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¿Eres infiel? Estos son los efectos en el cerebro

¿Por qué realities como La isla de las tentaciones tienen tanto éxito? Al margen de otras consideraciones, su popularidad deriva del tema que siempre está presente en esta clase de realities: la infidelidad. Porque, aunque las relaciones interpersonales íntimas estén cambiando, el concepto de fidelidad sigue despertando interés y controversia, incluso entre los científicos: hasta en 160 culturas, no solo occidentales, la infidelidad en la pareja es la razón más común de ruptura

Aprovechamos una nueva edición del reality de Mediaset para abordar las claves de la infidelidad tratando de desgranar sus aspectos más relevantes desde un punto de vista psicológico: qué efectos tiene la infidelidad en el cerebro y por qué el ser humano tiene tendencia a “traicionar” a sus parejas: ¿Y si la infidelidad estuviese biológicamente determinada? Sería la coartada definitiva para los infieles, pero la ciencia aún no lo tiene claro, así que no descorchéis la botella de champán todavía… Seguid leyendo.

¿Qué es la infidelidad? 

Una pareja - Fuente: Pexels
Una pareja – Fuente: Pexels

Podría ser una pregunta irrelevante, pero no lo es: el concepto de infidelidad varía dependiendo del tipo de relación, porque no todos valoramos la fidelidad del mismo modo. De cualquier forma, para facilitar su estudio desde un punto de vista científico, los expertos han tratado de definirla, tal y como señala el estudio más reciente y ambicioso sobre la infidelidad presentado hace unos meses por dos psicólogos de universidades canadienses.  

Entre las diferentes definiciones recogidas en sus investigaciones, Rokach y Chan se quedaron con esta: “un acto sexual y/o emocional realizado por una persona dentro de una relación comprometida, donde dicho acto ocurre fuera de la relación principal, y constituye un abuso de confianza y/o violación de los acuerdos establecidos sobre las normas de uno o ambos individuos en esa pareja en relación con la exclusividad romántica, emocional o sexual”. 

Así pues, la infidelidad tendría dos vertientes, la sexual y la emocional, siendo esta última más compleja y difícilmente estudiable al definirse como el desarrollo de sentimientos íntimos y profundos hacia una persona que no es la pareja. 

La neurociencia de la infidelidad: causas y efectos en el cerebro 

Cerebro
Cerebro

La infidelidad afecta al cerebro de la persona desleal como al de la persona que sufre la infidelidad. En este sentido, la desregulación emocional después de un acto de infelicidad afecta a ambos miembros de la pareja con consecuencias que pueden ser extraordinariamente graves: no hay que olvidar que los celos y la infidelidad (o el temor a una infidelidad) están vinculados con miles de homicidios a nivel mundial cada año.  

Las hormonas de la infidelidad 

Determinadas sustancias fundamentales para nuestro organismo influyen notablemente en nuestras emociones, impulsos y comportamientos. Es el caso de la dopamina, que ya conocemos bien. Los niveles altos de dopamina pueden repercutir en aumentar el deseo sexual lo que podría derivar en la búsqueda de relaciones más allá de la pareja. Así mismo, la serotonina también está detrás de nuestros impulsos más irrefrenables. 

Mención especial merece la testosterona, una hormona más relevante en hombres que en mujeres y que puede tener un impacto significativo en la infidelidad masculina, tal y como señala este estudio de varias universidades europeas que analizaron el comportamiento sexual de más de 200 hombres. 

Así pues, si estar con una persona que no es nuestra pareja dispara nuestros niveles de estas hormonas, haciéndonos sentir más eufóricos, entusiastas y sexys, una parte de nuestro cerebro —y del resto de nuestro cuerpo— se sentirá enardecido. Es el primer paso de la infidelidad para muchas personas.

Lógicamente, estamos permanentemente seducidos por estas hormonas, y no siempre les hacemos caso porque sería insostenible a nivel físico y psicológico, como cuando vemos un anuncio de comida rápida justo antes de comer: optamos por la ensalada porque es más saludable que la hamburguesa. 

Así mismo, este impulso hormonal nos puede hacer dudar del amor hacia nuestra pareja, ese mito del amor romántico que nos dice que no podemos sentirnos atraídos por nadie más si tenemos pareja, lo cual es evidentemente erróneo ya que nuestras hormonas dicen justamente lo contrario.

