Este artículo se publicó hace 15 años.
Caso Polanski: expiar en vez de juzgar
Este proceso remite al gran juicio-espectáculo de Fatty Arbuckle
"La Justicia americana no quiere oír hablar de sus errores, así que está intentando reabrir el escándalo sexual como cortina de humo. De esta manera pueden ignorar sus fallos". Así de tajante hablaba Marina Zenovich, directora del documental Roman Polanski. Se busca, en una entrevista con Público el año pasado.
La realizadora, que examinó en dicho filme la manipulación judicial y las presiones mediáticas del caso Roman Polanski, apuntaba a una práctica ocasional en la sociedad estadounidense: la de los juicios expiatorios, que sirven para limpiar las impurezas morales en tiempos de excesos y libertinaje. El clásico asunto del castigo ejemplar.
Polanski era una presa fácil. Para parte de la sociedad biempensante americana el director era un alien: un polaco medio enano que rodó la inquietante La semilla del diablo; el esposo de Sharon Tate, que murió asesinada brutalmente por la familia Manson en 1969, mientras él "sospechosamente", dijeron algunos titulares, estaba en Londres. Polanski era un pervertido, a ojos de muchos incluido un fiscal de Los Ángeles implicado en el proceso y, por tanto, merecía castigo público.
Cuando en 1977 le colgaron una denuncia por violación, que acabó por reducirse a una por relación sexual ilícita (consentida, aunque prohibida por ser una menor), la ira de los medios y de un juez con afán de protagonismo cayó sobre el director de Chinatown. Polanski se convirtió en el chivo expiatorio de los años de sexo, drogas y rock and roll de Hollywood.
Es curioso cómo el caso Polanski remite al primer gran juicio-espectáculo que tuvo lugar en la meca del cine en los años veinte. El escándalo que protagonizó la estrella del cine mudo Fatty Arbuckle sucedió también en una época de despilfarros y excesos varios en la que las estrellas eran el mal ejemplo.
A Fatty lo hundieron, aunque después de meses de linchamiento mediático se demostrara que no era culpable de la violación y muerte de Virginia Rappe. El actor pasó de ser el primero en firmar un contrato de un millón de dólares a ser repudiado por los estudios. Polanski, en cambio, huyó antes de que su carrera se hundiera. Pero ahora, después de 30 años y cuando hasta la víctima ha retirado los cargos, un nuevo juez de Los Ángeles organiza la detención de un hombre, cuyo comportamiento pudo ser deplorable, pero cuyo ejemplo de desobediencia resulta un golpe mucho más duro para la Justicia americana.
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