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“Una monja me partió el palo de una escoba en la espalda por hablar mientras barría”

Manuel V.C. ingresó con diez años en el Hogar San José en 1995. Hoy tiene 29 y ha ofrecido en exclusiva su testimonio sobre el trato violento y degradante que padeció, y que demuestran que los malos tratos y vejaciones ya se producían hace veinte años

Imagen de un pasillo del Hogar de San José de las Hermanas de la Caridad de Vigo. / PÚBLICO

JUAN OLIVER

VIGO.- Manuel V.C. tiene hoy 29 años. Ingresó en el Hogar San José de Vigo cuando tenía diez y permaneció allí, en régimen de interno durante los fines de semana, durante otros tres. Ha ofrecido a Público en exclusiva su testimonio sobre su estancia en el centro, gestionado por la orden de las Hermanas de la Caridad y concertado con la Consellería de Política Social de la Xunta, que envía allí a menores en situación de riesgo o desamparo.

El contenido del relato de Manuel, que prefiere que sus apellidos aparezcan con iniciales para preservar su intimidad, confirmaría que los malos tratos denunciados por varios menores actualmente usuarios del centro, y que están siendo investigados por la Fiscalía, ya se producían hace veinte años. Este es su relato:

“Soy un antiguo interno del centro de acogida Hogar San José de Vigo. Estuve allí en los años 90, más concretamente creo que ingresé allí a finales del año 1995 y salí de allí tres años y pico después. No recuerdo muy bien las fechas pero eran los años correspondientes a 3º, 4º y 5º de primaria y yo nací en el año 1987.

Bien, hace veinte años la situación en el centro no era muy distinta a lo que, por lo que veo, es hoy. Pensaba que estas cosas habían dejado de ocurrir y que por fin lo tendrían más vigilado. Cuando mis hermanos y yo ingresamos en ese centro estábamos al cargo de una monja muy dura y severa que nos pegaba. Meses después, esta monja dejó el centro y vino una nueva. En nuestra ignorancia nos alegramos de que se fuese esperando una monja buena. Pero era muchísimo más dura y sádica que la anterior, que, como ya dije, era muy dura.

Eran tan cotidianas sus palizas que me resulta ya Eran tan cotidianas sus palizas que me resulta ya difícil recordarlas en momentos concretos.difícil recordarlas en momentos concretos. Nos pegaba a mí, a mis hermanos y a muchos niños de los que convivíamos en ese piso (el centro se subdivide en una especie de pisos en el que viven sobre una docena de niños y cada uno de los pisos con una monja al cargo). En los noventa no existía el cuarto del saco, pero en lo demás era prácticamente era igual.

Imagen de la fachada del Hogar de San José de las Hermanas de la Caridad de Vigo. /GOOGLE

Imagen de la fachada del Hogar de San José de las Hermanas de la Caridad de Vigo. /GOOGLE

En el centro dejar la comida en el plato no era una opción si no quería recibir un bofetón

Yo siempre he tenido muchos problemas para comer, que se mantienen aún hoy día. Pero en el centro dejar la comida en el plato no era una opción si no quería recibir un bofetón. Y no eran precisamente bofetaditas suaves de una madre. He llegado a vomitar varias veces mientras comía de tanto forzar el estómago. En la mesa no estaba yo solo, sino que también estaban los demás niños, por lo que tampoco no resultaba agradable para ellos lo que a mí me pasaba. Muchas veces iba al baño después de comer con los bolsillos llenos de comida para evitar aquella situación. Otras, conseguía retrasar el vómito hasta alcanzar el baño.

Muchísimas cosas eran motivo de castigo: hablar en cama antes de dormir, ensuciarse, las notas del colegio, barrer o hacer cualquier tarea despacio. Un par de veces aquella monja llegó a partirme el palo de la escoba en la espalda por barrer despacio o ponerme a hablar mientras lo hacía. Es cierto que los mangos eran de chapa huecos y no macizos, pero dolía mucho.

Algunos castigos consistían en estar todo el día sin poder salir de la cama, o permanecer horas de pie contra la pared. A veces de noche, mientras la monja se iba a no se qué reuniones en su particular aquelarre o lo que quiera que hagan cuando se juntan, que hacían por la noche. Cuando volvía nos mandaba para la cama, ya bastante tarde. Muchas veces me encontraba dormido tirado en el suelo.

