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Refugiados El precio de huir a Melilla de la guerra en Yemen: cárcel, cruzar el desierto y 13.000 euros

Mourad es menor de edad y hace dos meses llegó solo a la ciudad autónoma, dejando atrás a sus padres y buscando refugio de una guerra que, en cuatro años, suma más de 90.000 muertos y tres millones de desplazados y ha desencadenado una de las peores crisis humanitarias de los últimos cien años, según la ONU. “Quiero ser arquitecto para reconstruir mi país", afirma.

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Bashar, menor refugiado yemení, en la valla del CETI de Melilla.-ROSA SOTO

melilla, Actualizado:

Dos meses de viaje a través de seis países, más de 7.000 kilómetros recorridos y 13.000 euros invertidos. Estas son las cifras del periplo de un adolescente que ha huido de la guerra en Yemen, un conflicto armado poco iluminado por el foco mediático internacional. Se llama Mourad (nombre ficticio) y ya está a salvo, pero solo. “Mi madre vendió el oro de la familia, las joyas y un pequeño terreno que teníamos y, además, pidió dinero a otros familiares para pagarme la huida de la guerra y llegar a un país seguro”, relata en la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, donde residen un total de 53 yemeníes, según los datos facilitados a este diario por la Delegación del Gobierno en Melilla. El año pasado llegaron 82 compatriotas suyos a la ciudad autónoma, la mitad que en 2017.

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Mourad nació en la ciudad yemení de Adén. Delgado, pero de figura atlética, piel bronceada y rizos morenos, relata con una sonrisa amarga y una mirada brillante cómo su vida y la de su familia, así como la de millones de personas, cambió de la noche a la mañana hace poco más de cuatro años. Fue en 2015 cuando una coalición de Estados suníes, liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos y con el apoyo armamentístico de Estados Unidos y Reino Unido, intervino en las revueltas que se iniciaron en Yemen en el 2011 contra la corrupción del Gobierno, pero con el objetivo de aplacar a los hutíes, grupo armado zaidí, una rama del Islam chií, a los que los suníes acusan de estar vinculados a Irán, enemigo histórico por el dominio estratégico y geopolítico de la región.

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La guerra en Yemen ha provocado un millón de refugiados y 3,3 millones de desplazados internos

Con la escalada de violencia y con Yemen como tablero de una guerra que juegan otros Estados, Mourad y su familia trataron de escapar del conflicto que la ONU ha definido como la mayor crisis humanitaria del mundo en los últimos cien años y que, según datos de ACNUR, ha obligado a cerca del 15% de la población a abandonar sus hogares, con un millón de refugiados y 3,3 millones de desplazados internos.

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Mourad se convirtió en refugiado hace dos meses, cuando consiguió entrar a Melilla después de otros dos meses de viaje desde la península Arábiga hasta cruzar todo el norte de África. “Tenía amigos que habían oído que Melilla era una ciudad española de paso para entrar a la Unión Europea. Ellos convencieron a mis padres, les dijeron que era la mejor forma de ponerme a salvo de la guerra, evitar la muerte y poder garantizarme un futuro lejos de las bombas”, explica Mourad jugando con las hierbas que crecen al pie de la valla del CETI. Este joven se convirtió en la esperanza de la familia, que vendió lo poco que tenía de valor y gastó todos sus ahorros para que él, el mayor de cinco hermanos, emprendiera un viaje solo y únicamente con billete de ida para encontrar un lugar seguro en el que empezar de cero, trabajar, enviar dinero a casa y lograr reagruparse con sus padres y hermanos en alguna ciudad europea.

Ahora en Melilla cuenta los meses que le quedan para cumplir la mayoría de edad y abandonar el centro de menores. “En unos meses haré los 18 años y dejaré de estar tutelado por la Ciudad. Espero poder cruzar a la península cuanto antes para encontrarme con mi tío”, comenta este adolescente.

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Esquivando bombas y milicias

La vida de Mourad y su familia no era fácil, pero tenían lo básico para que no les faltara de nada. La madre es ama de casa y el padre trabaja en condiciones precarias en un almacén de un país vecino junto a otros tantos compatriotas. Gracias a este trabajo, puede enviar dinero para que sus hijos estudien, pero desde el inicio de los enfrentamientos entre la coalición internacional de Arabia Saudí contra los hutíes, el camino hasta la escuela se convirtió en una trampa de los bombardeos constantes, balas perdidas y francotiradores. Según el informe elaborado por el Proyecto de Localización y Datos de Conflictos Armados (ACLED, por sus siglas en inglés), 91.600 personas han muerto víctima de los combates desde 2015 hasta junio de 2019.

