Este artículo se publicó hace 4 años.
El BierzoAurora y las mujeres del carbón: una lucha contra la explotación y el machismo en la mina
Reivindicaron sus derechos laborales, plantaron cara a las autoridades franquistas y se rebelaron contra la falta de alimentos. Abel Aparicio recupera las historias olvidadas de las vecinas del Bierzo en el libro ‘¿Dónde está nuestro pan?’
Madrid-
Libertad trabajaba desde que salía el sol hasta que se ponía. Su jornada laboral comenzaba a las seis de la mañana y solo paraba media hora para comer. Era la encargada de la línea de baldes que transportaban el carbón desde Almagarinos (Igüeña) hasta Brañuelas, donde la antracita era cargada en un tren con destino a la central térmica de Ponferrada. Junto a ella, otras cuatro mujeres sudaban la vida por seis pesetas y media al día, la mitad de lo que recibían los hombres.
"Había muchas chicas, pero si estabas casada no te contrataban. Tenías que ser joven o viuda", recuerda a sus 86 años Libertad Aurora Suárez, nacida en el Bierzo Alto y hoy jubilada en Bilbao, adonde emigró para darle un futuro a sus hijas. De hecho, cuando contrajo matrimonio en 1963, la echaron de la empresa a cambio de mil pesetas por año trabajado. Una forma de forzarlas a que se quedaran en casa, hasta el punto de que los mineros cobraban más si sus parejas no tenían empleo.
Ella empezó a trabajar de adolescente en el teleférico de seis kilómetros construido por un empresario para salvar la orografía y trasladar el carbón hasta su destino. Hasta catorce horas diarias en verano, que le procuraron un sueldo mensual exiguo que iría aumentando hasta las mil pesetas que llegó a cobrar cuando la despidieron. Sin embargo, la discriminación no fue únicamente salarial: al hecho de ser mujer en un entorno masculino habría que sumarle la carga laboral a la que era sometida.
Harta de ver cómo quitaban a una de las cinco compañeras de la línea de baldes, en 1960 se cruzaron de brazos, empezaron a cantar e iniciaron una protesta que dio sus frutos. "Siempre se habla de los mineros como los protagonistas de la lucha en las cuencas, pero yo pretendo reivindicar la labor de las mujeres, porque trabajaban tanto como ellos en la mina, además de atender a las tareas del campo y de la casa", explica Abel Aparicio, autor del libro ¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro).
El espíritu combativo de Aurora le venía de familia. Su tío era comunista y destacó por la defensa de los derechos de los mineros, mientras que sus padres tuvieron que huir de la represión, primero en el monte y luego en Asturias. "El movimiento libertario de 1933 tuvo repercusión en Almagarinos, cuyos vecinos exigieron tres años después que mejorasen sus condiciones y se desplazaron a Ponferrada para defender la República", contextualiza Aparicio. "Cuando la Falange fue a por su familia, escaparon para evitar la cárcel o el fusilamiento".
Aurora relata que su tío reclamaba un balde de carbón al mes para calentar las casas —como estaba establecido— y que los mineros no tuviesen que pagar de su bolsillo el carburo que alimentaba los candiles que iluminaban los pozos. "Llegaron a ofrecerle un puesto en la oficina, pero él nunca se vendió y logró que se cumpliesen sus peticiones. Él tenía esas ideas y lo persiguieron, pero como no lo encontraban, fueron a por mis padres", añade aquella chiquilla que tuvo que ponerse a trabajar a los dieciséis años.
Su tío fallecería como consecuencia de las palizas recibidas y su padre, tras esconderse durante meses en el monte junto a su esposa, terminó siendo detenido en Asturias, donde también se había empleado en una mina. Trasladado a León, fue encarcelado hasta que un hermano hizo todo lo posible para que fuese puesto en libertad. "Cuando Aurora me contó su historia familiar se reveló como el ejemplo contrario a la transmisión del miedo, que afectó generación tras generación a tantas víctimas de la guerra civil", afirma Aparicio.
Sus vivencias fueron noveladas en La línea, uno de los tres relatos que hilan la trilogía ¿Dónde está nuestro pan?, que también da título a la historia de las 39 mujeres de Torre del Bierzo que en 1941 se rebelaron contra la falta de suministro de harina, que dejó desabastecidas las panaderías y sin valor sus cartillas de racionamiento. "Le echaron mucho coraje enfrentándose al alcalde, porque aunque reclamaban lo que les correspondía por ley se jugaron que las encerrasen o las ejecutasen", asegura el autor del libro.
Ellas solo querían el pan que les negaban y protestaron pese a la opinión contraria de algunos maridos —ferroviarios afines a la República destinados como castigo en el municipio—, temerosos de que los despidiesen. La falta de pan, debido a un error administrativo, se sumó a la decisión municipal de almacenar las remesas que iban llegando para distribuirlas posteriormente. Entonces estalló la revuelta, que desembocó en un proceso judicial en el que declararon decenas de vecinas.
"Del informe del alcalde y de las varias diligencias practicadas se tiene en conocimiento que las familias de las mujeres objeto de esta información son todas de antecedentes marxistas desafectos al régimen, en su mayoría de profesión ferroviarios desterrados o castigados por la compañía Norte procedentes de otras regiones", redactaba el juez.