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Manuel V.C.,a la izquierda  en una foto de la infancia 

Cada habitación tenía tres o cuatro camas y un baño. Cuando alguien quería ir al baño tenía que ir al de su habitación. Bien, un día estuve castigado por la tarde en la cama, y, además de mí, otro niño fue al baño esa tarde. El teléfono de la ducha, la parte en la que se junta la alcachofa a la manguera, apareció roto. Como ninguno admitió quién había sido, la monja nos puso uno al lado del otro y nos pegó a martillazos en la cabeza con el teléfono de la ducha, con golpes fuertes, preguntándonos a cada uno si había sido él. Nos llenó la cabeza de chichones pero ninguno confesamos, así que, después de la paliza, nos castigó de pie en cada punta del pasillo. Huelga decir que sabía perfectamente que a uno de los dos le estaba pegando y castigando sin culpa. Finalmente, el otro niño confesó que había sido él.

Algunos niños tenían muchos problemas para no orinarse en cama por las noches

Algunos niños tenían muchos problemas para no orinarse en cama por las noches. Viendo que el problema persistía a pesar de los golpes, la monja los mandaba al colegio por la mañana con un pañal puesto por debajo de la ropa como castigo. Esos niños no se orinaban de día, solo de noche. Lo hacía simplemente para humillarlos.

También le gustaba insultar a los niños. Se me hace familiar el modo de insultar que tiene la monja protagonista por las noticias que han aparecido en Público. No sé si es la misma o que todo lo malo se les pega de unas a las otras. También le gustaba decir a los pequeños que si estaban allí porque sus padres los habían abandonado o porque “no les importaban una mierda”.

En aquel tiempo los monitores eran buena gente. Claro que por entonces se trataba en muchos casos de objetores de conciencia al Servicio Militar que suplían la mili obligatoria haciendo ese servicio. No tengo mo idea de dónde sacan ahora a los nuevos monitores.

Mi madre incluso llegó a protestar a la monja por las marcas de golpes que teníamos en el cuerpo y que descubría cuando volvíamos a casa el fin de semana. La monja se justificaba diciendo que eran golpes de jugar en el colegio. Curiosamente, algunas marcas en la piel tenían la forma de una zapatilla. Sin embargo, la monja sí apercibió a mi madre cuando llegábamos de vuelta al Hogar San José con algunos arañazos. Vivíamos en una aldea, y esas marcas era claramente debidas a nuestra costumbre de jugar en el campo. Pero la monja le decía a mi madre que si volvíamos con algún golpe de casa tendría que prohibirnos las salidas.

En todo aquel tiempo no conocí a nadie, salvo a mi madre o otros niños, a quién poder contarle las cosas que nos hacían, sin miedo a que llegase a oídos de la monja y se produjesen represalias. Incluso una vez, una especie de orientadora o psicóloga, no sé lo que era, fue a visitarnos, y tampoco me dio garantías de que si sucedía algo malo en aquel lugar podría solucionarlo, ni que lo que pudiera contarle sería confidencial. Por eso, salvo que tenía miedo de quedarme encerrado allí para siempre, no le dije nada de lo que pasaba.

La monja nos humillaba, insultaba o abofeteaba aunque hubiese cualquier otra monja delante

Anticipándome a que alguien pueda decir que mi situación fue “un caso aislado", debo añadir que la monja nos humillaba, insultaba o abofeteaba aunque hubiese cualquier otra monja delante. Por si ahora resulta que a las demás se les ocurre decir que no sabían nada. Con respecto a cosas que no sucedieron durante mi estancia, debo decir que nunca se me negó atención médica. Me llevaron a empastar los dientes una vez que me los rompí; a un terapeuta cuando tuve un esguince, y al médico cuando me surgieron alergias en la piel.

Debo decir también que en aquel tiempo yo tenía algunos hermanos internos en el centro de acogida de Pontevedra, el Príncipe Felipe. Se trata de un centro laico, pero algunos educadores eran tan animales como las monjas del Hogar San José.

De esto no fui testigo, ni siquiera sé si sigue siendo así hoy día. Pero sí sé lo que me contaron mis hermanos, como situaciones similares a las horas de la comida o casos de algún monitor que tenía la mano muy larga y hábil para los golpes. Creo que el problema, más allá de que sean monjas o no, es que esos centros no tienen ningún tipo de seguimiento o control por parte de la Xunta o al menos ninguno que tenga como objetivo detectar esas barbaridades.

Los niños no tienen a quien acudir, si lo hacen pueden sufrir represalias de esos educadores, y sus familias no tienen recursos o son un mar de problemas. Y lo que es peor: por lo que yo sé, los padres que se embarcan en una batalla legal contra el centro difícilmente recuperarán a sus hijos por las buenas”.

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