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Por qué ya no somos capaces de ver una película de un tirón

Hubo un tiempo en el que veía una película (de un tirón) casi cada noche. Una costumbre que se convirtió en uno de los rituales nocturnos que más echo de menos porque suponía una casi absoluta inmersión que conllevaba también una toma de distancia con respecto a los sucesos rutinarios. Para mí no era tan solo una forma de relajación, sino una forma de aprendizaje. El cine como entretenimiento, sí, pero también como estímulo intelectual al mismo nivel (en mi opinión) que la literatura o la música. 

Pero los tiempos cambian y las vidas cambian y el cine ya no ocupa un lugar en mi rutina diaria. “No hay tiempo” para eso: ¡dos horas sentado ante la televisión! ¿Quién puede hacer eso actualmente? Ya sea porque hay que ocuparse de un niño, de un perro, del TikTok, del gimnasio o porque juega el Madrid, cada vez somos menos los que encontramos hueco para una película (entera): apenas diez películas durante el año pasado, y más de la mitad vistas a trocitos o en medios de transporte. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué somos incapaces de sentarnos y aguantar una película hasta el final? 

Viendo una película con el móvil en la mano

Una mujer con portátil y móvil - Fuente: Unsplash
Una mujer con portátil y móvil – Fuente: Unsplash

Lo tienes todo listo. Los niños en la cama, el perro paseado, el trabajo terminado, el lavavajillas puesto, y la vecina que ha terminado su sesión nocturna de reguetón. Vamos a darle al play. Pero a los diez minutos suena una alerta en el móvil: se te olvidó ponerlo en silencio. ¿Será algo del trabajo? ¿Un crash bursátil en Wall Street? ¿Habrá caída la monarquía y tú sin enterarte? Mejor lo miro por si hay algo que tuitear. Y paras la película cuando ni siquiera han terminado los créditos iniciales.  

Así es imposible ver una película y ver nada de nada, desde un partido de fútbol a un documental sobre ornitorrincos: el cerebro necesita centrar la atención para completar el proceso de inmersión fundamental para “entrar” en una película. Las mil y una distracciones que tenemos actualmente nos impiden centrarnos: y el cine, incluso una de Vin Diesel, necesita concentración. Cuanto menos metidos estemos en la película, más fácil será pararla y dejarla para otro día.  

Las distracciones son el gran enemigo de nuestra productividad, incluso de la “productividad” de nuestro entretenimiento. Al final, estando abiertos a tantos entretenimientos simultáneos, ya no sabemos ni entretenernos. Por eso cuando llegamos a la cama, en vez de relajados, a menudo estamos frenéticos. El mal uso del móvil y el resto de tecnologías son los grandes culpables de ello.  

No tenemos tiempo

O eso nos gusta repetirnos incesantemente: que no tenemos tiempo para nada. Por supuesto, en la mayor parte de los casos, se trata de una mala gestión del tiempo, de asumir como obligatorias tareas que no lo son, no saber priorizar, creernos que el día tiene más de 24 horas, o considerar que tiene más glamour y es más cosmopolita hacer más cosas de las que podemos yendo siempre a toda prisa.  

Pues eso, que como “no tenemos tiempo” porque nuestra rutina diaria está plagada de obligaciones más o menos intrascendentes y estúpidas, ¿cómo vamos a reservar dos horas para una película? Eso es de losers que tienen demasiado tiempo.

Pero algún día habrá que pararse a pensar por qué en la era digital y de la inteligencia artificial y todo eso, con la cantidad inmensa de presuntas facilidades que nos da la tecnología para gestionar de forma más eficiente nuestro día a día, nos sentimos más agobiados y atareados que nunca. Y en esta vida tan agitada, el cine no tiene lugar, por supuesto.  

El ‘streaming’ 

Tablet y televisión - Fuente: Unsplash
Tablet y televisión – Fuente: Unsplash

Netflix y el resto de las plataformas de contenido en streaming han cambiado el modo en el que accedemos al contenido audiovisual. Nuestras películas preferidas están en nuestra plataforma (hasta que desaparecen sin dejar rastro, claro) y las tenemos ahí para verlas cuando queramos. Y si no, pagamos por ellas. Como las tenemos ahí “para siempre” no corre prisa verlas: la podemos trocear en varios visionados sin problemas. Ya la terminaremos en otra ocasión. 

