madrid
Abdoulaye Diallo tenía solo 15 años cuando tuvo que abandonar Guinea. Su madre no disponía de medios suficientes para alimentarles a él y a sus tres hermanos, así que decidió marchar con la esperanza de encontrar un lugar en el que poder vivir con alguna garantía más y "dejar de ser una carga" en su familia. Ese lugar idealizado era España, pero cuando llegó −todavía siendo menor de edad−, supo que la realidad era otra. Entró a un centro de menores y, tres meses después de cumplir los 18 años, volvió a quedarse en la calle.
Partió con 120 euros en el bolsillo. En la mente del joven adolescente, la prioridad era llegar a Marruecos. Una vez allí, ya estudiaría cómo cruzar a suelo español. Había muchos como él y pronto encontró un grupo de compañeros en Bamako (Mali), a los que se sumó para iniciar el camino, pero la mafia no tardó en interponerse.
"Fui a la estación de autobuses para coger uno hacia Marruecos porque pensaba que había conexión directa, luego descubrí que no era así. Unos conductores de la mafia me engañaron. Les pagué 100 euros de lo poco que tenía y me dejaron en otra ciudad de Mali", recuerda en una conversación con Público.
Una ruta a vida o muerte
Le dejaron solo y sin dinero. Abdoulaye cuenta que hizo todo lo posible para sobrevivir. Allí, dormía en al calle, mendigaba, pedía trabajo como bien podía, pero "no fue fácil". "Con 15 años, la gente me preguntaba qué sabía hacer y qué iba a saber yo a esa edad. El trabajo que encontré fue gracias a un chico que conocí al que le había pasado lo mismo que a mí. Él era algo mayor y trabajaba en la construcción. Haciéndose pasar por mi hermano mayor, pudo conseguirme un puesto", explica agradecido.
Abdoulaye Diallo pasó más de tres años migrando para poder llegar a España
El objetivo era volver a reunir la cantidad suficiente como para coger otro autobús, pero la estación más cercana también estaba controlada por la mafia: "Nos ofrecieron ir a Argelia", a un sitio donde supuestamente acogían a los inmigrantes y les escondían hasta que conseguían reunir a un grupo considerable de personas para trasladarlos en camioneta al Sáhara Occidental. "Les pagamos, dijimos que sí. En Mali ahora hay guerra y no estábamos seguros", cuenta.
Llegar a Argelia hubiera sido un regalo después de lo vivido, pero les volvieron a estafar. "Una vez que pasamos la frontera, nos dejaron en el desierto. Nos dijeron: Andad todo recto hasta que veáis las luces. No teníamos agua. No teníamos comida, solo unos dátiles, pero lo más importante allí es el agua. Estuvimos andando sin parar una semana hasta que llegamos a Bordj Bou Arréridj". Allí también había gente esperándoles, "como siempre, la mafia".
Abdoulaye no tenía permiso para entrar en el país y, si las fuerzas policiales argelinas le detenían, probablemente acabaría encarcelado. Así que no tuvo más remedio que seguir las indicaciones de las personas que estaban traficando con él y sus compañeros: "Nos dijeron que nos iban a enseñar un sitio donde dormir que resultó ser prácticamente una cárcel. Tenías que pagar para poder salir".
Abdoulaye Diallo: "Siendo negro, tienes que hacer los trabajos que nadie quiere hacer y con muy malas condiciones"
De nuevo, buscó todo tipo de trabajos para liberarse de ellos y poder huir, al menos, a Marruecos. "Siendo negro, tienes que hacer los trabajos que nadie quiere hacer y con muy malas condiciones. Trabajaba para ellos, era la forma de salir de allí. Tardé diez meses en reunir lo que me pedían", relata.
Entonces logró entrar en Rabat. Trabajó en situaciones indecibles y, sobre todo, de ganadero, oficio que había aprendido de su padre. Desde allí, intentó cruzar a España dos veces, entre persecuciones de la Policía marroquí, que le costaron unas cuantas lesiones; pero no lo logró ninguna. Fue devuelto en ambas ocasiones, una de ellas le dejaron en Marrakech, otra en Gadir.
"Tenía dos opciones: o hacer lo mismo, o, como veía que no era capaz de entrar por el norte, bajar al sur. Así hice y crucé en patera a Canarias", narra. El dolor por la muerte de varios de sus compañeros de viaje le acompañará para siempre.
En España no había mafia, pero tampoco un futuro
Por primera vez en varios años, pudo descansar y alimentarse con reposo. Le llevaron a un centro de menores en Tenerife, "allí estaba muy contento, aprovechando la oportunidad". Aprendió español y algo del funcionamiento del país, pero, como él mismo cuenta, no le ayudaron en "ningún otro ámbito": "No nos enseñaban a integrarnos, estábamos siempre allí metidos".
Era una cuenta atrás. Sabía que al cumplir los 18 años se tendría que marchar: "Estuve tres meses en un centro de emergencia, pero luego me vi en la calle. No conocía a nadie, así que fui a Madrid. La gente que venimos aquí creemos que en Madrid todo va a ser mejor". En la capital la situación de los jóvenes extutelados no es la ideal. De hecho, aproximadamente la mitad de los menores que viven bajo la protección de la Comunidad se quedan desamparados al cumplir la mayoría de edad.
"Salí y seguía sin papeles. Lo primero que tenía que hacer era conseguir un pasaporte y pedir la residencia. Tenía el número de teléfono de un chico que vivía en un centro de menores en Madrid y le llamé para pedirle ayuda. Estaba en la calle, no sabía dónde ir. Me puso en contacto con Somos Acogida y fueron ellos quienes me ayudaron. No sé qué habría hecho si no", recuerda Abdoulaye.
A falta de una respuesta eficiente de la Administración, Somos Acogida brinda ayuda a jóvenes, como él, que se quedan desamparados: "Estaba en Atocha y Emilia, fundadora de la organización, contactó con una voluntaria para que me recogiera. Como era muy tarde, me llevó a un hostal donde dormí toda la noche y, al día siguiente, me trajeron a la casa pueblo".
La esperanza de una vida gracias al apoyo social
Tras pasar un tiempo acogiendo a jóvenes extutelados en su casa de la capital, Emilia y su marido Luis rehabilitaron una casa que tenían en La Puebla de Almoradiel (Toledo). Su objetivo, que al menos algunos de estos chavales que se quedan en situación de calle cuando la Fiscalía determina que son mayores de edad, y no disponen de un recurso alternativo, tuvieran un techo bajo el que dormir.
Pero no solo eso, el proyecto trata de dotar a los chicos de los medios necesarios para que puedan desenvolverse y ser parte de la sociedad en su nueva vida adulta. Cuando Abdoulaye llegó a la casa, empezó a estudiar y le ayudaron en el proceso de regularización.
"Ahora puedo hacer lo que yo quería. Estoy en 3º de la ESO y juego al fútbol en un equipo local, que me gusta mucho. Me gustaría estudiar algo de Enfermería y ya estoy buscando un trabajo, a ver qué sale. Sin la ayuda de Emilia, seguiría por ahí, perdido y solo. Ahora veo que poco a poco voy a poder seguir hacia delante", concluye.
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