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La reforma que dio esperanza a los niños que migraron solos: "Ahora puedo pensar en el futuro"
El cambio en el reglamento de Extranjería ya ha permitido a cientos de jóvenes tutelados y extutelados conseguir sus primeros empleos. Las organizaciones valoran la reforma, pero advierten de que los papeles por sí solos no son la solución. Hace falta más apoyo integral cuando los chicos salen de los centros de acogida a los 18 años.
Jairo Vargas Martín
Madrid-Actualizado a
Solayman Zbiakh recuerda vivamente la primera vez que habló con su madre después de que su patera, en la que también viajaba su hermano, llegara sin problemas a la cosa de Cádiz. Él tenía 16 años y su hermano, 18. "Ella no paraba de llorar y de gritar. De alegría porque habíamos llegado bien, pero también de tristeza, porque ya no estábamos allí. No quería que viniéramos, pero era necesario, necesitábamos dinero. La primera semana después de irnos se la pasó entera en la cama, llorando", afirma.
El mes pasado, Solayman, de 20 años y un acento ya más gaditano que magrebí, pudo cruzar a la inversa los 14 kilómetros de agua incierta que le separan de su Tánger natal. Esta vez, sin riesgos, en ferri, sin pagar grandes sumas de dinero a un traficante, con su pasaporte en una mano y su permiso de residencia en España en la otra. "¡Ojú! Cuando me vio mi madre, también se puso a llorar. Y no paraba", dice. Pero era un llanto distinto. Habían pasado tres años y ahora solo volvía de vacaciones. "Ya puedo ayudarla cada mes, cuando le envío parte de mi nómina", asegura orgulloso.
Nómina. Esa palabra nunca había formado parte de su vocabulario, pero que ahora la lee cada mes en la carta, junto a otros conceptos como Seguridad Social, contingencias comunes, retención o formación para el empleo. "¿Qué sentí con la primera? ¡Hostias! Sentí que tenía dinero mío por fin, que podía ahorrar, comprar cosas que me hacían falta, ayudar a mis padres y mis seis hermanos. Sentí que ya podía pensar en el futuro", explica desde Chiclana de la Frontera, donde trabaja en una empresa de alquiler de maquinaria.
Ya van más de seis nóminas seguidas y se puede afirmar sin miedo a equivocarse que Solayman Zbiakh es un chaval feliz. Feliz y trabajador, y eso ya es mucho en un país sacudido por la mala salud mental de sus jóvenes y la endógena precariedad que les envuelve, más aún después de la pandemia. Pero Solayman ha tenido que superar retos más duros que la irrupción de un virus que, curiosamente, para él supuso la primera oportunidad de tomar por sí mismo las riendas de su vida.
El Gobierno aprobó en 2020 un decreto especial para que chavales migrantes extutelados como él, de entre 18 y 21 años, pudieran trabajar en el campo, cuando todo el país estaba confinado y no había mano de obra. Solayman, como otros 400 chicos, rellenó el papeleo con la ayuda de la ONG Familias Solidarias para el Desarrollo, que trabaja en Chiclana acogiendo a los chicos, migrantes o españoles, cuando salen desamparados del sistema de protección al cumplir 18 años, explica Juan Molina, su director. Al poco tiempo estaba cogiendo fresas en Huelva.
"Me ha cambiado la vida. Ahora soy una persona responsable y libre", dice Solayman
Fue el primer empleo de su vida, "y muy muy duro", matiza entre risas, pero tenía fecha de caducidad a los pocos meses. Él pudo aprovechar esa coyuntura para renovar sus permisos trabajando en un restaurante al poco tiempo. "Pero sin la última reforma del reglamento de Extranjería, ahora no habría podido renovar los papeles y no podría trabajar ni nada", detalla el joven a través de una video llamada. Se habría convertido en migrante en situación irregular, en un simpapeles.
"Esto me ha cambiado la vida, así de claro. Siento que ya soy una persona responsable, que tiene que organizarse y calcular, pero también soy libre. Puedo trabajar, ganarme la vida. Antes no podía". Solayman se refiere a la reforma del reglamento de Extranjería para jóvenes tutelados y extutelados que aprobó el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social el pasado octubre.
Fue la medida en materia migratoria de mayor calado desarrollada hasta ahora por el Ejecutivo. Al menos en lo que respecta a los derechos adquiridos para la población migrante. En palabras del ministro José Luis Escrivá, el cambio venía a corregir una "anomalía" que durante décadas ha condenado a los menores extranjeros no acompañados, tutelados por las comunidades autónomas, a una más que probable exclusión social y a la irregularidad sobrevenida.