Hubo un tiempo en el que las películas se ponían en los canales de televisión y si no estabas atento te la perdías. No se podían parar, ni darle hacia detrás para repetir tal escena, ni repetir en bucle determinado plano. Nada de eso, si ibas al baño en mal momento te perdías la identidad del asesino, aunque siempre podías esperar a los anuncios que, en los peores tiempos, permitían hasta dar un paseo al perro o echar una cabezada. Pero, sea como fuere, era obligatorio ver las películas del tirón, porque si no, no la veías. 

La multipantalla 

¿Quién ve hoy en día las películas en la enorme televisión del salón? Es que, de hecho, muchos no tienen ni televisión en el salón (incluso ni salón, ni televisión) y prefieren ver el contenido audiovisual en la pantalla del portátil, la tablet… ¡o el móvil! De la gran pantalla del cine a la minúscula pantalla del smartphone.  

Al margen de aspectos estéticos que dificultan el visionado en dispositivos tan pequeños, la propia comodidad del espectador sin duda incide en el hecho de no poder ver una película del tirón. Echado en la cama, con el móvil en una mano, no es modo de aguantar El irlandés, Ben-Hur o hasta una de Mariano Ozores. Ya no es cuestión del nivel o interés que despierte en ti la película, es que estás fisicamente incómodo


La ‘serielización’ del cine

Nos hemos serielizado desde hace años de tal forma que el ritmo y la estructura de las series han tomado tanto protagonismo en la ficción narrativa audiovisual que nos cuesta empezar a ver una película sin que antes diga “previously…”. ¿Pero no me van a hacer una introducción antes de empezar? ¿Y cómo sé lo que ha pasado antes? 

La duración del capítulo de buena parte de las series, entre 40 y 60 minutos (los de 60 ya se hacen largos) provocan que nuestra mente haga ‘clic’ al llegar al final del capítulo, pero el tratarse de una película, apenas ha empezado a desarrollarse la trama.

Y ya no tenemos paciencia para seguir: además, ¿dónde está el anzuelo o cliffhanger del final del episodio, el cierre climático que nos estimule para ver el siguiente episodio? Ah, es verdad, que esto es una película, hay que esperar tres horas para el clímax. ¡Buff! No, no, que nos estamos perdiendo la última y fundamental aportación de @riyaz.14 en TikTok. Dejemos El Padrino para otra ocasión. 

¿Por qué debemos ver las películas del tirón? 

Una persona en el sofá - Fuente: Unsplash
Una persona en el sofá – Fuente: Unsplash

De acuerdo en que, por las circunstancias antes expuestas (y otras más), puede que el cine no atraviese el mejor momento como entretenimiento (ni como disciplina artística), pero creemos que el cine merece un replanteamiento por parte de los espectadores para que vuelva a ser disfrutado, respetando su esencia: largometrajes para ser visionados de una sola vez.  

En ese carácter dual, de entretenimiento inmersivo y obra de arte audiovisual, reside su increíble éxito en el siglo XX: ninguna disciplina artística en la historia ha logrado una compenetración tan rápida con el gusto del público hasta el punto de generar a su alrededor una enorme industria que sigue facturando miles de millones cada año, a pesar de su crisis.  

Por el efecto de inmersión 

La principal razón por la que no debemos trocear una película es por el efecto de inmersión que, generalmente, se cuece a fuego lento en las películas, al menos en las “buenas” películas.

Si tu hijo te dice a los 30 segundos de empezar a ver una película que no le gusta, (además de porque esta youtubizado y piensa que todos los contenidos audiovisuales deben empezar con un tipo anfetamínico hablando y gestualizando de forma frenética ante la cámara) es porque aún no ha tenido opción de “sumergirse” en la trama de una película. “Paciencia, hijo mío, deja primero que terminen de aparecen los logos de las productoras de la película y ya iremos viendo si te gusta o no”. 


