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Muerte de un ciclista

Francisco Rodríguez rememora el traslado hasta Talavera del cadáver del ciclista Joaquín Polo, fallecido bajo el sol insolente del Alentejo. Él llegó a correr con Bahamontes, pero colgó la bicicleta para montar un bar en Madrid. Desde entonces es Paco, el del FM.

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Francisco Rodríguez señala una foto de la comitiva fúnebre del ciclista Joaquín Polo. / CHRISTIAN GONZÁLEZ

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Un ciclista abre paso a la comitiva. Dentro del coche fúnebre reposa el cadáver de Joaquín Polo, que ha perdido la vida en el hospital de Santarem. Disputaba la segunda etapa de la Vuelta a Portugal, 107 kilómetros entre Lisboa y Alpiarca que se convirtieron en un paseíllo hacia el infierno. No llegó a la meta: cayó rendido en Almeirin, víctima de una insolación. Un periodista lo trasladó al centro médico, donde las inyecciones de cafeína y coramina no pudieron hacer nada. Aquella tarde también murió Raúl Motos, que perdió el sentido y se desplomó al final de la carrera. La organización pidió un médico por megafonía, pero nadie se presentó.

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Francisco, que siempre corrió por su cuenta y nunca tuvo equipo, recuerda haber compartido pedaladas con Pérez Francés, con López Rodríguez y hasta con el Águila de Toledo. “Estaba todo el día entrenando porque repartía fruta en bicicleta, y su ciudad no era precisamente llana. Pero le hubiera ido mejor en el Tricofilina de Fausto Coppi, porque a Bahamontes le faltaba cabeza, estaba loco”. Huelga decir que el italiano siempre ha sido su corredor favorito, “un campeón en todos los sentidos”, aunque este siglo pertenece a Contador. “Lo conocí cuando era un juvenil y es mi ídolo”. Para muestra, su altar de santería, donde las fotos del corredor de Pinto comparten espacio con las de sus nietos y bisnietos.

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Francisco Rodríguez, a lomos de su bicicleta, abre paso al cortejo fúnebre de Joaquín Polo. / CHRISTIAN GONZÁLEZ

El pelotón circulaba por el arcén, tratando de burlar el sol, pero ellos se envalentonaron y tiraron hacia adelante. Una escapada suicida. Motos consiguió llegar a la meta, pero el relato del Relojero, recogido por Carlos Arribas en Brindis por el Tour, estremece: "Le dio un ataque, empezó a delirar, a agitarse, a estremecerse, y como tenía unas fuerzas tremendas, multiplicadas, no podíamos ni sujetarle. Y quitando eso, nadie hizo nada. No llegó un médico, nadie llamó a urgencias. Allí le vimos morir".

Francisco Rodríguez regenta desde hace cuarenta años el bar FM de Madrid. / CHRISTIAN GONZÁLEZ

“Yo gané una prueba, pero pagaban de risa y apenas te daba para los bocadillos”, rememora Rodríguez, quien tuvo que colgar la bicicleta porque no podía compatibilizar el ciclismo con el negocio que había abierto en Talavera: el mismo que el de la familia Polo, un taller de bicicletas. “Empecé en el ciclismo porque el probar no cuesta dinero. Me llamaban Bernardo Ruiz, porque me parecía a él, un llaneador con mucha fuerza. Pero tenía que comer, y lo primero era mi trabajo”. Sabía lo que era la necesidad, pues en aquel pueblo de Toledo que lo vio nacer, por no haber, no había dónde gastar el dinero que no había. “Mi familia era de campo y empecé a currar como herrero a los nueve años. El primer año tenías pagar para que te enseñaran el oficio y luego sólo cobrabas por alguna chapucilla que te pasaba el maestro. A los trece, me fui solo a trabajar con un cerrajero de Talavera y poco después me traje a mi madre”.

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