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Trece autorretratos de refugiados en España: "Ya no soy la misma persona que se fue"

El fotoperiodista egipcio Belal Darder fue condenado a 15 años de cárcel por documentar la represión tras el golpe de estado de Al Sisi. Tras huir del país, encontró asilo en España, donde ha retratado a otros doce migrantes y refugiados en una exposición que puede visitarse en Caixa Forum.

El fotoperiodista egipcio refugiado en España Belal Darder, durante la presentación de su exposición en Caixa Forum de Madrid, este lunes.
El fotoperiodista egipcio refugiado en España Belal Darder, durante la presentación de su exposición en Caixa Forum de Madrid, este lunes. El fotoperiodista egipcio refugiado en España Belal Darder, durante la presentación de su exposición en Caixa Forum de Madrid.

El teléfono de Belal Darder sonó por sorpresa un domingo de hace casi cinco años. "¿Sabes que esta mañana has sido condenado a 15 años de cárcel?", dijo la voz de un abogado amigo suyo. Ni siquiera hubo notificación alguna de que estuviera siendo juzgado por algo. Su amigo se enteró de casualidad cuando escuchó su nombre mientras pasaba por el tribunal. Darder no sabía nada, aunque no le costó mucho entender lo que estaba ocurriendo y lo que tenía que hacer rápidamente. En pocos días compró un billete de avión hasta Hong Kong —no necesitaba visado— y de allí viajó a Malasia, donde pudo alojarse en casa de un amigo.

El joven, que entonces contaba 22 años, recuerda hoy el gran contraste entre el desierto egipcio del que huía y el verde exuberante de su nuevo destino. "Aquel mes que pasé allí no podía dejar de hacer fotos al paisaje", apunta. Eso fue lo que le valió la condena, sus fotografías. En concreto, las de la represión que sacudió Egipto los días posteriores al golpe de estado de Abdelfatah al Sisi, el general que derrocó al presidente islamista Mohamed Mursi en junio de 2014, tras meses de sangrientas protestas contra la victoria en las urnas de los Hermanos Musulmanes.

Por aquellos días convulsos, Darder había comprado una cámara y abierto un blog en el que iba documentando las diferentes protestas. Poco a poco fue aprendiendo el lenguaje fotográfico, "viendo muchos vídeos de Youtube", reconoce, porque él había estudiado Literatura y le parecía buena hasta una foto sobrexpuesta. Sus imágenes fueron mejorando al mismo tiempo que el terror iba haciéndose dueño de las calles. Hasta tal punto que su trabajo empezó a aparecer en prestigiosas agencias internacionales como AP o AFP, logrando llevar a las portadas de los grandes medios el giro de 360 grados que había realizado en su país la Primavera Árabe que, en 2011, tumbó la dictadura de Hosni Mubarak.

Darder: "Te juzgan sin que lo sepas y te encarcelan. Así te silencian durante dos o tres años"

"Egipto sufrió grandes y rápidos cambios para terminar con otra dictadura, aunque mucho peor", afirma el fotoperiodista, que ahora trabaja en una aseguradora de Rivas, en Madrid. La mascarilla oculta una barba larga y tupida, cala una boina moderna y sus ojos miran a través de unas gafas de pasta marrones. Explica en un perfecto castellano que casos como el suyo se convirtieron en habituales cuando el Ejército tomó el poder en El Cairo y cercenó gran parte de las libertades, entre ellas, las de prensa, opinión e información, como cualquier dictadura que se precie.

"Te juzgan en ausencia, sin que sepas nada, y cuando te condenan [en su caso por conspirar con agencias extranjeras para publicar falsedades] van a buscarte y te encarcelan. Luego puedes apelar, pero ese proceso se alarga mucho en el tiempo. Es su forma de asegurarse tu silencio durante dos o tres años. Yo no iba a pasar en la cárcel casi tanto tiempo como llevaba vivo", relata a Público. De repente, se convirtió en un refugiado de facto, aunque tendrían que pasar dos años y medio para que España le concediera oficialmente el asilo. "Ese tiempo de incertidumbre se hace muy largo. Es necesario que se cumplan los tiempos que marca la ley para resolver las solicitudes de asilo", explica el egipcio.

