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Paul Sobol: “Auschwitz no se puede perdonar pero yo siempre he vivido sin odio" 

Entrevista a uno de los 2.000 supervivientes del campo de concentración polaco, en el que murieron sus padres y su hermano.

Un posado de Paul Sobol en su casa 

MANUEL RUIZ RICO

BRUSELAS.- “Gritad, sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como / humo en el aire / y tendréis una tumba en las nubes, no se yace estrechamente allí”, ( Paul Celan). 

Paul Sobol (París, 1926) vive en el barrio de Laeken, una zona residencial y tranquila de Bruselas, la capital de la UE. Está a punto de cumplir 90 años y se encuentra bien de salud. Tiene dos hijos y cinco nietos. Enviudó hace tres años. Hasta ahí, lo mismo que podría contar cualquier belga de su edad. Sin embargo, el próximo 7 de mayo celebrará como pocos el 70 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Ese día de 1945, tras casi seis años de contienda, Alemania se rindió. Paul Sobol no lo celebrará en Bruselas sino en la ciudad polaca de Oswiecim, que hace 70 años se llamaba Auschwitz.

En Bélgica vivían unos 70.000 judíos bajo ocupación nazi. Entre 1942 y 1944, los alemanes deportaron cerca de 25.000 de ellos hasta Auschwitz. Apenas 2.000 sobrevivieron. Paul Sobol es uno de ellos. Historia viva de Europa. Dice que cuenta su historia para que no se olvide jamás lo que un hombre puede hacerle a otro hombre. Es consciente de las dificultades que atraviesa ahora Europa pero también dice que siempre hay que mirar al futuro con optimismo. “Si yo hubiera sido pesimista, jamás habría salido vivo de Auschwitz”, asegura.

Usted nació en París y con seis años se trasladó junto a su familia a Bruselas. ¿Cómo fue su infancia en Bélgica?
Mi padre era polaco y mi madre rusa. Se casaron en Montreuil, junto a París, en 1921. Ambos eran judíos, sin más, no eran practicantes, del mismo modo que lo son muchos millones de personas en Europa actualmente, pueden considerarse católicos, incluso pueden haber sido bautizados o haberse casados por la iglesia pero más por tradición que porque practiquen la religión o estén muy involucrados en esa fe. Yo fui el segundo hijo que tuvieron. Nací en junio de 1926 muy cerca de la Catedral de Notre Dame. El 1 de septiembre de 1927 dejamos Francia y nos instalamos en Bruselas. Mi padre trabajaba en un taller de pieles y se hizo miembro del Partido Socialista. Recuerdo haber estado con él cuando comenzó la Guerra Civil Española en una manifestación contra Franco en la Casa del Pueblo de Bruselas. Tuve una infancia feliz, con muchos amigos. Yo era judío y mi familia también pero nunca fui a la sinagoga, ni estudié hebreo ni hablaba yidis, que sí hablaban mis padres entre ellos, ni llevábamos una vida religiosa. Tampoco había rastro de racismo en aquella época. También éramos extranjeros en Bruselas, pero eso nunca importó tampoco. No tuvimos ningún problema por ello.

Es la portada de un libro suyo de memorias que escribió en 2010.

En sus memorias [Je me souviens d’Auschwitz, publicadas en 2010; el libro no está traducido al español], usted cuenta cómo sus padres le dijeron que tenía que hacer el Bar Mitzvah [es como la primera comunión para los judíos] y que usted ni siquiera sabía lo que era.
¡Claro! Yo nunca había ido a la sinagoga ni había visto a un rabino, en casa nunca se habló de religión y de pronto, un día, mis padres me dicen: “Tienes que hacer el Bar Mitzvah porque es la tradición”. “¿Y eso qué es?”, dije yo. Yo no tenía ni idea. Me llevaron ante el rabino y era la primera vez que estaba ante uno. Éste me dijo que en la ceremonia tenía que leer unos textos en hebreo y yo ni siquiera sabía hebreo, así que apunté en francés cómo sonaba lo que yo tenía que decir y así lo hice, sin saber qué estaba diciendo. Sólo recuerdo que fue divertido porque me regalaron un reloj y un traje.

