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Los aristócratas que apoyaron a Adolf Hitler

Políticos, nobles, artistas y hasta deportistas consintieron al Führer a cambio de formar parte de un círculo privilegiado

 

JESÚS CENTENO

Hasta ahora, la mayoría de los historiadores se habían ocupado de estudiar el papel de las capas medias y bajas durante el fascismo, pero pocos autores habían reflexionado sobre la función que cumplieron los estratos más exquisitos de Alemania en la carrera de Adolf Hitler. Pero el Führer construyó su proyecto creando un estilo, una moda, regalando automóviles, organizando fiestas o agrupando en una misma zona a la elite. Mientras, inyectaba el núcleo ideológico nazi, ese coloso con pies de barro jerarquizado donde sólo la caída de un individuo podía ascender a otro.

El historiador francés Fabrice DAlmeida ha recuperado para su último libro, El pecado de los dioses (Taurus), invitaciones, tarjetas de visita, listas de regalos, diarios, fotos y planos de protocolo para descubrir grandes verdades que se esconden detrás de pequeños detalles algunos lo llaman microhistoria. El objetivo de DAlmeida fue conocer cómo se impuso el nazismo a través de documentos aparentemente sin importancia. Según ha descubierto, el ascenso de Hitler llegó poco a poco, a base de repartir suculentas ventajas y de repetir su mensaje con una puesta de escena delirante y ampulosa basada en el enaltecimiento de su figura.

Según DAlmeida, las élites se adhirieron al fascismo porque el partido nazi había creado una marca, un estilo, una moda que les contentaba y que les prometió librarse de impurezas contrarias a sus intereses. Era de un colectivo culto pero no exento de cinismo, que miró para otro lado y se sumó a los grandes banquetes, a los bailes de salón, a los tés y a las tómbolas; también hubo bodas ampulosas, noches en la Ópera y partidas de caza. Mientras, el Führer saqueaba Europa y sus diplomáticos intentaban vender una imagen atractiva del Reich.

Las condiciones para su triunfo se habían creado, dice el autor, con la Gran Depresión de por medio y con el miedo a la revolución. Pero los obreros nunca estuvieron en situación de realizarla. La clave estaba en las clases altas. Antes de llegar al poder, Hitler, pese a su fama de zafio, vulgar y tosco, logró hacerse un sitio en los salones de Múnich, donde se desarrollaba la vida social de los círculos adinerados. Allí aprendió a tratar con quienes le empujaron al poder.

Seducción, presión y atracción

El joven Hitler aprendió una cosa que debía hacer para triunfar: crear un sistema de redes férreo, pero complaciente con sus súbditos. Hizo todo para que las adulaciones a su figura llegasen al límite. Con este objetivo, el Führer multiplicó sus asistencias. Si acudía a un acto, se modificaba la distribución de las mesas para que todo girase en torno a él. Mientras, la gastronomía reivindica la cocina alemana en ceremonias ampulosas y las mujeres adineradas no renuncian al glamour de la moda extranjera. Hitler y sus ceremonias eran como las de Luis XIV, pero sin Versalles, ironiza DAlmeida. Nobleza y nazismo compartían el racismo, el militarismo y la nostalgia imperial. Los dirigentes nazis supieron manipular las costumbres civiles para convertir a la gente en instrumentos de seducción, de presión psicológica y de atracción.

Indiferentes al barullo callejero y a los desatinos que sacuden el país, en el seno del partido nazi se frotan las manos: habían logrado crear unos lazos para una fraternidad parecida a la de una secta, en los que además de la adhesión se exigía la devoción. DAlmeida habla de tres esferas que fueron atraídas. En primer lugar, la élite política y militar ministros y secretarios de Estado y altos representantes del partido y de las SS. Después, la gente del espectáculo y las artes. Por último, sitúa a nobles, diplomáticos, funcionarios, agentes del partido, deportistas, alcaldes y hombres de negocios (el autor cita a Thyssen, Krupp y Siemens), que contribuyeron a propagar la ideología hitleriana entre las masas. A cambio de su cinismo: ocio, fiestas, ventajas fiscales, partidas de caza, bailes y grandes banquetes.

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