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Un himno descafeinado

El volumen de la megafonía no silenció a las dos hinchadas

SALVA TORRES

Tanto volumen, tantos decibelios, 120, tanta atención al clamor que venía enlatado en la megafonía, y resulta que antes de que sonara el himno, la afición madridista pudo hacer oír '¡que viva España!', entre los silbidos de la grada azulgrana. Descafeinado el himno posterior, todo quedó reducido al despliegue de una gran tela blanca cubriendo de ánimos al Madrid. La puesta en escena ideológica quedó en anécdota, un brindis al sol que dejó paso a la batalla entre los dos gigantes. Las gradas de Mestalla, divididas por los colores de la contienda, imitaron el fragor de lo que Goya trasladó en sus oscuras telas. El periodista Tomás Roncero supo de ese fragor al ser zarandeado por un grupo de energúmenos azulgrana cuando recogía su acreditación.

Celtas Cortos cerró su actuación con el grito, por inesperado, de la noche: '¡Viva la República!' y Dover calentó con su música desgarrada los prolegómenos del partido justo antes de que los jugadores del Barça saltaran en chándal a comprobar el ambiente. Y el ambiente estalló como si se abriera una botella de cava previamente agitada. A un lado, el color blaugrana chillón; al otro, el blanco nuclear increpando la salida de los Xavi, Iniesta, Messi y Villa, que se paseaba como en casa. A las 20.35, las bocas de riego se pusieron a escupir agua sobre el césped, cortado a cepillo y a merced del cielo desde ese instante, pues el Madrid se negó a que se regara en el descanso.

Mientras Lou Reed se paseaba por el lado salvaje, después de que lo hicieran por megafonía otros gigantes del rock, Pinto calentó recibiendo los aplausos de una grada dividida. Como lo estuvieron antes ambas aficiones en Valencia, separadas entre el cauce del Turia y la Universidad Politécnica. En las carpas, mucha música, y copas, muchas copas, mientras la auténtica, la del Rey, descansaba en Mestalla. Cuando los jugadores del Madrid saltaron al campo a calentar, las gradas ya destilaban una alta gradación. Pepe, Ramos y Marcelo aplaudieron, pero entre el ruido y la megafonía ese gesto quedó en puro efecto de cine mudo.

El bueno, el feo y el malo, de Morricone, sirvió para ensayar el duelo. Los jugadores del Barça se pusieron a ello, calentando al son del spaghetti western; Cristiano afiló la mirada y el disparo. '¡Iiiker, Iiiker...!', explotó la grada blanca. El griterío se recrudeció con las alineaciones. Los nombres de Mourinho y Guardiola sirvieron para tomar conciencia de la magnitud del duelo. Cuando Undiano pitó el inicio del partido, ya era imposible distinguir entre el sonido del juego y el de la guerra. Y Mestalla estalló. En blanco y azulgrana.





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