Entonces, llegaron los nazis…

Fue el 10 de mayo de 1940. Alemania invadió Bélgica. [La guerra había comenzado en septiembre de 1939]. Todo fue muy rápido: el 17 de mayo las tropas alemanas entraron en Bruselas y el 28 el rey Leopoldo firmó la capitulación. Poco después cayó París... Ese año, los alemanes no se mostraron particularmente peligrosos. Vivíamos una ocupación casi normalmente, aunque había escasez y cartillas de racionamiento. El 26 de junio cumplí 14 años y mi padre decidió que ya era bastante mayor para dejar la escuela y ponerme a trabajar. Entonces lo que decía un padre se hacía y no había más que hablar. Me dijo que trabajaría en las pieles, porque era lo que él conocía, y así lo hice, aunque no me gustaba nada el oficio. Por eso, cuando cumplí 15 años, me planté ante él y le dije que quería dejarlo, irme a Inglaterra ¡y convertirme en aviador para luchar contra los alemanes! De pronto, comenzaron las primeras leyes antijudías, en mayo de 1942 nos obligaron a llevar cosidas a la ropa las estrellas de David amarillas y en agosto de ese año tuvieron lugar las primeras redadas, en Amberes, donde fueron detenidos 3.000 judíos. Yo había comenzado a estudiar mecánica y el 2 de septiembre el director de la escuela me llamó junto a otros alumnos judíos y nos dijo que no fuéramos al día siguiente, sin más explicaciones. Al día siguiente, precisamente, los alemanes hicieron una gran redada en el barrio de Midi, cerca de donde vivíamos nosotros, fue entonces cuando mi padre decidió que teníamos que desaparecer.

"Una semana después del desembarco de Normandía, la Gestapo nos detuvo. Alguien nos había denunciado e irrumpieron en plena noche en nuestro apartamento"

¿Qué pasó?
Nos mudamos de barrio, nos quitamos la estrella amarilla de nuestras ropas y conseguimos una documentación nueva con nuevas identidades. Yo dejé de llamarme Paul Sobol. Ahora era Robert Sachs. Me puse Sachs por el inventor del saxofón, Adolphe Sax, que fue belga. Así estuvimos dos años. Justo en la casa en la que vivimos acaban de colocar baldosas para recordar nuestra estancia allí, la de una familia de cinco personas, de las cuales tres, mi padre, mi padre y hermano, acabaron asesinados en Auschwitz. Sólo volvimos vivos mi hermana Betsy, que ahora tiene 87 años, y yo.

Hasta que un día os detuvo la Gestapo. ¿Cómo fue?
Ocultos, con otros nombres, vivimos casi dos años hasta que el 13 de junio de 1944, una semana después del desembarco de Normandía, la Gestapo nos detuvo. Alguien nos había denunciado e irrumpieron en plena noche en nuestro apartamento. Mi padre, que hablaba alemán, les dijo que se equivocaban pero ellos sabían que no, sabían a qué habían venido. Nos llevaron donde llevaban a todos, al acuartelamiento de Dossin, en Malinas. Había cientos de judíos de detenidos allí, de hecho fue la primera vez que viví en un entorno completamente judío. Hasta que el 31 de julio, con los americanos casi en Bélgica, los alemanes hicieron una lista de 956 personas para un transporte hacia Polonia. Mi familia entera estaba en la lista. Fue el convoy número 26, que a la postre sería el último que salió Bélgica.

¿Cómo fue el viaje?
Íbamos 50 o 60 en cada vagón. No cabíamos, teníamos sed y hambre, pero sobre todo mucha sed, y no nos daban nada. Había gente por todas partes, hacíamos nuestras necesidades allí mismo… Era verano y hacía mucha calor. A la tercera noche, el tren se detuvo, se abrieron las puertas y nos ordenaron bajar mientras éramos enfocados por proyectores de una luz cegadora. Era Auschwitz. Nos separaron, mi madre y mi hermana fueron llevadas a una parte del campo y mi hermano, mi padre y yo, a otra. [Silencio]. Cuando estabas en Auschwitz comprendías para qué servía todo aquello.

¿Qué comprendías?
¿Has estado allí?

Sí.
Pues entonces lo has visto. ¿Y pudiste comprender?

Estoy aquí, hablando con usted, para comprender… para tratar de imaginar, qué pudo ser aquello.
No se puede entender, salvo una cosa: Auschwitz no se trata de muertos en una guerra, Auschwitz fue, y eso lo sabías estando allí, toda una maquinaria burocrática e industrial, una cadena de elementos en serie, perfecta y conscientemente diseñada para el asesinato en masa de manera efectiva y rápida de millones de personas. Fue el progreso tecnológico y científico aplicado al asesinato, la exterminación de una parte de la sociedad de una forma planificada y consciente. La manera en que se organizaba Auschwitz… todo estaba encaminado a eso, llegabas en un tren como transportan al ganado, convertido en un animal, y enseguida hasta eso te quitan porque te convierten en un número, en mi caso el B-3635, te rapan, te lo quitan todo, te dan un traje de preso, ya no eres nada, eres un número sin más, sólo te llamarán por ese número, es lo único que tienes te recordar, yo no sabía alemán y mi padre no paraba de repetirme el número y de hacérmelo repetir: B sechs und dreizig funf und dreizig, una y otra vez, de eso podía depender tu vida. Primero te convertían en un animal, luego en un número y luego en el cero, en la nada. Para eso existía Auschwitz y eso es lo que hay que entender, lo no hay que olvidar.