En su escrito, reconocía que las promotoras de la reclamación ante el Ayuntamiento habían actuado "pacíficamente, sin alboroto ni alteración del orden público, sino que guardaron toda clase de respetos a la autoridad y sus agentes". Aunque las cinco cabecillas de la protesta fueron apercibidas, entendieron que su lucha había compensado la leve pena impuesta.
Aparicio, poeta y colaborador en prensa, ensalza la potencia de la imagen: unas mujeres enfrentándose a la autoridad en la posguerra. Si bien recurre a la ficción para describir su arrojo, bajo su prosa subyace una labor de investigación documental y de campo. Así, fruto de las entrevistas realizadas, vuelve a aludir a la dictadura del silencio o del olvido: "Ese miedo a hablar se refleja en la propia hija del panadero, que desconocía estos hechos, lo cual resulta sorprendente".
No resulta llamativo, en cambio, que al machismo de la sociedad se le sumase el del régimen, plasmado en los informes, que también incluyen descripciones de sus padres y maridos, tachados de rojos. Así, Elena Díaz Santos, "dedicada a las labores de su sexo", es "de ideología semejante a la del marido [de ideas socialistas muy arraigadas], con una lengua como un bisturí". Todos son "de ideas izquierdistas" y, lo peor de todo, "es de lamentar que no rectifiquen resueltamente conductas pasadas".
Aparicio afirma incluso que ese menosprecio por las mujeres se daba en la propia mina. Además de fomentar que se quedasen en casa, pagándoles menos si trabajaban tanto a ellas como a sus maridos, con el tiempo también sufrieron presiones por parte de los sindicatos. Cita, por ejemplo, el caso de la primera que fue reconocida como minera, la asturiana Concepción Rodríguez, quien tuvo que recurrir al Tribunal Constitucional para lograrlo en 1992. "¿Y cuántos homenajes o esculturas hay dedicados a ellas?", se pregunta el escritor.
De ahí que este libro pretenda reivindicar su figura: "Ocupan un papel esencial en el relato, como lo hacen en la realidad. Aparecen retratadas como bravas compañeras, luchadoras infatigables por sus derechos y dotadas de una inteligencia y determinación que ofenden a los más machistas de la novela. Tal cual, la vida misma", escribe en el prólogo la periodista Ana Gaitero, quien considera que ofrece "otro retrato de la España perdida y, gracias a ello, también vacía".
Ese hueco humano, antaño próspera cuenca, también es otro de los motivos que llevaron a Abel Aparicio a contar las historias olvidadas de su tierra. "Tremor de Arriba tuvo 31 bares y hoy solo resiste uno. Un pueblo reducido a la mínima expresión", denuncia. El ejemplo vale para otras localidades que fueron quedando desiertas con el paso de los años, lo que le lleva a comparar el declive del Bierzo con el Reino Unido de Margaret Thatcher, cuyas políticas arruinaron la comunidad minera.
"Donde había una mina, la empresa actuaba como un todo. Montaba el economato, el colegio, el hospital, el taller de costura… La empresa quería absorberlo todo para que la gente de la cuenca no tuviese otra alternativa que trabajar para ella. Pero cuando cierra la mina, cierra todo y todo queda vacío", critica Aparicio, quien paradójicamente repite la palabra todo cuando todo se quedó en nada. "Entonces, ante la falta de alternativas, los trabajadores se vieron obligados a emigrar".
Le sucedió a la propia Aurora, quien se fue a Bilbao con su marido, un vendedor ambulante que encontraría trabajo como repartidor en Euskadi. Ella, después de trabajar en la línea de baldes, abrió un bar en Almagarinos, aunque pronto se dio cuenta de que allí no había futuro para sus dos hijas. "¡Qué vida era para ellas! No quería que fueran a la mina por nada del mundo, porque yo conocí la esclavitud. La gente se iba del pueblo porque el pozo fallaba y un hermano que tenía en Bilbao nos trajo para aquí", explica desde su ciudad de adopción.
Allí trabajó en Mantequerías Leonesas. Su padre se había jubilado en la mina, pero para la siguiente generación no había esperanza. Su marido ya falleció y ella ha cumplido cuatro décadas fuera. En su día construyó una casa en el pueblo, donde la entrevistó Aparicio, quien recuerda aquellos tiempos en los que él vendía telas por las casas, primero en bicicleta, luego a caballo y finalmente en coche, aunque todos sus relatos discurren sobre raíles.
También Tren 485, que narra el asalto a un convoy que transportaba dinero en octubre de 1939, protagonizado por los del Páramo, unos republicanos huidos que se hicieron con un cuantioso botín. Pese a la espectacularidad del robo, las autoridades franquistas lo silenciaron para no empañar la imagen del régimen. Ambientada entre Brañuelas y Torre del Bierzo, la historia tiene miga, pero no conviene ahora destripar los pormenores de un relato de sangre y tricornio.
En este caso, no hay protagonistas femeninas, aunque bastan las 39 revolucionarias del pan y la batalladora encargada de la línea de baldes para que Abel Aparicio recupere la voz de las mujeres del carbón. "Y así fue nuestra vida. Luchando por las hijas y estudiándolas", reflexiona la emigrante berciana. "Eso sí, la de mis padres fue todavía más dura y negra. Vivir en el monte sin haber hecho nada, solo por las ideas... Yo también soy socialista. Ellos lo eran y yo no me vendo", concluye Aurora, quien por algo también se llama Libertad.
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