Si paramos la película a la media hora, romperemos el efecto de inmersión, saldremos de la trama, y cuando la retomemos, deberemos repetir la operación mentalmente, lo cual será poco menos que imposible, porque habrán pasado varias horas (o días): nos habremos salido del New York de los 50, de Alderaan o del sótano del asesino y ya no entraremos con la misma fluidez en el desarrollo narrativo que tiene lugar en ese escenario.

En este sentido, hay que recordar que los autores de las películas conciben las mismas para ser disfrutadas como una unidad: el ritmo del desarrollo narrativo está diseñado para generar picos de tensión dramática en el espectador (con mayor o menor acierto) y todo ello se rompe si paramos la película. De repente, cuando la volvamos a poner, nos podemos dar de bruces con una escena climática que no cumple su función, porque todavía estamos tomando posiciones: ¿quién ha muerto ahora? ¿quién era esa, la novia del protagonista? Ya no me acuerdo… Voy a darle para atrás. 

Para desafiar a las distracciones 

Si el móvil y las distracciones subyacentes al mismo son el gran desafío de nuestra vida actual, “resistir” una película de dos horas sin acudir a su llamada, puede ser una forma de reafirmar nuestra capacidad para priorizar actividades relajantes ante el furor digital. Porque por muy trepidante que sea una película, siempre transcurrirá de forma más serena que la enésima navegación intrascendente por el inframundo digital. ¿Hemos sido capaces de ver una película entera? Muy bien: lo siguiente es caminar mirando hacia delante sin parecer un zombi móvil en mano. Poco a poco. 

Como ejercicio de paciencia 

Películas que te levantarán el ánimo
Película ‘Tres colores: azul’

Hay quien dice, ya lo hemos referido en alguna ocasión, que una explicación de los males de nuestra sociedad es que somos incapaces de permanecer sentados durante quince minutos en una habitación sin hacer nada. Tal es el grado de ruido a nuestro alrededor (y en nuestro interior) que ya no somos capaces de estar sin hacer nada, solo existir, sin más.  

Lo que te pedimos es algo más sencillo, un paso previo para luego, un día, disfrutar de no hacer absolutamente nada durante unos minutos. Empecemos por tener la paciencia suficiente, la que no tiene tu hijo youtubizado, para sentarnos ante la televisión (mejor la tele, aunque sea pequeña) para ver una película del tirón, dejando que se desarrolle con calma, sin previouslies ni cliffhangers ni zarandajas seriófilas, a ritmo cinematográfico, un poco más lento que el de las series, más sereno, más literario.  

Porque, al fin y al cabo, tanto el cine como la literatura exigen un esfuerzo del espectador y del lector. Primero y, ante todo, paciencia. Pero sabemos por experiencia que, a cambio de un poco de paciencia (de nuestro “valioso” tiempo), obtenemos el mayor premio de todos: conocimiento, el que ofrecen los libros y las películas, entretenimiento y arte que merecen (toda) nuestra atención para ser disfrutados y comprendidos. 



2 Comments

  1. Pues. Intento entender el artículo y segun este columnista ya no tenemos tiempo para nada. Y creo que esto solamente le pasa a los necios o necias que no quieren elegir y quedarse con una cosa. Quieren los cinco dedos de una mano y, puestos a pedir, los cincondedos de la otra mano.
    Pues no. Sólo puedes elegir una opción. Y las otras nueve las tienes que dejar ir.¿Por qué? Pues porque si eliges una opción y a los 10 minutos quieres otra cosa, no disfrutas de la primera opción y tampoco de la segunda. Uno quiere disfrutar las dos opciones. O las 5 o lss 10 opciones. Y vives en un mundo en que quieres vivir una cosa y con la otra mano, vives la otra opción y con la tercera malgastas la primera, la segunda y, por ende, también la tercera..
    Por eso, has de centrarte. Y solamente elegir una. Y llegar hasta el final. Y una vez llegues, evaluar. Porque si no evaluas, no sabrás ni tú, lo que te gusta. En la paciencia esta la virtud.

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