"Auschwitz fue toda una maquinaria burocrática e industrial  perfecta y conscientemente diseñada para el asesinato en masa de manera efectiva y rápida de millones de personas"

70 años después tiene usted aún tatuado el número en su antebrazo. ¿Nunca pensó en borrárselo?
La gente me lo ha preguntado mucho y yo respondo: ¿Por qué? Forma parte de mí, de mi vida, soy yo, ese número es lo que me ha pasado, sería como borrar esa parte de mi vida, Auschwitz, que además es el sitio donde murieron mi padre, mi madre y mi hermano.

¿No pensó en ningún momento: “Ya está, se acabó, no puedo más, abandono”?
Nunca. Si empiezas a decir eso estás muerto. Siempre he sido optimista, he mirado hacia el futuro, yo era joven, tenía 18 años y quería vivir, quería sobrevivir a Auschwitz, siempre miré hacia el futuro, nunca hacia el pasado, siempre traté de usar mi creatividad, de hacer cosas para salir adelante, primero me ofrecí voluntario para un equipo de trabajo, luego dije que era carpintero y eso me ayudó, aunque era mentira, lo cual también me puso en una situación complicada, y cuando estuvieron a punto de pillarme en la mentira, convencí a un kapo para dedicarme a decorar pequeñas cajetillas para guardar el papel del tabaco... Luego, en la caravana de la muerte escapé y eché a correr por el bosque. Ahí acabó Auschwitz y Dachau para mí, porque antes de que los rusos liberaran Auschwitz los alemanes lograron trasladarme con otros presos a Dachau [ese traslado de presos ordenado por los alemanes es la llamada caravana de la muerte. En este caso que relata Sobol, los presos tuvieron que recorrer 200 kilómetros en tres días en una situación extrema; muchos de ellos murieron exhaustos, fusilados por el camino y a veces también bajo bombardeos, porque atravesaban zonas en pleno combate].

Tras muchas penurias por una Europa destruida por la guerra, usted regresa a Bruselas de nuevo el 19 de mayo de 1945. ¿Cómo está la ciudad entonces, cómo se plantea su futuro?
Yo no tengo nada, ni siquiera sé si mi familia está viva o no. Cinco días después llega mi hermana Betsy y eso es todo. No tenemos casa, familia, trabajo ni formación, toda Europa está destruida y hay que reconstruirla. Tengo que empezar desde el cero absoluto. Al menos tuve a Nelly, mi novia antes de la guerra, con quien me reencontré y acabamos formando una familia y siendo muy felices. Ella murió hace tres años. Cuando estuve en Malinas ella logró enviarme una foto pequeña suya que pude conservar siempre, incluso en Auschwitz, y eso me ayudó siempre a sobrevivir, a mirar hacia el futuro.

Un posado de Paul Sobol en su casa con el número de preso en el brazo

Un posado de Paul Sobol en su casa con el número de preso en el brazo

¿Nunca pensó en Auschwitz, nunca habló de lo que le había ocurrido?
No, nunca, a nadie, ni siquiera a mi hermana. Sé que ella se salvó porque la separaron de mi madre cuando estuvo en Birkenau y se la llevaron a Alemania a trabajar a una fábrica y allí le pilló el final de la guerra. Mi madre, mi padre y mi hermano, lo supe después, murieron en las caravanas de la muerte. Pero Betsy y yo nunca hemos hablado entre nosotros de nuestra estancia en Auschwitz. Yo tardé mucho en dar testimonio público de mi vida, pero Betsy jamás lo ha hecho, es algo de lo que no quiere hablar. Mira, cuando yo llegué a Bruselas tras Auschwitz decidí dejar todo eso atrás, simplemente cerré esa puerta y le puse un candado y ahí se quedó. Nadie, ni siquiera mis hijos, supieron nunca nada. Decidí olvidarlo todo y mirar hacia el futuro, que era lo único que tenía.

¿Ha vuelto a Auschwitz?
Auschwitz seguía estando escondido en mi memoria hasta que un día, a finales de los 80, mi hermana Betsy me dijo: “¿Por qué no vamos a Auschwitz?”. Yo le dije que no, no tenía nada que hacer allí, no quería volver. Pero Betsy me dijo que era el lugar donde nuestros padres y nuestro hermano habían muerto y que podríamos ir allí como la gente va a los cementerios, para visitar el lugar donde reposan sus seres queridos, al fin y al cabo nosotros no teníamos ningún lugar al que ir. Así me convenció y fuimos juntos. Lo pasé muy mal la primera vez que estuve allí, recorrí los campos sin poder hablar, pero desde entonces voy una vez al año, al menos, y siempre voy con niños o jóvenes de colegios e institutos. Es muy importante que ellos sepan a través de nosotros qué supuso Auschwitz, qué fue realmente, qué sucedió allí.

