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La UVA de Hortaleza: cincuenta años marginados por los políticos

Los vecinos del barrio del norte de Madrid fueron expropiados por Franco con la promesa de que la solución sería temporal. Medio siglo después, tras muchos retrasos por la Comunidad de Madrid, aún cientos de personas aguardan en casas bajas, pequeñas y con pocos recursos a ser realojadas en pisos nuevos

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Dos personas en un solar del barrio de la UVA de Hortaleza. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: JAIRO VARGAS

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Cuenta José Manuel que cuando Esperanza Aguirre decidió aparecer en 2007 para hacerse la foto en la inauguración de la flamante estación de Metro de Hortaleza lo hizo de una forma un tanto irritante. Se colocó en un lugar estudiado, de tal manera que a sus espaldas no se viera la UVA del barrio. Seguramente para que no manchara la instantánea. “Fíjate hasta dónde llega la estupidez de la gente. Se creían que no nos íbamos a dar cuenta. Es que hay que ser…”. Se muerde la lengua.

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El plan del franquismo pasaba por que las familias a las que habían echado de sus hogares se quedaran temporalmente en estos vecindarios de casas bajas edificados en tres meses y con materiales deficitarios en Fuencarral, Canillejas, Vallecas, Villaverde, Pan Bendito y Hortaleza. El plazo, que iba a ser de unos cinco años, se ha prolongado en el caso de Hortaleza hasta nuestros días y aún hoy cientos de personas viven en esas casas, en mitad de decenas de bloques de pisos, agolpadas entre calles estrechas de este barrio abandonado a su suerte a unos pocos kilómetros de la exclusiva zona de Conde de Orgaz. Firmaron un contrato mixto de arrendamiento con opción a compra que cientos de vecinos todavía siguen pagando a la espera de ser realojados.

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José Manuel Cáceres, en la UVA de Hortaleza. JAIRO VARGAS

El bar La Tapita es uno de los pocos centros neurálgicos que tiene el vecindario. Uno de los escasos locales comerciales de que disponen. Félix lo abrió hace dos años, pero no reside en la zona, sino en “La Prospe”. “Aquí no hay problemas. Pero el barrio es humilde, lo tienen dejado de la mano de Dios”, afirma al otro lado de la barra, mientras acaba de preparar una jugosa tortilla de patatas. En la tele del pequeño restaurante tiene puesto el fútbol. “Voy con el Madrid porque es el equipo que me llena el bar”.

Dolores pasea frente al solar donde antes estaba su casa. JAIRO VARGAS

“Aquí vivía yo”. Una anciana bajita, de pelo castaño, pasea a su perro y apunta a un solar lleno de cascotes, bolsas de plástico y botellas rotas. Dolores tiene ochenta y dos años y lleva uno en su nuevo piso, a pocos metros. “Me acostumbré desde el primer día, pero, hijo, ojalá me lo hubieran dado hace veinte años”.

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Una de las casas bajas que quedan, entre varios edificios de pisos. JAIRO VARGAS

Los vecinos, en cambio, lo ven de otra manera. Y el ejemplo lo tenemos bajo nuestros pies. La calle que pisamos en ese momento, en el que se encuentra uno de los primeros bloques de pisos que construyeron, no está acabada aún. Y lleva así cuatro años. “Es la única salida que tiene. Imagina que pasa algo y tiene que venir, por ejemplo, un camión de bomberos. ¿Por dónde pasa?”, se queja Tasio, que denuncia también especulación urbanística por parte de la Comunidad: “Hay una explanada que hace tiempo que no la liberan porque pueden hacer mucho dinero con ella, porque se encuentra próxima a zonas como Chamartín o La Moraleja”. Pinilla, sin embargo, es categórica: “No es verdad, para nada. El planeamiento ya establece las parcelas que son residenciales y las que son dotacionales y la prioridad es realojar a los vecinos. Así que no, que no, que no, que no, que no”.

El interior de una de las casas bajas de la UVA. JAIRO VARGAS

Justo al fondo de una de las pequeñas callejuelas de esta suerte de favelas al norte de Madrid, aparecen tres mujeres acompañadas de dos agentes de la Policía Local.

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Tasio, en la UVA de Hortaleza. JAIRO VARGAS

“Cuando nos mudamos aquí, esto hasta estaba bonito. Luego con todas las macetas que la gente puso en las terrazas, más aún. Y ahora fíjate…”, se lamenta Tasio, con cuarenta y cuatro años a sus espaldas en el barrio. Arribó con doce desde La Elipa, donde su madre había comprado un terreno para hacer una casa. “En un camión del Ministerio cargaron los muebles y a mis padres, a mis tres hermanos y a mí”, recuerda. Se alojaron en el bloque veintiocho y se dedicó a hacer trabajos de soldadura y cerrajería. Se apuntó a los scouts y a una suerte de escuela del barrio llamada La Cátedra para paliar el abandono del colegio. Años más tarde, conoció a una chica del bloque catorce, con la que se casó y tuvo tres hijos. Allí residieron hasta enero de este año. Entonces, llegó el gran día que les habían prometido en la Nochebuena de 2014, la mudanza a un piso nuevo. El gran regalo de aquella Navidad que se demoró más de la cuenta. “Estuvimos un año con las cajas empaquetadas, viviendo con lo mínimo”.

Varias de las fachadas de las casas bajas de la UVA. JAIRO VARGAS

La Comunidad ha pactado que una vez realojados pagarán un alquiler “social” en función de muchas variables, como el tipo de contrato que tuvieran o la fecha de su llegada, puesto que hubo personas que desembarcaron en los noventa, comprando casas a sus anteriores inquilinos. También que podrán adquirir la vivienda en propiedad abonando una cuantía “baja” transcurridos siete años. La asociación de vecinos, denuncia, sin embargo, que hay muchos alquileres lejos de ser “sociales”. La concejala de Ahora Madrid opina de igual manera: “Y en ocasiones hablamos de gente muy mayor que no tienen pensiones altas. A veces, ni con toda la pensión pueden hacer frente a estos alquileres. Hay algunos a los que estamos ayudando con el pago”.

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Una mujer camina por una de las estrechas calles de la UVA. JAIRO VARGAS

Al entrar en casa de Sole García (nombre ficticio, ya que ha pedido permanecer en el anonimato), sólo los bajos techos traicionan la apariencia de piso tradicional que uno podría encontrar en cualquier barrio de Madrid. Tres habitaciones, una de ellas usada como oficina, baño, cocina americana y salón en la entrada decorada con motivos navideños. Lleva en este bloque sus cuarenta y ocho años de vida, reside con su hija pequeña y paga 1,89 euros al mes por la casa, aparte de los gastos. Es capataz agrónomo, por lo que sólo le dan media jornada de trabajo durante seis meses al año. El resto del tiempo, tiene que buscarse otros empleos. “Yo vivo muy bien aquí”, confiesa.

Vista de la almendra central de la UVA. JAIRO VARGAS

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