Pero sentir atracción física y/o intelectual por otra persona no es razón suficiente para dudar del “amor”, ya que está demostrado, también a nivel biológico, que la pasión en una relación no puede durar como tal eternamente, por las mismas razones anteriormente expuestas: es insostenible a nivel hormonal vivir una pasión perpetua. Entonces entran en juego otros factores que fortalecen (o no) una relación más allá de los puramente químicos.


Desequilibrios en la corteza prefrontal 

Vinculado también con la producción y gestión fisiológica de las hormonas está el papel de la corteza prefrontal, una zona de nuestro cerebro involucrada en la planificación de comportamientos cognitivamente complejos, los procesos de toma de decisiones y la adecuación del comportamiento social. 

Una corteza prefrontal con poca actividad se relaciona con la aparición de diversos trastornos mentales, siendo su desequilibrio explicación de muchos comportamientos considerados “antisociales” o poco convencionales.  

En este sentido, una baja actividad de la corteza prefrontal también puede explicar una mayor tendencia a la infidelidad al mitigar esa “voz interior” que nos dice cuál es la postura más sensata (o convencional) que debemos tomar ante un dilema moral, como puede ser mantenernos fieles o no.  

El trauma de la infidelidad 

Infidelidad - Fuente: Pexels
Infidelidad – Fuente: Pexels

A nivel psicológico, existen otros efectos y consecuencias de la infidelidad de considerable repercusión en la salud mental del individuo. En este sentido, el estudio canadiense citado señala como manifestaciones emocionales vinculados con el trauma de la infidelidad, ira extrema, traición, inseguridad, rabia, vergüenza, culpa, celos y tristeza. 

No es algo para tomarse a la ligera: las mujeres que habían experimentado amenazas de infidelidad de sus parejas tienen seis veces más probabilidades de ser diagnosticadas con un episodio depresivo mayor que aquellas que no han experimentado ninguno de esos eventos.  

De hecho, son numerosos los expertos que vinculan la infidelidad como una de las causas de estrés postraumático citando las reacciones emocionales, cognitivas y conductuales de la infidelidad como evidencia al producir “distorsiones cognitivas en torno a la seguridad y la confianza, incluyendo sentimientos de ansiedad elevada, hiperexcitación, rumia, flashbacks intrusivos, disociación emocional y depresión”. 

En este sentido, la infidelidad se asocia a síntomas somáticos persistentes como insomnio, pérdida de peso, dificultad de concentración y falta de apetito y libido experimentados a menudo después de vivir un episodio de infidelidad.


Todos estos efectos psicológicos de la infidelidad pueden derivar incluso en suicidio como muestra este estudio sobre el comportamiento suicida dentro de la Fuerza Aérea de Estados Unidos: un 9% de las personas que se habían suicidado experimentaron la infidelidad de sus parejas en las 24 horas anteriores y un 5% habían sido infieles en el mismo periodo de tiempo.  

¿Por qué somos infieles? 

Pareja - Fuente: Pexels
Pareja – Fuente: Pexels

El psiquiatra Richard Balon de la Universidad Wayne State de Detroit presentó un artículo hace una década en el que especulaba sobre la determinación biológica de la infidelidad recordando que la civilización moderna define las relaciones sexuales dentro de la pareja en términos monógamos, “aunque históricamente la mayoría de las culturas han sido polígamas”. 

De hecho, Balon señala que la mayoría de las especies son socialmente monógamas (machos y hembras se aparean para reproducirse o criar descendencia), pero no sexualmente monógamas (el 97% de los mamíferos no son monógamos).  

Así Balon destaca que la literatura científica ha presentado numerosas causas para explicar la infidelidad, como la insatisfacción sexual, la incompatibilidad de pareja, los valores liberales y la permisividad sexual. En este este sentido, no hay que olvidar, como ya hemos mencionado, el papel de nuestros impulsos cerebrales en el deseo sexual “o los factores evolutivos como el acceso a genes de alta calidad”. 

Pero la conclusión de Balon es que la infidelidad, aún a pesar de que pueda tener algún fundamento biológico, como la genética o la química cerebral, parece verse modificada o moderada por factores sociales, culturales, religiosos, entre otros. 

Por otro lado, el estudio canadiense citado señala diversas características individuales como rasgos que podrían derivar en infidelidad: la angustia psicológica, el neuroticismo, así como una orientación de apego insegura. Así mismo, se señala que las personas con mayor educación e ingresos más altos tienen más probabilidades de ser infieles. 