Belal asegura que ahora está "cómodo". Tiene trabajo, se ha enamorado, le han concedido el estatuto de refugiado y su situación económica es estable. "Pero no puedo decir que sea un caso de éxito. Tener que abandonar tu país nunca es un éxito, es solo sobrevivir", subraya. Sostiene que las historias de migrantes y refugiados siempre son "duras y difíciles", aunque "muy diferentes y diversas". Y es esa diversidad dentro de un denominador común lo que ha querido reflejar en la exposición fotográfica Autorretrato del Refugio, que puede visitarse en Caixa Forum de Madrid desde el 18 de diciembre, día internacional de migrante, hasta el 9 de enero.

"Quizás en el rechazo al extranjero hay una parte clasismo más que de racismo"

Se trata de 13 retratos sobre fondo negro de diferentes personas que ha conocido durante el proceso de asilo en España. Unos rostros que miran a los ojos del espectador mientras este puede escuchar cómo el retratado narra la historia que le arrancó de su tierra y el salto a un vacío difícil de llenar en un país que, muchas veces, no sabe o quiere acoger.

Su proyecto en colaboración con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) que busca generar un cambio de narrativas que puedan frenar los discursos de odio cada vez más presentes, impulsar la convivencia, la inclusión y la lucha contra la discriminación. "Al fin y al cabo, yo tenía estudios, hice un máster, sabía idiomas y mi piel es clara. Mi experiencia ha sido positiva por todos estos factores que seguramente la hicieron así. Quizás en el rechazo al extranjero hay una parte clasismo más que de racismo, aunque no sé exactamente cómo funciona", reconoce el joven egipcio, que sabe que los ojos españoles no miran igual a alguien que viene de Honduras, Irán, Marruecos, Guinea Conakry, Colombia, Bangladés, Colombia, Siria, Palestina, Venezuela, Azerbaiyán o Ucrania.

Rabi Alam: "Yo tuve que vender latas en la Puerta del Sol"

Rabi Alam, de 21 años, hijo de migrantes bangladesíes en Madrid.
Rabi Alam, de 21 años, hijo de migrantes bangladesíes en Madrid. CEAR

Y también lo sabe Rabi Alam, de 21 años, a quien llevan una década haciéndole sentir diferente. Su rostro moreno, de mirada viva y poderosa, no trasmite en el retrato de Belal la historia de bullying que lleva detrás. Y ese es el objetivo de esta exposición. Alam llegó a Madrid con solo nueve años. Nació en Bangladés, pero dice que le es imposible sentirse bangla. "Apenas tengo arraigo con mi país. Migrar es perder gran parte de tu identidad. He mamado la cultura española pero no puedo sentirme de aquí porque los demás no me consideran español", lamenta. Lleva dos años pidiendo la nacionalidad, pero no sabe lo que tendrá que esperar para lograrla, afirma para ejemplificar.

"Incluso compatriotas que llevaban más tiempo en España se metían conmigo porque no sabía español"

En su primer colegio español, en San Blas, era el único bangladesí en clase. "Todos se metían conmigo, y eso que había muchos extranjeros en ese barrio", rememora. "Los que más me acosaban eran latinos. Creo que precisamente lo hacían porque a ellos también se lo hicieron. Mi llegada les permitió que se centraran en el más débil, en el más diferente, que era yo", apunta. Lo mismo le ocurrió cuando se mudaron al barrio de Lavapiés, "incluso compatriotas banglas que llevaban más tiempo en España se metían conmigo porque no sabía hablar bien español. Es algo que ellos han recibido y que luego reproducen sin siquiera entenderlo. Igual que critican a los moros o dicen cosas que escuchan en la calle o en la tele y que nadie enseña a analizar".

Su padre fue un pionero, "de los primeros bengalíes que vinieron a España. Era de los que vendían cervezas frías con una mochila en las calles de Madrid por la noche", asegura. Ese trabajo ya era mejor que lo que su país natal, uno de los más pobres del mundo, podía ofrecer a su familia. "Estuvo diez años sin ver a mi madre. Yo crecí sin una referencia paterna, como la mayoría de los banglas de mi edad en España. Cuando pudimos venir, él para mí era un extraño", afirma.

