MADRID
Pelado, el primer Toro de la Vega (ahora Toro de la Peña) en sobrevivir a la polémica fiesta de Tordesillas, se convirtió el año pasado en un símbolo de la lucha animalista que desde hace décadas pelea por el fin de estos espectáculos. Pero el mapa de la diversión popular a costa del maltrato animal no empieza y acaba en la localidad vallisoletana. La geografía española está repleta de puntos negros donde sobre todo toros, vaquillas y becerros –pero también otros animales- sufren y mueren cada año en nombre de la tradición.
El Observatorio Justicia y Defensa Animal estima que unos 60.000 animales son víctimas del maltrato cada año en nuestro país por esta causa, y la organización Igualdad Animal, en una investigación realizada hace dos años, calculó que el número de toros que morían en festejos populares en España alcanzaba los 10.000.
La tendencia deja datos curiosos, porque aunque el rechazo social al maltrato animal es creciente y cada vez más palpable, los estudios reflejan que este tipo de celebraciones no ha dejado de crecer.
De acuerdo con la última Estadística de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura, en 2016 se realizaron 17.073 festejos populares con toros en nuestro país, 690 más que un año antes y casi 3.000 más que cinco años atrás, en 2011, cuando por primera vez el Ministerio de Cultura empezó a incorporar estos datos, de los que advierte que no hay información homogénea de las comunidades autónomas.
Son los festejos más comunes, que se materializan en capeas, encierros o toros embolados, entre otros. Sin embargo, las denominadas fiestas mayores, como las corridas o novilladas, se cuentan por muchas menos (1.598 en 2016) y su descenso en los últimos años ha sido espectacular, en muchos casos hasta quedarse a la mitad. Por ejemplo, de las 953 corridas de toros que se celebraron en 2007, hemos pasado a 386 el año pasado. Otro tanto ocurre con las novilladas con picadores, que se han reducido de 624 a 200 en nueve años.
El año pasado hubo 17.073 festejos populares con toros, más de la mitad en la Comunitat Valenciana
“Es bastante preocupante este aumento, porque en los festejos populares no hay heridas físicas, no son espectáculos sangrientos como las corridas y se respeta lo estipulado, pero es evidente el sufrimiento físico y emocional para los animales, que son sometidos a estímulos que les provocan miedo, pánico y terror”, dice en conversación con Público José Enrique Zaldívar, presidente de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia. “Sin duda algunos festejos son cruentos, pero todos son crueles”, señala.
Silvia Barquero, presidenta del Partido Animalista PACMA, recuerda además que en la mayoría de comunidades, salvo algunas como Catalunya o Valencia, la regulación estipula que las reses utilizadas en espectáculos taurinos han de ser sacrificadas tras la fiesta.
El toro, una excepción al maltrato
Aunque en España no existe una ley nacional de protección animal, la mayoría de normativas autonómicas y municipales prohíben el maltrato y la muerte de animales en espectáculos públicos. Por eso, y por años de denuncia de los grupos animalistas, muchas de las fiestas más polémicas y crueles se han visto poco a poco obligadas a dejar de celebrarse o a modificar sus normas sustancialmente.
"En los festejos populares los toros son sometidos a miedo, pánico y estrés"
Es el caso de la Bajada del cuervo en Mancor del Vall, en Mallorca, que terminó por prohibirse en 2012, o la fiesta de la cabra, en Manganeses de la Polvorosa (Zamora), que ahora arroja a un peluche desde el campanario, y no al animal vivo como entonces. En Lekeitio (País Vasco), cuya fiesta más famosa consistía en arrancar cabezas a gansos vivos colgados boca abajo en una cuerda sobre el mar; los activistas consiguieron que al menos ahora las aves se cuelguen ya muertas. La polémica pava de las fiestas de San Blas en Cazalilla (Jaén) ha dejado de lanzarse desde lo alto de la iglesia y ahora ya sólo pasea por el pueblo. Otros lugares como Puig, en Valencia, donde el último domingo de enero tienen por costumbre hacer una batalla con ratas muertas o malheridas, prefieren pagar la multa y mirar para otro lado.
“Muchos alcaldes se escudan diciendo que son las peñas o las hermandades las que las organizan y la mayoría de ayuntamientos no especifica en el presupuesto de las fiestas el dinero que se destina a la compa de los animales. Hay mucho oscurantismo”, asegura Miguel Ángel Rolland, director de Santa Fiesta, un documental estrenado en 2016 que denuncia la barbarie de estos festejos en un recorrido por varios pueblos de España.
La peor parte, no obstante, se la llevan los toros, protagonistas de la mayoría de festejos y contemplados muchas veces como “excepción” en las normativas sobre maltrato por razones de “tradición”.
En Catalunya, una de las pocas comunidades, junto a Canarias, que han prohibido las corridas, la Ley de la Protección de los Animales excluye sin embargo los correbous, una fiesta donde no se mata al toro, pero al que se le hace correr con bolas inflamables en las astas, o al que se le atan con cuerdas para ser arrastrados por el pueblo.
"Los políticos no se meten con los encierros porque eso les restaría votos"
“Son animales gregarios y pacíficos, que no están preparados para ese tipo de ejercicio. El estrés que sufren es enorme por las multitudes y por el deseo de salir de allí. En los encierros de los Sanfermines lo único que quieren es huir”, dice Zaldívar.
“Hay una gran incoherencia por parte de algunos gobiernos y por parte de algunos partidos, que quieren prohibir las corridas pero no se meten con los encierros porque saben que eso les restaría votos, sobre todo cuando la fiesta está relacionada con la identidad del territorio, como pasa en Catalunya o en Valencia”, señala Barquero.
Esta última comunidad se lleva la palma: más de la mitad de todos los festejos populares con toros que se celebran en España se concentran en la Comunitat Valenciana (8.937 el año pasado), seguida muy de lejos por Castilla y León (1.900). En el otro extremo, en Asturias, Galicia, Baleares, Canarias y Ceuta estas fiestas son prácticamente inexistentes.
“Hay que dejar de ser el país del maltrato animal, que es como nos conocen fuera. Es algo que deberíamos haber superado hace mucho tiempo”, sentencia la presidenta de PACMA.
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