Permiso de trabajo y de residencia
Hasta hace pocos meses, al cumplir los 18 años, los chavales solían salir de los sistemas de protección sin los permisos de residencia tramitados. El permiso de trabajo era, directamente, una quimera. Los requisitos eran imposibles de cumplir, según reconoció la propia Secretaría de Estado para las Migraciones. Para empezar, necesitaban un precontrato de trabajo a tiempo completo de al menos un año de duración. Pero también tenían que acreditar medios de vida, es decir, ingresos no menores al IMPREM (más de 500 euros al mes) para el primer permiso de residencia y de cuatro veces más (unos 2.300 euros al mes) para la segunda renovación.
"¿Cómo va a confiar en ti un empresario que no te conoce casi? ¿De dónde voy a sacar yo 2.000 euros al mes? Muchos jóvenes españoles tampoco podrían cumplir estos requisitos", sostiene Solayman, que ahora ya respira aliviado. La reforma no solo otorga el permiso de trabajo junto al de residencia a partir de los 16 años, sino que reduce estas cuantías notablemente y permiten a las ONG convertirse en una suerte de avalistas de estos chavales para acreditar que pueden mantenerse mientras encuentran trabajo.
4.500 solicitudes
"Eso nos ha facilitado mucho las cosas", apunta Michel Bustillo, de la ONG Voluntarios por Otro Mundo, desde Jerez de la Frontera. Su organización ha podido ya tramitar 190 expedientes, y ha conseguido la autorización para 150 jóvenes extutelados. La mayoría están ahora en Huelva, recogiendo fresas o naranjas. "La tramitación está siendo ágil, al menos en la oficina de Extranjería de Jerez, pero ya veníamos con mucho atasco", reconoce Bustillo, cuya organización hace de mediadora entre empresarios y los chicos. Asegura que hay demanda, aunque también hace falta que el empresario tome más en consideración el bienestar de los chicos tras años acostumbrados a otro tipo de mano de obra "más sumisa, por decirlo de alguna manera".
Aunque el reglamento ya lleva tres meses en vigor, la Secretaría de Estado de Migraciones no tiene datos sobre los permisos concedidos. Las únicas cifras que ha facilitado a Público son las de expedientes tramitados hasta finales de diciembre, unos 4.500, aunque no están desglosados por comunidades autónomas, ni especifica si los permisos han sido aprobados o denegados. Según los cálculos de Inclusión, esta reforma facilitaría los papeles a unos 8.000 menores tutelados y a entre 7.000 y 8.000 jóvenes extutelados de forma retroactiva. En total, unos 16.000 jóvenes migrantes.
"Desde que nos dieron el permiso no tardamos más de dos o tres semanas en encontrar trabajo"
Según las ONG consultadas, el sector agrario y la hostelería son los principales sectores que absorben esta nueva fuerza de trabajo. Y eso genera algo de preocupación. "No puede ser solo mano de obra precaria. Muchos vienen con talentos y ganas de aprender y formarse para optar a puestos más especializados", comenta Molina. Bustillo coincide y añade que la reforma es "un buen primer paso", pero pide al Gobierno más atención a la transición entre el centro de acogida y la mayoría de edad. "Ningún padre echa de casa con lo puesto a su hijo al cumplir 18 años. Siguen siendo uno niños que necesitan apoyo y facilidad para encontrar una vivienda y un empleo. Y somos pocas las organizaciones que damos este apoyo", advierte.
Desde una finca de Huelva, Ayoub, Yawad, Brahim y Oussama atienden a la llamada de Público entre bromas y risas en la casa que la empresa les proporciona. Se les ve contentos y sin rastro de cansancio a pesar de haber pasado el día recogiendo naranjas. Todos tienen 18 o 19 años y proceden de pueblos cercanos a Nador. "Allí por el mismo trabajo pagan seis o siete euros por 12 horas. Aquí empezamos a las 9.30 y acabamos a las 18.00 y ganamos 44 euros al día", explican.
Pobreza y falta de oportunidades fue el coctel que les empujó a migrar siendo todavía unos niños. La mayoría pasó por Melilla al menos un año. Estuvieron en La Purísima, un centro de menores que ha sufrido una masificación lamentable, con más de mil niños durmiendo hacinados en colchonetas en el suelo. A ninguno le tramitaron los papeles y se convirtieron en adultos al mismo tiempo que en irregulares.