"Voy una vez al año, al menos, y siempre voy con niños o jóvenes de colegios e institutos. Es muy importante que ellos sepan a través de nosotros qué supuso Auschwitz, qué fue realmente, qué sucedió allí"

¿Y cómo cambió todo, por qué decidió un día contar públicamente su historia?
Esto fue después, cuando Spielberg creó la Fundación Shoah. Empezaron a hacer llamamientos para recoger testimonios. Yo me puse en contacto con la Fundación Auschwitz en Bruselas y me presenté. Fui el primer testimonio que recogieron en Bélgica. Entré en una sala, colocaron una cámara ante mí y empecé a hablar y estuve hablando dos horas y media. Al final, me dieron la cinta y con ella me fui a mi casa. Mi mujer, Nelly, me preguntó qué tal había ido y no le pude contar nada, simplemente le di la cinta. Mis hijos también me preguntaron qué había pasado. Así que les dije que yo no me sentía capaz de contarles nada, que vieran la cinta. La vieron y así fue cómo ellos conocieron mi historia, pero yo nunca he podido hablarles a ellos directamente de Auschwitz, no puedo, sencillamente no puedo mirarles cara a cara y contárselo, nunca he sido capaz. Y así fue como después, en 2010, escribí el libro de memorias.

¿Se puede perdonar Auschwitz?
Jamás se puede perdonar una cosa así, quién puede perdonar eso, cómo puedo perdonar que asesinaran a mi madre, a mi padre y a mi hermano, que me lo quitaran todo de esa manera. No se puede. Pero dicho esto, nunca he soñado ni he tenido pesadillas sobre Auschwitz. Era pasado, simplemente, y ahí hay que dejarlo, y tampoco he sentido nunca he sentido odio ni rencor, el odio sólo te hace daño a ti, sólo te destruye a ti mismo, no sirve para nada, y jamás he odiado a los alemanes, aquello lo hizo quien lo hizo, ¿qué culpa tienen los alemanes de después de lo que hicieron sus padres o sus abuelos?

Usted ha vivido y sufrido la destrucción de Europa. ¿Cómo vivió el nacimiento de la Unión Europea?
Es un proyecto maravilloso, yo soy ante todo europeo, al margen de que sea belga, de que naciera en París hijo de un polaco y de una mujer rusa y luego fui apátrida muchos años porque no obtuve la nacionalidad belga hasta 1969, con 43 años. La Unión Europea se creó después de ver una Europa totalmente destruida y no hemos vuelto a conocer otra guerra en estos 70 años. Pero nunca hay que creerse a salvo, mira Auschwitz: sucedió en el país más moderno de Europa, con las mejores universidades, con filósofos, con escritores, con músicos, con toda una tradición cultural, artística y científica de primera magnitud… el país que estaba a la cabeza del mundo elaboró el plan más ambicioso y sofisticado de la historia para el asesinato en masa de millones de personas.

Jamás se puede perdonar una cosa así, quién puede perdonar eso, cómo puedo perdonar que asesinaran a mi madre, a mi padre y a mi hermano.

¿Qué le diría a los jóvenes de ahora, que ven con desconfianza a esta Europa sumida en la crisis, a veces con tensiones nacionalistas, bajo la amenaza del yihadismo, con atentados como el que costó la vida a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas el año pasado, con unos mercados que han provocado la mayor crisis económica desde 1929…?
Siempre hay que mirar al futuro, que usen toda su creatividad para salir adelante, que luchen, que sean emprendedores, que busquen su camino y que no miren al pasado, siempre hay que ser creativos y valorar lo que uno tiene, si uno se pasa el día lamentándose de las cosas negativas que pasan o le afectan nunca va a llegar una solución. La situación es difícil, existen todas esas tensiones y son peligrosas, y los mercados gobiernan la política más que nunca, hemos creado un mundo en el que las multinacionales mandan más que los gobiernos mismos… pero si yo hubiera sido pesimista jamás habría sido vivo de Auschwitz.

¿Tiene miedo de que pasen los años, las décadas, y de que las generaciones venideras olviden Auschwitz, lo que fue y lo que supuso en la historia?
Algo tan grande y tan horrible nunca se podrá se olvidar. Por eso tantas personas hemos prestado su testimonio, para que nuestra voz, nuestro relato siempre se oiga. Aunque también soy consciente, y lo dije en la primera visita que hice a Auschwitz en 1987, de que llegará un día en que puede suceder como hoy pasa en Waterloo. Llevan a los turistas, los suben a la colina del león y les dicen: “Ahí abajo hubo una batalla y hubo 30.000 muertos”. Del mismo modo puede ocurrir que algún día suban a los turistas al mirador de Birkenau, en Auschwitz, y les digan: “Ahí abajo murieron más de un millón de personas”.

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