando. Ya no me atrevo a dejarlas”, dice Jaime Sánchez, otro joven ganadero de Madarcos, en la Sierra Norte. “Yo nunca he sufrido un ataque, por suerte o porque las ovejas nunca están solas, duermen guardadas cerca del pueblo y custodiadas por mastines”, cuenta.

Ese es el trinomio básico para lidiar con el lobo: mastines, pastoreo y recogida nocturna, aseguran desde Ecologistas en Acción, que desde hace dos años tiene en marcha el programa Vivir con lobos, que trabaja con los ganaderos para fomentar medidas de prevención. Su coordinadora, Isabel Díez Leiba, explica que pretenden entregar un documento con demandas a las comunidades autónomas que incluya ayudas y nuevas normativas para el mantenimiento de los perros, entre otras medidas.

El mastín de Jaime Sánchez, ganadero en extensivo en la localidad de Madarcos, en la Sierra Norte de Madrid. LUCÍA VILLA

El mastín de Jaime Sánchez, ganadero en extensivo en la localidad de Madarcos, en la Sierra Norte de Madrid. LUCÍA VILLA

“Aquí no hay tradición de mastines como en el norte. Y cuesta mucho mantener un mastín, y enseñarle, y que te salga bueno”, reconoce Juan. Él tiene 20 perros para sus 2.200 ovejas y asegura que el gasto es de más de 3.000 euros al año entre las vacunas y el pienso.

Jaime añade otro obstáculo importante: no existe una normativa específica para los perros de trabajo, que la ley regula del mismo modo que cualquier animal de compañía. Pueden recibir multas si andan sueltos sin bozal y las vacunas no están subvencionadas.

El programa de Ecologistas en Acción, pretende además conseguir que las administraciones concedan un sello a los ganaderos que tomen medidas de prevención, para certificar que sus productos son respetuosos con el entorno.

Enfermedades depredadoras

Pese a las molestias que pueda acarrear, la realidad es que el lobo no es el responsable del declive de la ganadería extensiva. La Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo elaborada en 2005 cifra el valor del ganado depredado en un millón de euros al año. Otras estimaciones de 2010 elevan esta cantidad a los 2 millones y calculan que los ataques afectan a menos del 1% de la ganadería en extensivo.

“El lobo está ahí como tantas cosas, pero para mí no es el peor problema. Es posible la convivencia porque ya ha sido posible. Hay que adaptarse a las circunstancias, igual que hay que adaptarse al cambio climático”, reconoce Jaime, que apunta a un problema mayor, el de las enfermedades que afectan al ganado, como la tuberculosis.

No porque los brotes sean altamente letales, sino por las extremas medidas de precaución de las administraciones. “Eso sí que es una lobada”, ironiza. “Si tienes un solo animal que dé positivo te inmovilizan el ganado y te sacrifican a no sé ni cuantas ovejas, y luego en la necropsia resulta que todas eran falsas. A una amiga le sacrificaron el otro día a 85 cabras, de las que sólo dos tenían tuberculosis”.

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