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La conquista del Ártico

El deshielo del Ártico deja al descubierto grandes recursos naturales que no están sujetos a ninguna legislación que prohíba las actividades lucrativas

SERGIO LEÓN

Los datos objetivos son que la disminución de la placa de hielo en el Ártico es tal que el pasado verano se redujo en torno a 18 kilómetros diarios y que el subsuelo del Polo Norte esconde inmensas bolsas de gas natural y una cuarta parte de los yacimientos de petróleo no explotados del mundo .El calentamiento global los está sacando a la luz.

Las riquezas del botín del hielo ártico se convierten en la disputa por la extracción de diamantes y otros minerales, la pesca o una soñada ruta marítima que conecte el Pacífico con el Atlántico. De ese modo, diferentes gobiernos y multinacionales están tomando posiciones. La carrera por su conquista ya ha comenzado.

El rápido deshielo que se está produciendo en el Polo Norte amenaza al mundo. Osos polares, lobos, caribúes y cientos de miles de aves migratorias están condenados a la extinción. El equilibro ecológico de la región se ve amenazado por el creciente ritmo de industrialización y por la explotación de minas y yacimientos de petróleo.

En juego están la conservación del Ártico y los intereses de múltiples países y corporaciones. Entre ellos, los dos gigantes, Estados Unidos y Rusia, además de Canadá, Noruega o Islandia. La repartición de este nuevo pastel pasa por su destrucción. Se han propuesto diferentes modelos, y ninguno de ellos es imparcial.

Al contrario que en el Polo Sur, en el Polo Norte no hay regulación alguna. Desde los años 60, las actividades en la Antártida están regidas por el Tratado Antártico, por lo que la exploración del continente ha quedado consagrada a la cooperación internacional y siempre con fines científicos y pacíficos. En el Ártico no hay una legislación que prohíba las actividades lucrativas, ni un organismo que vele por su protección; se ha convertido en una tierra de nadie sin leyes que la protejan.

Se han abierto nuevos frentes de una guerra por el control de la propiedad de los nuevos caladeros de pesca, la obtención de petróleo sin coste político y los yacimientos de minerales.

Canadá podría exportar en poco tiempo más diamantes que Suráfrica; el Ártico es un riquísimo filón minero. A su vez, el mapa pesquero mundial podría cambiar y la extracción de crudo en el planeta, que ve como sus pozos empiezan a tocar fondo, mirará hacia el norte con avidez.

Unos y otros -científicos, gobiernos y corporaciones- han comenzado a mover los hilos que tienen a su alcance para explotar esta región del planeta.

El Ártico, uno de los termostatos del planeta, se encuentra más amenazado que nunca. Los efectos de su conquista, de momento, sólo son caricias de las consecuencias que se prevén. Es posible frenar los efectos más severos del cambio climático, sin embargo parece más jugoso jugar a ver quien se hace más rico.

Existe una especial preocupación acerca de las posibilidades que ofrecería una nueva ruta marítima entre el mar de Barents y el estrecho de Bering. La llamada Ruta del Mar del Norte, un nuevo Canal de Suez, está destinada a acortar el tiempo de navegación, con sus 5.600 kilómetros, entre Europa, la península escandinava, Rusia y el lejano Oriente.

Sin embargo, varias voces se han levantado en contra señalando que la ruta promoverá la explotación de petróleo, gas natural y minerales en Siberia y, por tanto, aumentará el número de puertos, caminos y barcos en la región. Aunque el objetivo primario sea el desarrollo industrial, tal infraestructura acarrearía consecuencias incontrolables.

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