Mujeres e indígenas: cinco historias de discriminación en Guatemala
La pobreza lleva el sello indígena y la mujer es la más afectada
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PANAJACHEL (GUATEMALA).- Guatemala es un país de contrastes: sus climas fríos en las montañas y cálidos en el sur, el corredor seco en el oriente y sus frondosos bosques en el altiplano, la riqueza en ciertas zonas de la capital y la pobreza extrema en la gran mayoría de zonas rurales, el estatus de superioridad del ladino y las enormes dificultades que afronta el pueblo maya... La condición como hombre y la cláusula como mujer.
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El país centroamericano está formado por cuatro pueblos diferentes con identidad y cultura propias. Mayas, Garífunas, Xincas y Ladinos constituyen la riqueza cultural de un país que todavía no ha sabido canalizar este patrimonio. El resultado directo ha sido la desigualdad y la pobreza, en particular de la mujer indígena.
Con 40 años, Mariela vive en una humilde casa al final del pueblo, tiene cinco hijos y sólo trabaja dos o tres días a la semana en los que hace unos 100 quetzales semanales (13 dólares americanos). Mariela es analfabeta, no sabe español y sufre problemas de salud que remedia con el uso de plantas medicinales de tradición maya. Lleva más de 20 años casada con su esposo y cuenta cómo ha sido víctima de violencia de género y continuas agresiones por parte de su marido.
La pobreza lleva el sello indígena y la mujer es la más afectada
En Guatemala, el 79% de los indígenas y el 76% de la población rural son pobres según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida. Las mujeres indígenas son las más afectadas por el rechazo, las diferencias económicas y salariales y la discriminación racial. No sólo se ven afectadas por los índices más bajos de bienestar económico y social, sino que además no tienen otra alternativa que lidiar con una sociedad machista dominada ampliamente por el patriarcado.
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Una de sus hijas sufre una disfunción al hablar y necesita asistencia médica. Hace un año, tuvo que viajar de urgencia a la Ciudad de Guatemala en busca de tratamiento. El médico la recibió en uno de los hospitales públicos y al constatar su procedencia indígena, su traje típico y su escaso español, la aisló y le negó tratamiento y medicinas.
Vidas paralelas, historias que se cruzan
Las mujeres indígenas guatemaltecas tienen, casi todas, una historia en común. Muchas comenzaron a trabajar palmeando tortillas a los diez años y no fueron a la escuela por el estigma social o porque se quedaron embarazadas a edades muy tempranas. Muchas otras fueron rechazadas en entrevistas laborales por ser mujeres e indígenas. Otras fueron víctimas de maltrato o violencia machista.
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Años más tarde, Elvira empezó a trabajar en un hotel cuyo dueño era un ladino conocido de San Antonio. "Cuando comenzaron los problemas en la administración del hotel, fui acusada, junto a otras compañeras indígenas, de ser las culpables de la mala gestión administrativa del hotel. Todo aquello era porque éramos indígenas". Elvira se defendió, había recopilado durante seis años toda la documentación relativa a las finanzas y pudo probar su inocencia y la de sus compañeras acusadas. Más adelante, todas comenzaron a recibir amenazas de hombres del pueblo por ayudar a otras mujeres a denunciar casos de violencia o discriminación.
Las heridas abiertas del genocidio guatemalteco
El genocidio contra las poblaciones mayas dejó una herida abierta aún por cicatrizar y es aún historia viva entre los hombres y mujeres de Guatemala. A finales del año 1996, el Gobierno de Guatemala y el grupo de partidos guerrilleros que conformaban la URNG (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca) firmaron los Acuerdos de Paz, poniendo fin a 36 años de conflicto. El conflicto interno dejó al menos 250.000 víctimas mortales, de las cuales el 93% fueron indígenas asesinados a manos del ejército según Naciones Unidas.
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"A las seis de la tarde, nadie debía salir a la calle. El ejército buscaba a los guerrilleros por las casas para matarlos, lo mejor era esconderse. Por la mañana salíamos a trabajar y veíamos los cuerpos de los indígenas tirados en la calle", relata. Tres años después de mudarse a la capital, regresaron al campo en Sololá para trabajar en la agricultura y el cultivo de maíz aún con el conflicto armado activo. "Fue complicado, no podíamos salir a las fincas por miedo a los soldados. Durante días, mi familia y yo nos manteníamos en la casa y sobrevivíamos comiendo tortillas con sal, o a veces ni comíamos", cuenta Vicenta. Años más tarde, se quedó ciega y ahora depende de los cuidados de su hija para comer y vivir en su casa.
Mariela, Nicolasa, Vicenta, María y Elvira son la voz de las mujeres indígenas y guatemaltecas que anhelan justicia y un futuro mejor. La realidad presente es que las mujeres indígenas guatemaltecas han sido y son discriminadas o conocen a alguna amiga, familiar o vecina que lo ha sido. Sus testimonios ponen de relieve las injusticias y abusos que miles de mujeres y madres indígenas guatemaltecas afrontan para salir de la pobreza extrema y para ver sus derechos reconocidos y protegidos. Sin embargo, y a pesar de las dificultades por su condición, todas afirman sentirse orgullosas de ser mujeres e indígenas.