Gracias al apoyo de Bustillo, al que alguno llama "abuelo", pudieron pasar por el limbo legal refugiados en alguno de los pisos tutelados que gestiona la ONG en Jerez, hasta que el reglamento nuevo les ha dejado trabajar. "Desde que nos dieron el permiso no tardamos más de dos o tres semanas en encontrar trabajo", afirma Brahim. Él quiere ser peluquero, pero el campo es de momento su único empleo. "Se trabaja mucho, pero se cobra mejor que en Marruecos. Podemos ahorrar, ayudar a la familia y seguir aprendiendo", resume. "Sin Michel y sin la nueva ley estaría en la calle. Y cuando se está en la calle es cuando pasan cosas malas, mucho frío, mucha hambre, robos...", dice. Lo sabe porque ha pasado por ella en algunos momentos, como gran pate de los menores migrantes que llegan a España.
"A los que no nos quieren aquí solo les digo que me dejen trabajar tranquilo", dice Ayoub
Por eso no dudaron en montarse en un autobús el pasado verano y viajar a Madrid para manifestarse. "Toda la noche de viaje, fue muy cansado, pero mereció la pena", dice Ayoub. Exigían que el Gobierno aprobara una reforma que llevaba demasiado tiempo atascada por las reticencias del Ministerio del Interior. Para el departamento de Grande-Marlaska, esta reforma iba a avivar el tan manido efecto llamada, justo después de la crisis fronteriza de Ceuta de mayo pasado, que regó de niños marroquíes la ciudad autónoma en mayo. "A Marruecos solo queremos ir de vacaciones. Allí no hay nada que hacer, no hay nada para nosotros", asegura. Y por eso vienen, al igual que se fueron miles de jóvenes españoles durante la crisis de 2008. Saben que están en la diana de la ultraderecha desde hace tiempo, y lo notan a cada sitio que van. "A los que no nos quieren aquí solo les digo que me dejen trabajar tranquilo", zanja Ayoub.
Horizonte más allá del campo
El trabajo, dicen, no solo les está dando dinero. También les está abriendo otras puertas. "Ahora estamos estudiando para conducir el tractor. A nuestra empresa le hacen falta conductores y nos ayuda con el carné", comenta Yawad. Él, en realidad, quiere ser peluquero. "Solo me falta el diploma", afirma, porque en Marruecos ya manejaba las tijeras desde los 16 años. Oussama piensa más en los fogones. En julio acabará la temporada de naranjas y no quieren estar en el campo eternamente. "Ahorramos para buscar un trabajo mejor", comenta Ayoub. Piensa en grandes ciudades, en Madrid o Barcelona, pero sobre todo en Nador. "Hace cuatro años que no veo a mi familia. Este verano por fin puedo ir, porque habré cobrado cinco sueldos y tengo papeles", dice emocionado.
"El campo y los restaurantes están bien para empezar, pero solo tienen que ser un paso en nuestra vida"
"El campo y los restaurantes están bien para empezar, pero solo tienen que ser un paso en nuestra vida", reflexiona Solayman, que ya ha pasado por los dos sectores. Él comenzó recogiendo fresas y al poco tiempo le nombraron responsable en la nave. Tiene ganas y ambición y, reconoce, también bastante suerte.
Su nuevo trabajo como mecánico de maquinaria le llegó por casualidad, cuando estaba comiendo en un restaurante con Molina y otros trabajadores de la ONG. Había un empresario en la mesa de al lado que, al verlos, se acercó a preguntarles. Necesitaba cubrir un puesto de mantenimiento y buscaba a alguien responsable. "Al principio no quería irse, estaba muy bien en su puesto de camarero. Pero era una cosa temporal y sin formación. Me costó convencerlo, pero al final aceptó el nuevo trabajo y su jefe del restaurante se enfadó muchísimo conmigo. Estaba encantado con Solayman", confiesa Molina.
Poco a poco, Solayman ha aprendido a cambiar filtros de aire, a engrasar los dientes de la motosierra, a reparar desperfectos y a conducir el toro mecánico Pero no ha sido un camino de rosas. El estigma que padecen los llamados "mena" no hecho más que crecer desde que Vox llegó a las instituciones, y la desconfianza es el pan de cada día.
"La primera semana de trabajo había gente que no quería hablar conmigo, que no quería trabajar con un moro, que ponía malas caras. Poco a poco te vas ganando la confianza y te cuentan ellos mismos que pensaban esto", describe.
Si todo va bien, el joven planea comprarse "una casita" con su novia "chiclanera" cuando haya ahorrado para la entrada. En unos años, sueña con abrir su propia empresa, "una tiendita o un restaurante pequeño". Se ríe meneando la cabeza cuando le preguntan si alguna vez había pensado en esas cosas. De momento sigue ayudando a su madre y también a su hermano, con el que cruzó el Estrecho. "Él era mayor de edad cuando llegamos y no lo ha tenido tan fácil. Está en Barcelona y no tiene todavía papeles. Lo pasa mal", dice. La pregunta se vuelve entonces inevitable. ¿Qué diferencia había entre Solayman y su hermano? Él piensa que ninguna.
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