¿Son los hombres más infieles que las mujeres? 

Los investigadores canadienses señalan que la brecha de género en la infidelidad se está reduciendo a pesar de que las primeras investigaciones sobre este tema señalaron que los hombres tenían más probabilidades de ser infieles que las mujeres, por razones obvias: “cuando uno de los cónyuges trabaja fuera de casa y el otro se queda en casa, aumentan las posibilidades de infidelidad”.

Rokack y Chan constatan, en este sentido, que la razón por la que la brecha de género en la infidelidad se está reduciendo se debe, principalmente, a la mayor presencia de las mujeres en el mundo laboral. No hay que olvidar, por supuesto, el contexto social en el que se enmarcan las relaciones de pareja tradicionales, con la mujer educada para mantener la estabilidad del hogar.

Sin embargo, la realidad actual, como sabemos, es bien diferente gracias a la emancipación económica de la mujer que tiene su repercusión también en las relaciones de pareja. Así lo atestigua este estudio de varios investigadores neerlandeses que evaluó la relación entre poder e infidelidad de más de 1.500 profesionales.

Los resultados mostraron que un poder elevado se asocia positivamente con la infidelidad porque el poder aumenta la confianza en la capacidad de atraer parejas. El género no moderó estos resultados: la relación entre poder e infidelidad fue la misma para mujeres que para hombres, y por la misma razón.

Estos hallazgos demuestran, claro está, que la suposición común de que las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de cometer infidelidad es, al menos parcialmente, un reflejo de las tradicionales diferencias de poder basadas en el género que existen en la sociedad.

De cualquier forma, otro enfoque centrado en el aspecto neurocerebral, es el que nos muestra un estudio de 2006 de varios investigadores japoneses que analizó el cerebro de hombres y mujeres con resonancia magnética para tratar de detectar diferencias entre ambos.

Los investigadores concluyeron que los hombres mostraron una mayor activación que las mujeres en las regiones del cerebro involucradas en comportamientos sexuales/agresivos, como la amígdala y el hipotálamo ante estímulos vinculados a la infidelidad. Se concluyó, así pues, que “los hombres y las mujeres tienen diferentes módulos neuropsicológicos para procesar la infidelidad sexual y emocional”. 

¿Debemos ser fieles en una relación? Una cuestión de compromiso y lealtad 

Relación de pareja
Pareja sentada frente al agua/Foto: Unsplash

Si la fidelidad se entiende como un compromiso adquirido en una relación monógama de exclusividad emocional y sexual, hablamos de un concepto social vinculado a las relaciones interpersonales de la civilización moderna.  

No obstante, originalmente, tal y como señalan algunos estudios, la monogamia surgió en algunas culturas como una forma de proteger a los niños de grupos humanos: son más vulnerables si solo dependen de su madre. La participación de ambos padres en la crianza y cuidado de un bebé supone una mayor tasa de éxito en las mismas. 

Pero la fidelidad, como valor moral más allá de sus beneficios evolutivos, es propia de nuestra civilización que considera más prácticas este tipo de relaciones, también influido por cuestiones económicas o religiosas

De cualquier forma, en pleno siglo XXI, la fidelidad vuelve a ser puesta en duda por sus contraproducentes efectos: al fin y al cabo, nuestras hormonas nos señalan, a menudo, el camino opuesto a la fidelidad.  

Pero ahí ya entra en juego el libre albedrío del humano adulto que debe ser consciente de que los actos tienen consecuencias, aunque estén biológicamente justificados. Por lo tanto, no se trata tanto de ser fieles por una cuestión de tradición moral, sino de ser leales a un compromiso adquirido con nuestra pareja que puede incluir (o no) la fidelidad emocional y/o sexual. En este sentido, son muchas las parejas que ya no incluyen la fidelidad sexual en su compromiso. 

Porque de eso se trata, de lealtad a un compromiso, sean cuales sean sus cláusulas: no olvidemos que la ruptura de un compromiso con una pareja tiene hondas repercusiones psicológicas, como hemos visto, especialmente graves en la víctima de esa ruptura. Así que presentar un informe médico de altos niveles de testosterona producida por tus testículos no es coartada suficiente para provocar un trastorno mental en tu pareja.  



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