"Decidieron enviarme a Europa cuando  grupos guerrilleros empezaron a raptar a jóvenes para formar parte de sus milicias"

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"En Adén estábamos bien hasta que comenzaron los combates. Mis hermanos ahora se pasan el día sin salir a la calle y por eso muchas veces no van al colegio. Si sales, no sabes si volverás”, relata. Mourad recuerda ir asustado al instituto el último año. Le encantaban las matemáticas, asegura que se le daban bien. “De mayor seré arquitecto para reconstruir mi hogar y que nadie viva en la calle. Ahora mismo, en mi país muchas personas se han quedado sin casa, está todo en ruinas”, describe. Aunque su sueño es estudiar arquitectura, este adolescente reconoce que en estos momentos sus prioridades son aprovechar al máximo las clases de castellano que comenzó el miércoles pasado y buscar un trabajo, reunirse con su tío en la península y tratar de salvar de la guerra a sus padres y hermanos pequeños.

Sin embargo, las bombas y los disparos son sólo algunos de los peligros que recorren las calles de Adén y que él ha dejado atrás, pero sus hermanos también se enfrentan a las amenazas de las milicias que buscan nuevos reclutas. “Mi padre tomó la decisión de enviarme a Europa cuando guerrilleros empezaron a raptar a chicos jóvenes para formar parte de sus milicias. Mis padres cada vez tenían más miedo de que los terroristas me secuestraran porque soy el mayor y mis hermanos todavía son muy pequeños”, explica con la voz entrecortada.

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Dice sentirse afortunado porque su familia se encuentra sana y salva, pero repasa las cifras de los civiles que han perdido la vida en el conflicto y le recorre un escalofrío por todo el cuerpo. A las víctimas mortales de los combates hay que sumar también los fallecidos por un brote de cólera que se ha extendido por el país debido al deficitario estado de la red de abastecimiento de agua, que ha dejado a 9,2 millones de niños sin acceso a agua potable. Según Save The Children, 2.556 personas han muerto por esta enfermedad, de las que 193 eran menores, y alerta de su expansión con otros 203.000 menores afectados. A todo ello, esta ONG suma la crisis alimentaria que padece el país por el bloqueo de los puertos gestionados por uno u otro bando que impide la distribución de alimentos en las poblaciones y estima que el 80% de los yemeníes (23,68 millones de ciudadanos) depende de ayuda humanitaria para subsistir. Por su parte, la ONU recuerda que hay 14 millones de personas al borde de la inanición, de las que 8,5 millones desconocen si al menos tendrán una comida diaria, y lamenta que 84.701 menores hayan muerto por desnutrición.

No obstante, lo peor está por llegar. Al menos así lo indican las estimaciones realizadas por la ONU, que cree que al cierre de este año 233.000 personas habrán muerto en este conflicto, 140.000 de ellas serán niños menores de cinco, víctimas de ataques, enfermedades o hambre. La proyección de la ONU se alarga hasta 2022, año en el que señala la muerte de 482.000 yemeníes si la guerra no llega antes a su fin.

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Calabozo, mafias y caminata por el desierto

"Los últimos días en casa con mi familia antes de partir fueron muy tristes”, comenta este adolescente, y añade: “Recuerdo cada palabra, cada minuto con ellos porque los echo de menos por mucho que hablemos por WhatsApp o Facebook”. Mourad emprendió el viaje junto a varios amigos que dejaron atrás su hogar sin la compañía de un adulto. Dos meses en los que se vieron envueltos en situaciones que antes no hubieran imaginado.

Tras se encarcelado en Argelia como migrante irregular, fue deportado hasta el desierto, en la frontera con Níger

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Mourad no detalla las ciudades por las que pasó con sus compañeros ni el tiempo exacto que estuvieron en ellas, pero dibuja en la arena un mapa y los países que cruzaron, de forma resumida. Cogieron un avión a Egipto y después otro hasta Mauritania. Desde allí caminaron hasta cruzar la frontera con Mali, donde se escondieron en unos camiones hacia Argelia, pero la policía los detectó y los encerró 15 días en el calabozo. Los ficharon como inmigrantes irregulares y los dejaron en la frontera con Níger, a su suerte, en medio del desierto del Sáhara. Desde allí caminaron otros 32 kilómetros de vuelta a Argelia, donde a través del boca a boca contactaron con un grupo organizado de tráfico de personas que los llevó hasta Marruecos.

Para Mourad se hace difícil especificar cuánto pagó en cada uno de estos viajes, pero sí recuerda que de los 13.000 euros que le ha costado huir de la guerra, pagó 4.000 para pasar de Nador a Melilla en los bajos de un camión. Sin embargo, le estafaron y lo dejaron en la frontera entre Marruecos y la ciudad autónoma, por lo que tuvo que cruzar a pie la tierra de nadie hasta alcanzar la Oficina de Asilo y Refugio en el paso fronterizo de Beni Enzar, ya en territorio español. Allí solicitó asilo para adquirir el estatus de refugiado procedente de un país inmerso en una guerra y fue trasladado hasta un centro de menores.

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Ahora tiene todas las esperanzas puestas en conseguir la tarjeta roja que acredite su situación como solicitante de asilo y así reencontrarse con su tío. De momento todavía tiene más de medio año por delante en el centro de menores, donde convive con otros 600 niños y adolescentes que migraron solos, dejando atrás a familia y amigos, pero también su infancia con la mirada puesta en un futuro incierto.

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