Gracias a la regularización de inmigrantes del Gobierno de Zapatero, su padre consiguió los papeles en 2006 y pudo buscar un trabajo mejor y traer a su familia a Madrid. "Pero el empleo que pudo conseguir le daba 800 euros al mes. Pagábamos de alquiler 600. Yo también tuve que vender latas en la Puerta del Sol", recuerda. Y una noche le pilló la Policía secreta, pero era menor. Aquel encontronazo le sirvió para que una ONG le inscribiera en un programa que le proporcionaba un cheque para comida y ropa. "Gracias a eso pude empezar a ir a clases de refuerzo por las tardes, terminar el bachillerato y empezar la universidad". Ahora estudia Economía y lleva una cafetería en Lavapiés junto a su socio. Le gustaría estudiar en París, ahora que puede soñar.

Nana Burhah: "Al final dejas de decir que eres española"

Nana Burhah, refugiada saharaui que logró la nacionalidad española.
Nana Burhah, refugiada saharaui que logró la nacionalidad española. CEAR

La cara sonriente de Nana Burhah es otra de las puede observase en la exposición. Con 27 años, nunca ha podido pisar el suelo de su país, simplemente porque su país no existe. Es una patria que se siente muy profundo pero que se les lleva negando décadas. Primero fue territorio colonial español, hasta que Marruecos se lo anexionó ilegalmente sin que las Naciones Unidas hayan hecho nada para cumplir sus propias resoluciones. Burhah es saharaui, del Sáhara Occidental, de la República Árabe Saharaui Democrática, con representantes en la ONU, con instituciones y diplomacia, pero sin más territorio que un pedazo de desierto que Argelia les cedió cuando el ejército marroquí perpetró la masacre de 1975.

"Al irte se siente mucha culpa, tu familia se queda en el desierto y tú vas a tener una vida mejor que ellos"

Burhah dice que no juega a la lotería para no ser egoísta, porque a ella ya le tocó el premio en forma de familia de acogida hace 17 años. Sí, lleva más tiempo viviendo en España que en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, donde nació. Vino con diez años con el programa Vacaciones en Paz y, por problemas médicos, su estancia se fue alargando hasta que al final se quedó en el país con una familia madrileña. "Irse de allí es muy difícil, se siente muchísima culpa. Tú te vas a tener una vida mejor mientras tu familia se queda en el desierto, es algo injusto, por eso lloro cada vez que voy a visitarlos, porque allí el tiempo no pasa", asegura.

Su vida aquí es todo lo feliz que puede serlo en sus circunstancias. Tardaron diez años en darle la nacionalidad, a pesar de que su padre era español, no solo porque el Sáhara fuera provincia española, sino porque la consiguió en los años 80, cuando pasó tiempo trabajando en Barcelona. Pero ha seguido sintiéndose una extraña, "sobre todo cuando fui a la universidad", reconoce. "Te dicen vete a tu país, de dónde eres en realidad, porqué no tienes acento... Que te miren raro por llevar el pañuelo en la cabeza... Son muchas cosas que al final hacen que no diga que soy española, aunque lo digan mis papeles. No quiero ser española, lo que quiero es que nos devuelvan nuestro país", asevera.

Para Burhah lo peor "son las caras que te ponen", el ir a una oficina de extranjería "y que te hablen como si te estuvieran haciendo un favor", dice. Por eso abandonó su trabajo tras graduarse en dirección y gestión de hoteles y empezó a trabajar con ONG internacionales, "quizás así puede trabajar en el Sáhara", espera.

Darder, en cambio, no piensa en la vuelta. "Sé que Egipto no va a cambiar en el medio plazo. Pero, aunque pudiera volver, yo ya he echado raíces aquí. No soy la misma persona que se fue hace cinco años. Hablo siempre en español, pienso en español, leo a Miguel Delibes y a Almudena Grandes. Creo que de momento solo volvería de visita, mi vida está ahora aquí".

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