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La Iglesia hace gala de su memoria selectiva

Los obispos no quieren olvidar a sus víctimas de la Guerra Civil

DIEGO BARCALA

En 1975, muerto el dictador, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón afirmó en la misa de coronación del rey Juan Carlos: 'Que reine la verdad en nuestra España; que la mentira no invada nuestras instituciones; que ninguna forma de opresión esclavice a nadie'. Más 30 años después, su sucesor en la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, pide directamente 'el olvido'. ¿Cuál es la verdad que Tarancón quiso recuperar y Rouco quiere olvidar? La de la participación de la Iglesia en la represión desatada desde el 18 de julio de 1936 y su silencio en una cruda posguerra, que eliminó a 50.000 personas.

Mártires de la Cruzada

'Mientras no se haya hecho la reparación de las víctimas no se puede olvidar', responde el teólogo Juan José Tamayo a la apelación de Rouco al 'olvido'. Hace un año, con la ley de la memoria Histórica en plena negociación, la Conferencia Episcopal respondió con el impulso al proceso de beatificación de 479 religiosos asesinados en la guerra. Un año después, la reacción de la Iglesia al conato de proceso abierto por Garzón ha sido otro intento de beatificación, ahora, de 498 mártires.

Apoyo a la Cruzada

Los obispos no dudaron en elegir el bando al que apoyar tras el golpe de Estado fallido de 1936. Los 6.800 religiosos asesinados a manos de los republicanos ayudaron a que la Iglesia tuviera claro a quién bendecir. 'Se trataba de salvar la Patria, el Orden y la Religión, tres cosas que en el fondo eran lo mismo', resume el historiador Julián Casanova en La Iglesia de Franco (Editorial Crítica). En ese mismo libro recupera una declaración del arzobispo de Zaragoza, Rigoberto Domenech, apenas un mes después del inicio del conflicto: 'La violencia no se hace en servicio de la anarquía, sino lícitamente en beneficio del orden, la Patria y la Religión'.

Presentes al fusilar

En la España en la que los sublevados triunfaron en un primer momento se cometieron auténticas cazas de brujas, pueblo tras pueblo. En Castilla y León, donde no hubo frente de guerra, son innumerables los testimonios que aluden a la presencia de los sacerdotes en los fusilamientos. Con la última bendición, el cura de turno daba la oportunidad a las víctimas de limpiar su conciencia contaminada antes de morir. Después, llegaba el turno de registrar en el libro de difuntos de la parroquia el nombre, la edad y la profesión. A veces ubicaban en qué fosa del cementerio eran depositados los cuerpos. Así lo atestiguan muchos de los documentos eclesiásticos entregados por los familiares de las víctimas en la Audiencia Nacional al juez Baltasar Garzón.

Por Dios y por la Patria

Una vez acabada la guerra, con los presos sacados a puñados para ser pasados por las armas, la Iglesia comenzó el homenaje de los suyos. En miles de parroquias, se colocaron placas de recuerdo a los mártires con el siguiente encabezado: 'Caídos por Dios y por la Patria'. En pueblos como Pedro Bernardo (Ávila, 1.000 habitantes) se colocó una placa en la iglesia local que recuerda a una veintena de muertos en la guerra. Otros tantos fallecidos yacen en una fosa aun sin localizar. Esa fue la reconciliación aplicada por la Iglesia en la posguerra. El 11 de julio pasado el Ayuntamiento consiguió retirar la placa con la oposición feroz del párroco local. Casanova aboga por mantener esos símbolos como testimonio del papel que la Iglesia jugó en el franquismo.

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